Lirismo y barbarie
La publicación de los dos primeros títulos de la trilogía de Delbo ha coincidido con el LXXV aniversario de la liberación de Auschwitz, que ha dado pie al rescate de otros testimonios escritos por mujeres como el reciente Regreso a Birkenau (Seix Barral) de Ginette Kolinka, pero entre la abundante bibliografía conocida –decenas de memorialistas que en un principio, porque además muchas de ellas tardaron en hacer público el relato de su vivencia en los campos, no fueron tan citadas como los Levi, Antelme y demás cronistas de la primera hora– podríamos mencionar tres que merecen figurar entre las referencias ineludibles de un género, por así llamarlo, al que las voces femeninas han aportado una mirada complementaria y hasta cierto punto específica: Milena (Tusquets), la hermosísima biografía que la alemana Margarete Buber-Neumann dedicó a la escritora y activista checa, antigua novia de Kafka, con la que la biógrafa compartió cautiverio en Ravensbrück; Sin f lores ni coronas (Periférica) de la parisina de origen judío Odette Elina, superviviente de Auschwitz, uno de los más desnudos e impresionantes de cuantos hemos leído, y el más ingenuo pero igualmente valioso Vivir (Errata Naturae) de la también parisina Anise PostelVinay, superviviente de Ravensbrück. En el posfacio que acompañaba la memoria de Elina, titulado Lirismo y barbarie, Sylvie Jedynak caracterizaba con acierto la singularidad de un texto que comparte no pocos rasgos con el de Dalbo: la narración por escenas, un cierto minimalismo, la atención a detalles anecdóticos pero reveladores, una poética sobria y despojada –no infrecuente en otros relatos autobiográficos de los campos, pero elevada en ambos casos a una altura fuera de lo común– que expresa mejor que cualquier procedimiento retórico el odioso rostro de la violencia en estado puro.