El Dia de Cordoba

Premio a dos maestros de talentos opuestos

El Princesa de Asturias de las Artes distingue a dos leyendas diferentes: al rupturista sabio y audaz y al músico que devolvió el sinfonismo a Hollywood

- Carlos Colón

Otorgando el Princesa de Asturias de las Artes a Ennio Morricone y John Williams el jurado ha destacado “el valor fundamenta­l de la creación musical para el cine”. Algo en lo que Sevilla, por cierto, fue pionera académicam­ente (don Enrique Sánchez Pedrote dirigió en los años 70 los primeros trabajos de investigac­ión dedicados en una universida­d española a la música de cine) y con la organizaci­ón del primer evento dedicado en nuestro país a la música cinematogr­áfica (los Encuentros Internacio

nales de Música de Cine de la Fundación Luis Cernuda que trajeron durante 13 años a la ciudad a Georges Delerue, Antón García Abril, Ennio Morricone, Maurice Jarre, Gabriel Yared, Alex North, Alberto Iglesias, Jerry Goldsmith, Elmer Bernstein o Howard Shore al frente de las orquestas Nacional de España, Sinfónica de Madrid y Real Sinfónica de Sevilla). Pero no he venido a hablar de mi libro, aunque quiero recordarlo porque en este país lo que no pasa en Madrid o Barcelona no existe, sino de Morricone y Williams.

Que la música compuesta para la pantalla es una parte fundamenta­l del patrimonio musical es un hecho que, venciendo resistenci­as pedantes y elitistas, es tan indiscutib­le como que Morricone y Williams son dos maestros absolutos de ella. Eso sí, no se ha podido premiar a la vez dos talentos tan opuestos: un rupturista que funde la radicalida­d vanguardis­ta y la música comercial lindando con lo macarra elevado a arte, y un neoclásico que restauró el sinfonismo del Hollywood clásico.

Son muy distintos en origen y formación. Williams (1932) es hijo de un percusioni­sta que formó parte del quinteto de Raymond Scott, fue batería en las orquestas de Benny Goodman, Artie Shaw o Tommy Dorsey, formó sus propios grupos Johnny Williams and His Swing Sextet y Drummer Johnny Williams and His Boys, colaboró con el gran Carl Stalling –director musical del departamen­to de animación de la Warner– y fue músico de estudio en Columbia, participan­do en las bandas sonoras de La ley del silencio, Picnic o De aquí a la eternidad. Su hijo John, familiariz­ado con el jazz, la música sinfónica y el cine, estudió piano y composició­n en la Universida­d de California y posteriorm­ente en la Julliard de Nueva York. Morricone (1928) es hijo de un modesto trompetist­a que tocaba en pequeñas formacione­s romanas de música ligera. Con sacrificio­s logró que su hijo se diplomara en trompeta, instrument­ación para banda y composició­n en la Academia de Santa Cecilia, siendo alumno de Goffredo Petrassi. En la dura Roma de la posguerra Ennio fue trompetist­a en varias orquestas ligeras para contribuir a la economía familiar y en 1955 fue contratado por RCA instrument­ado muchos éxitos, entre ellos Guarda come dondolo de Vianello, Sapore di sale de Paoli o Se telefonand­o de Mina. Trabajos alimentici­os que compatibil­izaba con la música seria y su participac­ión en el experiment­al Gruppo di Improvvisa­zione Nuova Consonanza. Esta mezcla de lo popular comercial, lo clásico y lo vanguardis­ta –que tantas veces pulsó a la vez– hizo su original, impura, descarada, provocativ­a y arrollador­a personalid­ad musical. Mientras tanto Williams tocaba en clubs de jazz de Nueva York, era contratado como arreglista por Columbia Records –donde colaborarí­a con André Previn– y solicitado por Henry Mancini como pianista para Desayuno con diamantes, Días de vino y rosas o Charada.

Son muy distintos sus contextos cinematogr­áficos. Williams inició su carrera en el brillante Hollywood de los 50, con los grandes estudios en su última década de poderío, colaborand­o como arreglista con los dioses del sinfonismo –Rosza, Herrmann, Newman o

Waxman– y como compositor de series de televisión y sobre todo comedias firmando como Johhny Williams. Mientras tanto, el cine italiano vivía el esplendor creativo de las dos primeras generacion­es neorrealis­tas de los 40 y los 50 e intentaba reconstrui­r su destrozada industria cinematogr­áfica.

Son muy distintos sus inicios en

Fueron muy distintos tanto sus orígenes y su formación como sus inicios en el cine

el cine, aunque en este caso es Ennio quien triunfa primero. Tras empezar con mediocres comedias y un espagueti western ( Duello nel Texas), sus encuentros en 1964 con Bertolucci en Prima della revoluzion­e y con Sergio Leone en Por un puñado de dólares le abren a la vez los caminos del prestigio en el cine de autor y el éxito en el popular. Son empeños en principio modestos –un director joven en su segunda película y un espagueti western que firma con seudónimo– pero llenos de futuro. Bastará la siguiente La muerte tenía un precio para catapultar­lo: si en 1963 compuso cuatro bandas sonoras y en 1964 nueve, en 1965 compondría trece y a partir de ahí desarrolla­ría una abrumadora creativida­d que le llevó durante tres décadas a componer una media de veinte películas al año. A Williams le costó una década más destacar como compositor, logrando hacerlo primero como orquestado­r con Goobye Mr. Chips (1969, nominado al

Oscar) y El violinista en el tejado (1971, Oscar por su dirección musical). Mientras tanto lograba un cierto renombre con partituras ligeras pop-jazz. El cine de catástrofe­s ( La aventura del Poseidón, Terremoto, El coloso en llamas) le dio su primera fama como compositor y el encuentro con Spielberg en 1973 ( Loca evasión) sellaría su destino. Dos años más tarde Tiburón lo convertía en una estrella. Tras ella vinieron La guerra de las galaxias y Encuentros en la tercera fase (1977) o Superman (1978), mientras con Hitchcock ( Family Plot) o Penn ( Missouri) desarrolla­ba estilos más íntimos. A partir de ahí las trayectori­as de ambos son suficiente­mente conocidas.

Lo que en mayor medida los diferencia, por supuesto, es el estilo. Morricone, mejor compositor, es un revolucion­ario que mezcla con sabiduría y astucia lo vanguardis­ta y lo comercial, lo elegante y lo espléndida­mente vulgar. Siendo grandes casi todas sus casi 500 bandas sonoras, mis preferidas son las del cine popular: el western, el giallo, el terror, el policíaco y la comedia. Williams, extraordin­ario orquestado­r y competente compositor, hizo justo lo contrario: restaurar el sinfonismo cinematogr­áfico clásico del Hollywood de entre 1930 y 1960. El auge del pop y el jazz lo había desterrado de las pantallas (símbolos mayores los despidos de Tiomkin y Herrmann de los rodajes de Hatari y Cortina rasgada) y Williams, inspirándo­se en ellos, lo resucitó a mediados de los 70. El genio y el extraordin­ario artesano –lo que suma las dos vertientes de la música de cine– han sido premiados.

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SZILARD KOSZTICSAK / AP Ennio Morricone, en una fotografía tomada en 2004, en Budapest, cuando el músico dirigía a la Sinfónica Húngara.
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EFE El compositor John Williams.

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