El Dia de Cordoba

“El Doctor Pirata representa la naturaleza dual del ser humano”

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Rafael Navas

–Su nuevo libro, Doctor

Pirata, comienza con un comentario de un lector en la web de Diario de

Cádiz sobre el artículo que sobre él escribió Liana Romero en 2010. ¿Por qué decidió tirar del hilo de ese comentario?

–Me dejó helado cuando lo leí por primera vez. Demuestra que Doctor Pirata, o Frits Knipa, que era su nombre real, fue un tipo que hizo daño y sembró odios. Pero después descubrí que también tenía su corazón. Representa como pocos la naturaleza dual del ser humano llevada al extremo. Algo así como el Jekyll y el Hyde de Stevenson; en un contexto diferente y expresado de una forma peculiar. Fue capaz de hacer el mal, cosas horribles, pero también el bien y de amar con intensidad. –¿Quién fue Doctor Pirata? –Un personaje con múltiples aristas, un pícaro nada convencion­al. Un héroe de guerra que estuvo en la Resistenci­a primero y en la Gestapo después, delincuent­e, falso médico, contraband­ista, pirata, impostor… Usó ocho identidade­s diferentes. Simuló su muerte en al menos dos ocasiones. Se pasó la vida huyendo, de la CIA, del Mosad, de la Inteligenc­ia holandesa y,

sobre todo, de sí mismo. Hasta que se cansó.

–¿En algún momento recibió alguna presión para que no contase la verdadera historia de Frits Knipa?

–No. Sí es cierto que más de una vez he estado cerca de tirar la toalla, pero por lo compleja que era la investigac­ión.

–¿Qué hace diferente al Doctor Pirata de otros muchos nazis que se refugiaron en España tras la Segunda Guerra Mundial? –Su historia, lo que vivió y cómo lo vivió. No fue el típico nazi convencido ni un delincuent­e convencion­al.

–El Doctor Pirata tuvo muchos rostros. ¿Cree que la vida que llevó en Chipiona fue la que más disfrutó? ¿Por qué tantos nazis eligieron el Sur de España? –Se integró bien en Chipiona, donde le siguen recordando con cariño. No sólo por su carácter, sino también porque, como médico, curaba a desahuciad­os e hijos de familias sin recursos sin pedir nada a cambio. Manejaba penicilina, algo que no era fácil en la época, y eso le permitió que le acabasen apodando también Doctor Milagro. Igual que otros muchos nazis, sabía que en el sur del país se vivía muy bien, era un lugar discreto y además se sentía protegido en un momento en que los alia

dos reclamaban a Franco su entrega.

–¿Cómo fue la primera reacción de los familiares de Frits cuando se puso en contacto con ellos?

–He conocido a su sobrina y a un hijo. Ambos han colaborado. Incluso han viajado a Chipiona para conocer dónde vivió él. Su hijo voló desde Utah sólo para localizarm­e. Buscaba respuestas y las encontró. No supo

quién era su padre biológico hasta 1991 y llevaba desde entonces intentando saber quién fue, qué había hecho, dónde estuvo. La historia de Doctor Pirata con su madre también es brutal. –Ha tenido que pasar temporadas fuera de España para consultar archivos de otros países y el final de su trabajo coincidió con el comienzo de la pandemia. ¿Qué ha sido lo más duro?

–El viaje a La Haya para consultar sus expediente­s en el Archivo Nacional. Me costó mucho conseguir el permiso. Esperaba, además, encontrarm­e con cuatro o cinco documentos, como mucho, y pusieron ante mí dos cajas repletas de informes, declaracio­nes, órdenes… Cientos de papeles. Todos en holandés. Encima me quitaron casi todo al entrar, excepto un cuaderno, un lápiz y el ordenador con la cámara tapada con un pósit. No podía hacer copias ni fotografía­s, sólo anotar a mano. A ciegas, guiándome de mi intuición, sin tener ni puñetera idea de lo que estaba transcribi­endo. Y así tres días, ocho horas cada día, sin levantar el trasero de la silla ni para comer, y con un vigilante a dos metros de mí que no me quitaba ojo.

–Este trabajo deja en evidencia la labor de gobiernos, servicios secretos y personas. ¿Es una forma de hacer justicia tantos años después?

–Yo no lo he escrito con esa intención, salvo en el caso del niño de 15 meses, Alfred Lundberg, que robó Doctor Pirata.

–Precisamen­te el robo de bebés es un asunto que aún está bajo investigac­ión en España. ¿Cree que a través del caso del Doctor Pirata se entenderá mejor lo que realmente sucedió?

–Profundiza­r en eso no era el objetivo, solo narrar un caso, el mencionado de Alfred Lundberg. Doctor Pirata se lo llevó de Tánger a Chipiona en 1948 para curarle una hernia inguinal, con la promesa de devolverlo a sus padres en dos semanas. Estos no volvieron a verlo. Su madre murió este pasado mes de mayo con la pena de no saber qué fue él. Es la gran espina que me ha dejado clavada este trabajo.

–¿Por qué cree que tienen tanta fascinació­n temas como la Segunda Guerra Mundial y concretame­nte figuras como Hitler y otros líderes nazis?

–Porque nos gusta asomarnos al abismo, como bien dijo el escritor Mario Escobar.

–La historia del Doctor Pi

rata da para una película o una serie. ¿Le gustaría? ¿Ha recibido ya alguna propuesta al respecto?

–Si se hiciese bien, claro que sí.

La Segunda Guerra Mundial y las historias de nazis fascinan porque nos gusta asomarnos al abismo”

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