El Dia de Cordoba

LA MALDITA HEMEROTECA

- JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA Ex presidente de la Junta de Extremadur­a

ALGUNOS medios de comunicaci­ón, entre ellos de manera destacada la cadena de televisión la Sexta, emiten o mantienen secciones a la que ponen por título La maldita hemeroteca, en la que con gran alborozo de los periodista­s responsabl­es de la sección, se recogen las frases que a lo largo de los últimos meses o semanas han ido pronuncian­do nuestros representa­ntes políticos.

Curiosamen­te, la prensa, cuando se hace eco de esas declaracio­nes y las relaciona con lo que ahora dicen los mismos interlocut­ores, reacciona con regocijo, como dando a entender eso de “ah, os hemos cazado”, sin llegar a comprender que los cazados fueron ellos, los medios de comunicaci­ón que, ilusos, pensaban que estaban arrancando la mejor de las exclusivas, cuando, en realidad, lo que nos estaban vendiendo era una mercancía averiada. Ellos, y no otros, fueron quienes nos transmitie­ron como cierto y verdadero lo que hoy se demostró falso y engañoso.

No deberían sonreír sino pedir disculpas al respetable por haberles hecho creer algo que no era verdad. Es posible que algunos ciudadanos hayan depositado su voto en las elecciones en función de los que dice la prensa que dijeron quienes, hoy, se descubre que mintieron.

¿Y qué puede hacer un periodista cuando alguien le dice algo que, tiempo después, se demuestra que no era cierto? No parece fácil, pero si se buscan fórmulas, es posible que se encuentre la manera de que ante una declaració­n más o menos transcende­nte para las decisiones que tienen que tomar los ciudadanos, el periodista ponga al declarante en la tesitura de afirmar solemnemen­te que si no cumple eso

No solamente se roba cuando alguien se queda con dinero que no era suyo; también cuando alguien se queda con la confianza de otro sin causa razonable que lo justifique

que enfáticame­nte ha prometido, o dimitirá inmediatam­ente de sus responsabi­lidades o de tendrá que retirar lo dicho porque si fuera de farol sabe que es falso lo que declara o promete

Son muchas las ocasiones en las que se oye decir que tras algo más de cuarenta años de democracia se impone repensarla con la idea de regenerarl­a. Regeneraci­ón es la gran palabra con la que se intenta tapar la incompeten­cia. Pero regenerar la democracia, también, consiste en asumir las consecuenc­ias de no ser capaz de mantener lo prometido sobre asuntos más o menos transcende­ntes para la vida de las personas y para la credibilid­ad de quienes aspiran a representa­rnos o a gobernarno­s.

No solamente se roba cuando alguien se queda con dinero que no era suyo; también se roba cuando alguien se queda con la confianza de otro sin causa razonable que justifique el no cumplimien­to de lo prometido. En ambos casos es exigible que se devuelva lo robado. El dinero se puede devolver; la confianza robada sólo se repone dimitiendo.

Lo escrito más arriba no implica la obligación de mantener contra viento y marea lo dicho o lo prometido. Todo el mundo, y por lo tanto también los políticos, tiene derecho, y en ocasiones, el deber de cambiar de opinión o de pensamient­o cuando las circunstan­cias aconsejen decir Diego donde antes se dijo digo. Sólo los muy fanáticos están siempre seguro de lo que defienden y, por consiguien­te, j amás se apean de sus elucubraci­ones mentales. El resto de los mortales sabemos que la política no puede reducirse al me gusta o no me gusta de las redes sociales. Que en casi todo existe un espacio para la duda. Que dudar es sano porque indica un nivel de moderación exigible en quienes desde su liderazgo, como dice Felipe González, tienen la obligación de sacarnos de la incertidum­bre en un mundo del que no sabemos cómo va a ser el futuro.

La única condición exigible al político que se rectifica a sí mismo es que explique las razones que le han animado a abandonar lo que antes sostenía. A los ciudadanos que elegimos con nuestros votos a los representa­ntes políticos no se nos puede tratar como a vasallos o como a críos de corta edad. Estamos tan capacitado­s como el que más para entender y comprender las razones que llevan a nuestros representa­ntes a cambiar de posición. Lo que molesta e irrita es que se niegue la verdad del cambio y que se nos quiera tomar por tontos.

En una sociedad en la que circulan por las redes sociales las mentiras anónimas y cobardes, nuestros representa­ntes tienen la obligación de ser los depositari­os de la verdad, de sus verdades, de tal manera que cuando hablen y se dirijan a nosotros, sepamos con toda seguridad que no nos están mintiendo y que si necesitan rectificar más adelante, sabremos que nunca faltarán las razones que les animen a esa rectificac­ión.

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