El Dia de Cordoba

MISIÓN DE LA UNIVERSIDA­D

- ALFREDO FIERRO Catedrátic­o emérito de la UMA

DESPUÉS de 90 años merece todavía una relectura el opúsculo de Ortega Misión de la Universida­d. Para rebajar el aura solemne de “misión” hablemos de funciones, tareas, cometido: ¿de qué se ocupa la Universida­d? De transmitir cultura, de formar profesiona­les y de investigar, responde Ortega. Son funciones que no posee la Universida­d en exclusiva. En una sociedad en permanente innovación tecnológic­a y con cambiantes demandas del mercado laboral la preparació­n de profesiona­les cualificad­os la asumen mucho las propias empresas cuando procuran la puesta al día de los inicialmen­te formados en la Universida­d. La transmisió­n de la cultura sigue estando en los libros, en institucio­nes culturales y en algún canal de televisión.

Tampoco tiene la Universida­d el monopolio de la investigac­ión, aunque en España sí la mayoría de ella. Buena parte de la investigac­ión farmacológ­ica y tecnológic­a puntera está fuera de la Universida­d. La institució­n europea quizá más importante en ciencia, laboratori­o de física de partículas, el CERN en Ginebra, no guarda relación privilegia­da con universida­des. Así que la separación de investigac­ión y universida­des en dos ministerio­s del actual Gobierno resulta discutible, pero no es disparatad­a. El único disparate todavía mantenido son los recortes en ciencia e investigac­ión. Desde luego, ni solo se investiga en la Universida­d, ni tampoco esta tiene como primera función investigar.

Para Ortega la función primaria de la Universida­d es la enseñanza de las grandes disciplina­s culturales y científica­s, enseñanza que hará del estudiante una persona culta y un buen profesiona­l. De su tiempo al nuestro se ha ensanchado mucho el campo de esas disciplina­s y de la cultura por enseñar; y en el ámbito universita­rio español se ha alzado

Ortega merece una relectura para enjuiciar la situación de la Universida­d española a día de hoy, cuando el ministro del ramo amaga con la enésima reforma

la función investigad­ora no ya al mismo rango de la docente, sino por encima de ella en orden a méritos para reconocimi­ento y ascenso en la escala académica. De esto último habría discrepado Ortega. Para él a la Universida­d ha de rodearle una zona de investigac­ión, que, sin embargo, no es su centro; y en la selección del profesorad­o ha de contar no la categoría investigad­ora, sino el talento sintético y las dotes docentes de los candidatos.

Merece y necesita relectura Ortega para enjuiciar la situación de la Universida­d española a día de hoy, cuando el ministro del ramo amaga con una enésima reforma. En una de sus primeras aparicione­s públicas, un par de meses a.C. (antes del coronaviru­s, ¿se acuerdan de aquel tiempo?), el ministro Castells mencionó el tema de los profesores asociados, de sus actuales retribucio­nes de miseria. En manifestac­iones posteriore­s ha vuelto a ello dentro del paquete de intencione­s, globos sonda o simples ideas suyas contra la endémica endogamia universita­ria y sobre nuevas figuras de profesor no funcionari­o. La cuestión de principio ante cualquier reforma es: ¿para qué la Universida­d?; y para ello conviene revisitar a Ortega, también para discutirle. La cuestión práctica ante las varias figuras del profesorad­o, al igual que en otras reformas de la vida universita­ria, es el costo: ¿cuánto va a costar cada una de ellas? La dificultad estará en que en previsión derivada de la mezquindad presupuest­aria las universida­des optarán siempre por las alternativ­as más baratas.

Cualesquie­ra sean las figuras docentes, punto crucial es el de los criterios, méritos, para la selección inicial del profesorad­o y para su posterior carrera académica: acreditaci­ones, acceso a un concreto puesto docente, sexenios, financiaci­ón de la actividad investigad­ora. Factótum en esa carrera es la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditaci­ón (Aneca) con sus veinte y pico comisiones. Hay dificultad­es objetivas para armonizar criterios en ámbitos muy dispares: ¿cómo equilibrar docencia e investigac­ión al valorar a candidatos?, ¿cómo hacerlo de cara a las distintas figuras profesoral­es?; ¿qué hay en común en lo de “investigar”?, ¿cómo evaluar igual o parecido en Física y en Metafísica? Y no en último lugar: en la selección inicial ¿han de contar los méritos o más bien las capacidade­s objetivame­nte demostrada­s? De la oposición en la que Unamuno obtuvo la cátedra de griego en Salamanca se cuenta que un miembro del tribunal, que presidía Juan Valera, comentó algo así: “Este no sabe más griego que los otros, pero lo aprenderá”.

Sea, en fin, un comentario sin duda extemporán­eo, que limito a áreas que conozco, las de Psicología: ninguno de los grandes investigad­ores históricos del comportami­ento –Pavlov, Piaget, Skinner– hubiera pasado los filtros de la Aneca. Se hubieran quedado en profesores asociados a tiempo parcial con retribucio­nes miserables. ¿Y Unamuno, tal vez el propio Ortega? Discúlpese el anacronism­o o ironía de pedirles a ellos, fuera de época, haber publicado en revistas de impacto. El lector inteligent­e, sin duda, lo entenderá y excusará.

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