El Dia de Cordoba

ES TAN FÁCIL QUERER A TRUMP

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

Amediados de los ochenta, el sevillano cine Rialto reestrenó la película de los Sex Pistols God Save the Queen, bodrio icónico de la tribu punk a la altura de los grandes peñazos de Fred Astaire. El respetable que acudió a la proyección parecía haber sido selecciona­do en algún perdido reformator­io, con abundancia de anticristo­s de pueblo cargados de tachuelas, cadenas, crestas engominada­s y chaquetas de cuero compradas en Ceuta. Allí se fumó, se chupó y se eructó ante la pasividad de un apocado acomodador que se qui

Que los antiguos punks anuncien su voto al actual presidente de los EEUU es absolutame­nte lógico

tó de en medio en cuanto pudo. Ninguno de los presentes tenían pinta de votar a la derecha. En realidad, no tenían pinta de votar a nada, pero se les suponía una mayor cercanía a lo que ellos llamaban “anarquía” que a los valores del republican­ismo norteameri­cano: familia, patria, Dios y propiedad.

Sin embargo, el mundo, como cantara Gardel, yira-yira, y las nieves de antaño son hoy riachuelos que corretean alegres hacia el mar. Uno de los componente­s de Sex Pistols, Johnny Rotten, ha declarado que votará a Donald Trump, con considerab­le escándalo de la prensa musical. Debe ser que el periodismo rockero produce tarugos, porque no hay que ser un lince de Doñana para comprender que el actual presidente de EEUU se acomoda más al canon gamberro del movimiento punkarra que el estirado Joe Biden, al que Rotten califica como personaje “delincuent­emente senil”. Biden es un hombre impecablem­ente vestido y acartonado (en la política española no se ven tipos tan elegantes), ideal para tomar más de un on the rocks en la barra de cualquier club oligárquic­o de Washington, como esos adorables aristócrat­as de pocas luces y mucho encanto sobre los que tan bien escribía Alfonso Ussía antes de perder el sentido del humor; sin embargo, políticame­nte, no entusiasma ni a las adorables ancianas demócratas de Virginia.

La cultura pop, la de las series, los programas desenfadad­os de TV y los dibujitos animados para adultos, lleva años encumbrand­o la figura del friki como cumbre de la civilizaci­ón mundial. Con tan buen abono es muy fácil querer a Trump, cada vez más a gusto en su papel de demagogo-punk, de gamberro republican­o, de clown instalado en la Casa Blanca para anunciar el final del antiguo orden progre-oligárquic­o y su sustitució­n por el populismo carca y friki. Por tanto, no se entiende a qué viene tanto alboroto porque el común prefiera ahora a un tipo que se cisca en las mascarilla­s y pellizca las nalgas de las señoras antes que a un pollo viejo que tanto recuerda a la bruja Hillary.

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