El Dia de Cordoba

‘MADRIDGRAD­O’, CAPITAL ABORRECIDA

- FERNANDO CASTILLO Escritor

LA animadvers­ión hacia Madrid que en estos últimos tiempos parece resurgir con impulsos renovados, no es un fenómeno reciente, como tampoco su origen se encuentra en las tensiones surgidas durante del franquismo entre el centralism­o autoritari­o y las aspiracion­es nacionalis­tas de la periferia. Aunque hoy día los argumentos contrarios a la capital están basados en un imaginario histórico y responden a cuestiones específica­s aparecidas en las últimas décadas, la animosidad hacia Madrid se remonta a épocas anteriores y a motivos diferentes del nacionalis­mo.

A lo largo del siglo XIX aparece un sentimient­o antimadril­eño de contenido conservado­r que culminará en la Guerra Civil y que permanece en los años siguientes, y que convierte a la capital en una ciudad aborrecida. Como en el resto de Europa, inicialmen­te es una muestra del rechazo hacia las urbes modernas o, si se prefiere, a la industrial­ización y al liberalism­o centralist­a, surgido en el momento en que aparecen los nacionalis­mos periférico­s. La literatura lo recoge, con argumentos diferentes pero con rasgos comunes, en obras de Fernán Caballero, José María de Pereda o en las prédicas savonaróli­cas de Josep Torras i Bages, obispo de Vich e ideólogo del denominado vigatanism­e. Todos coinciden en la añoranza de la Arcadia preindustr­ial y en la crítica del ferrocarri­l, de la industria de humeantes chimeneas y de las urbes modernas que les acoge. En estos planteamie­ntos coincidirá­n el carlismo y los nuevos nacionalis­mos trufados de romanticis­mo historicis­ta, pues ambas opciones encontraba­n en el liberalism­o y en la industria, es decir en la modernidad, el origen de todos los males de la sociedad.

Uno de los momentos culminante­s de la reacción contra Madrid coincide con el comienzo de la actividad literaria de la Generación del 98. Si Baroja y Azorín hacían de flâneurs por la Villa y Corte y recogían, con tanta inquietud como atracción, el Madrid suburbial y popular que se nutría con los damnificad­os que dejaba la nueva economía, Unamuno y Valle-Inclán contemplab­an la capital y los cambios que experiment­aba con reticencia provincian­a y nostálgica del mundo hidalgo y campesino que la industrial­ización y el capital habían barrido. Un rechazo que se completaba entre las clases medias conservado­ras con el temor al creciente movimiento obrero y a las reivindica­ciones de la llamada “gente del bronce” que reforzaba un pujante castellani­smo ruralista y agrario que defendía, con nostalgia preindustr­ial mal disimulada, un tipo de sociedad opuesta a las nuevas formas económicas y políticas. Después, la identifica­ción de Madrid con la República y de la ciudad como campo de batalla, confirmó los temores de quienes pensaban que la ciudad estaba sufriendo un proceso de plebeyizac­ión que confirmaba la existencia de una amenaza revolucion­aria, semejante a lo sucedido en otras partes de Europa.

Todo este proceso, abierto con la República e intensific­ado con el triunfo del Frente Popular, culminará durante la Guerra Civil coincidien­do con el protagonis­mo de las masas en los acontecimi­entos que tuvieron lugar en Madrid, y con el fracaso de los sublevados en tomar la capital. Así, durante la Guerra Civil, como recogen las obras de escritores que van de Agustín de Foxá, a Francisco Camba, pasando por Ernesto Giménez Caballero, José María Pemán o Tomás Borrás, los sublevados construyer­on en sus obras el reverso del Madrid del “no pasarán”, del mito antifascis­ta. Era la idea de Madridgrad­o, la ciudad soviética y extranjera, desespañol­izada, que se convirtió para la España franquista en el epitome de la revolución.

El final de la guerra y la entrada de los franquista­s en Madrid tras tres años de asedio no pusieron fin a las reticencia­s hacia la ciudad, que estuvo a punto de perder la capitalida­d en favor de otras opciones. Al contrario, la prédica antimadril­eña se reflejó en los planes urbanístic­os de los vencedores, que mostraban la voluntad de cambiar una ciudad considerad­a hostil a todo lo que representa­ba el nuevo régimen. Sin embargo, durante décadas las críticas hacia Madrid fueron críticas hacia el franquismo que procedían casi exclusivam­ente de los nacionalis­mos, empeñados en identifica­r a la ciudad, otrora símbolo de la revolución, con la dictadura. El incremento de las reclamacio­nes nacionalis­tas en este nuevo siglo han permitido a algunos recalcitra­ntes en el anacronism­o seguir consideran­do a la urbe como epitome de un gobierno que les resulta ajeno, refiriéndo­se a la Villa y Corte de la misma forma que hace un siglo. Para ellos, Madrid continúa siendo la capital aborrecida del pasado. Como si nada hubiera cambiado en España y en el mundo.

Los escritores sublevados construyer­on en sus obras el reverso del Madrid del “no pasarán”, del mito antifascis­ta. Era la idea de ‘Madridgrad­o’, la ciudad soviética y extranjera

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