EL CUBO DE PABLIK
LES decía poco antes de la infausta Navidad –al hilo del ruido de tambores de piel de envoltura testicular de generales retirados– que creo firmemente en el derecho de cualquiera a decir públicamente lo que le parezca; que la libertad de expresión, además de decir y publicar lo que uno quiere, consiste en tener bastante tolerancia como para soportar lo que dicen los demás, por equivocado, soez o desagradable que sea, y sólo debe de tener el límite legal a posteriori de la ofensa grave a individuos concretos –delitos contra el honor, intimidad, propia imagen–, o el ataque a colectivos –delitos de odio–.
También les decía que las principales limitaciones a la libertad de expresión se producen antes de la expresión misma: autocensura y falta de libertad de pensamiento. La autocensura es la guadaña que se cierne sobre la escritura del periodista –oficio cada vez peor pagado–, que muchas veces empujado a la estrechez que hay entre la pluma y la pared se ve obligado a elegir entre ser –aún más– menesteroso, o pasarse –si puede– del tirón al agitprop institucional o al publirreportaje de provincias, en detrimento de la información que recibimos. La libertad de expresión es una libertad mediata que tiene su antecedente directo en la libertad de pensamiento: no hay nieta sin abuela.
Lo que no puede ser es que pidamos que enchironen a los milicos prostáticos aquellos o a la Joseantonia que ha salido esta semana rezumando odio antisemita, y nos parezca mal que metan en el trullo al Pablo Rivadulla i Duró, o viceversa. Mi opinión es que jamás debería meterse en la cárcel a nadie por decir o escribir lo que sea; repito: lo que sea, sin que eso signifique que no pueda ser reo de los hechos inducidos por su expresión libre o deducidos de esta. Pero esto no es más que mi opinión equidistante, la ley seguro que dice otra cosa y es dura, pero es ley, y si lo es tiene que ser igual para todos.
No es de recibo que nos echemos las manos a la cabeza por el discurso de Trump antes del asalto al Capitolio y nos parezca normal que el cubo de Pablik (Hasél, Echenique, Iglesias) incendie desde el poder las calles en defensa de la apología de la violencia. Porque es exactamente por eso por lo que el nota ese está en el talego, por reivindicar contumazmente la violencia como remedio político y eso no es libertad de expresión porque el pensamiento que la antecede es esclavo del dogma marxista-leninista más rancio, ese que huele a cerrado, que apesta a FRAP, a Grapo, y a ETA, sí.
Bonito invento el cubo de Pablik: Hasél en el talego es el tonto útil de Echenique; Echenique en el Parlamento es el tonto útil de Iglesias; un Donald Iglesias que se pasa de listo y arenga a las masas desde el poder ejecutivo en contra de las fuerzas policiales de su propio gobierno.
¿Hasta cuándo, Bello Pedro, vas a abusar de nuestra paciencia?