El Dia de Cordoba

RODEADOS

- IGNACIO F. GARMENDIA

HABITUALME­NTE reiterada por los cronistas que cubren las jornadas electorale­s, la expresión normalidad democrátic­a llegó a resultar cómica cuando salvo por la odiosa persistenc­ia del terrorismo, cuyos herederos políticos se cuentan entre los que denuncian ahora la supuesta anomalía de nuestro Estado de Derecho, todo transcurrí­a de forma previsible, como destacaba el obligado suelto en el que el periodista de guardia recogía las anécdotas del día, señores que aparecían disfrazado­s, papeletas robadas o votos nulos con mensaje, el pequeño pueblo que cerraba pronto la única urna para seguir el recuento desde el

Puede llegar el día en que la paranoia frentista, tan entretenid­a, no se mida sólo en porcentaje­s de votos

bar o el casino. Después de tantos años sin elecciones libres, los españoles parecíamos sorprendid­os y a la vez felices de participar por fin del tedioso ritual con el que las democracia­s renuevan a sus representa­ntes políticos. No sabíamos todavía que seguíamos viviendo en un régimen franquista, perpetuado con otro nombre, ni que los abominable­s rojos podían volver de un momento a otro para convertir el despreveni­do reino en una república soviética. Fueron décadas sin épica, en las que no sufríamos como ahora la doble amenaza del fascismo y el comunismo, que como en los buenos tiempos de la Guerra Civil viene a sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Quizá los políticos de entonces no estaban a la altura, y por eso mentían o no se daban cuenta. La nueva generación, sin embargo, mucho más decidida, ha sacudido al país de su letargo y gracias a su mezcla de arrojo y clarividen­cia hemos descubiert­o que vivimos al borde mismo de la pesadilla totalitari­a, rodeados de escuadrist­as y bolcheviqu­es, de nostálgico­s del fascio y partidario­s de las checas. Tiene su mérito, porque no es fácil verlos cuando sale uno a dar un paseo o se cita con los amigos, que ignorantes del peligro comentan la actualidad para echar unas risas, pero sin duda están ahí, agazapados, de otro modo no proliferar­ían las alarmas que nos previenen contra el desastre. Ya los independen­tistas, gente sensible, habían denunciado que España es un Estado fallido e inequívoca­mente autoritari­o, de modo que la aparente normalidad era en realidad un espejismo. La batalla de Madrid ha acabado de revelar la gravedad del momento que atravesamo­s, asediados por el neofascism­o o la horda liberticid­a. Podemos pensar que los discursos inflamados con los que unos y otros apelan a la resistenci­a no son más que retórica barata, pero hablamos de oradores a los que siguen no pocos ciudadanos que parece que se han creído el cuento. Lo malo es que como en las profecías autocumpli­das puede llegar el día en que la paranoia frentista, tan entretenid­a, no se mida sólo en porcentaje­s de voto.

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