El Dia de Cordoba

La muerte venció a la muerte

El paso avanza solemne y la imagen del crucificad­o del Remedio de Ánimas levanta el fervor de Córdoba. La comitiva continúa con sus oraciones por los que ya no están

- Salvador Giménez

LAS tinieblas han vencido a la luz. Tras una breve agonía, el día ha cedido ante el empuje de la noche. Ahora todo son sombras, todo es oscuro. Las campanas tañen a muerto. El pueblo está callado. Los goznes de la puerta de San Lorenzo rompen el silencio de la noche. Una enlutada comitiva se hace presente en las calles. En la oscuridad centellean las luces desde lo más profundo de los añejos faroles de viático. El rezo del Santo Rosario pone el sentido catequétic­o de la estación penitencia­l.

La oración en voz alta de los penitentes, así como las pisadas de las negras alpargatas de cáñamo que calzan, ponen la música al silencio. Las campanadas doblando a oficio de difuntos marcan un contrapunt­o a la partitura sonora de la procesión en la cerrada noche. Una procesión con reminiscen­cias pretéritas. Su puesta en escena es tan barroca que se palpa en el ambiente el misticismo de otras épocas pasadas. Tiempos donde la muerte era temida y que la religión era el consuelo y refugio de las gentes. Antaño, la muerte era respetada porque era cercana y cotidiana. El paso del tiempo la fue apartando, aunque siempre estuviese ahí, y la convirtió en algo aséptico. La sociedad poco a poco, aunque conocedora de su existencia, la obvió, aún a sabiendas de que siempre el ser humano tendrá su encuentro final con ella.

Hoy, desgraciad­amente y aunque no se nos muestre en su más cruda realidad, la muerte vuelve a estar más presente que nunca. Como en l os tiempos pretéritos ocurría con las epidemias. Hoy, la pandemia mundial que nos azota nos está mostrando a la parca a día a día. La muerte vuelve a estar presente y vuelve a ser temida. La llamada globalizac­ión marginó a Dios de nuestra sociedad y el refugio es menor sin su amparo. Pero ahí están las cofradías para recordarno­s diariament­e que Cristo venció a la muerte, y que nos prometió la vida eterna para consuelo de la humanidad.

La enlutada comitiva que partió de San Lorenzo toma la calle Santa María de Gracia. Las campanas continúan doblando y los rezos del Santo Rosario continúan rasgando el silencio de la noche de primavera. Sobre el paso, que evoca el sepulcro del cardenal Salazar, la imagen del Cristo impone a todos los presentes. El viento de marzo mueve su larga melena y el velo de tinieblas que pende del sacro leño de la cruz cobra vida mecido por la brisa. Dios hecho hombre está muerto. La muerte no ha tenido clemencia con el hijo de Dios.

El silencio de la noche de nuevo se rompe. Los sones polifónico­s del Miserere se hacen presentes. Evocan aquellas noches de Lunes Santo, cuando las hermanas dominicas del convento de Santa María de Gracia ento

Ahí están las cofradías para recordarno­s diariament­e que Cristo venció a la muerte

naban el sacro canto, cuando el Cristo del Remedio de Ánimas transitaba ante las puertas del hoy desapareci­do convento. El cortejo continúa su camino mientras las campanas persisten con sus sones de muerte y duelo.

El paso avanza solemne y la imagen del crucificad­o del Remedio de Ánimas levanta el fervor del pueblo de Córdoba. La comitiva sigue con sus oraciones por los que ya no están, por las ánimas benditas que penan en el purgatorio y por todas las almas que nos dejaron. La muerte está más presente que nunca. Sobre el Calvario del paso, justo debajo de los pies de la cruz, una calavera nos lo recuerda. Pero sobre ella se alza quien la derroto. Jesús, el hijo de Dios, quien con su propia muerte la venció para siempre. Mors mortem superávit: la muerte venció a la muerte.

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ARCHIVO CAJASUR Imagen del paso de Ánimas.
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