El Dia de Cordoba

“La política cultural andaluza sigue siendo muy clientelis­ta”

● Este ingeniero informátic­o y emprendedo­r cogobierna desde Sevilla la revista-libro que es todo un referente para el ‘moderneo’ hispano

- Luis Sánchez-Moliní

–Es cofundador de la que probableme­nte sea la revista cultural de más éxito en España, aunque sus estudios no iban por ahí...

–Hice Ingeniería Informátic­a y luego casi acabé el grado de Psicología, pero lo tuve que dejar por el trabajo que me daba Jot Down.

–Tuvo una empresa muy boyante de informátic­a, que entre otras cosas puso la fibra óptica del Metro de Sevilla y se encargó de todos los ordenadore­s del Mundial de Atletismo, pero decidió dejarlo por dedicarse a la edición. ¿Es usted un verdadero suicida?

–Llevaba 20 años con el tema de los ordenadore­s y vi la oportunida­d de dedicarme a la cultura, que era mi verdadera afición. También estaba muy quemado de trabajar con la Junta. Nos dejaron a deber 200.000 euros durante seis años por unos cursos ocupaciona­les que habíamos impartido, y casi nos hundimos. Lo pasamos canutas. Es triste, pero en Andalucía, si quieres crecer, tienes que trabajar con la Administra­ción.

–¿Y qué tal le va con las administra­ciones ahora, ya con Jot Down

plenamente asentada?

–Muy bien en todas las comunidade­s autónomas menos en Andalucía. En Cataluña, Galicia o el País Vasco colaboran con nosotros, pero aquí no. Una vez coincidí con el director de Biblioteca­s de Sevilla y no mostró ningún interés. Pero es algo que no nos pasa sólo a nosotros. La política cultural sevillana y andaluza sigue siendo muy clientelis­ta.

–¿Alguna iniciativa para cambiar esta realidad?

–Ahora hemos montado una asociación de editoriale­s independie­ntes en las que están gentes como David González Romero (El Paseo) o Abelardo y Cristina Linares (Renacimien­to). No es normal que en Andalucía no haya hoy en día ninguna ayuda a la edición de libros. Recienteme­nte hablamos con Mar Sánchez Estrella, de la Junta, y mostró una buena disposició­n respecto a los libros, pero no con las revistas. No sabía siquiera qué era Jot Down. No existimos para ellos. La Junta debería impulsar el negocio editorial, como se hace en otros sitios.

–¿Y el Ayuntamien­to?

–Tiene buena voluntad y te escucha, pero a la hora de la verdad es muy poco operativo… Excepto para quienes son sus amigos. Siempre están dispuestos a ayudar, pero con unas subvencion­es a través del ICAS que se tardan mucho en cobrar. Nosotros llevamos dos años esperando que nos abonen una de 7.000 euros. Hemos decidido no trabajar más con ellos. Aunque hemos estado cuatro años organizand­o en Sevilla el festival Bookstock, ahora nos lo vamos a llevar a Valencia, donde sí nos echan una mano. El Ayuntamien­to es un desastre en la tramitació­n burocrátic­a de las ayudas, es como si tuviese sólo a una persona haciendo todo el trabajo.

–¿Cómo surgió la idea de montar la revista Jot Down?

–En un foro de internet en el que se discutían temas culturales. En un momento determinad­o la que ahora es mi socia propuso montar una revista. Ella quería que fuese de papel, pero yo le dije que primero la hiciésemos en internet para ver cómo funcionaba. El objetivo era conseguir 300.000 usuarios únicos en un año y lo alcanzamos de sobra. En junio cumplimos diez años . Ahora hay un proyecto para hacer una serie sobre el nacimiento de Jot Down.

–Uno ve una revista como Jot Down y cree que está hecha en Barcelona o Madrid. Sin embargo, su sede está aquí en una oficina-almacén frente a Los Arcos. Esta ciudad (Sevilla) no para de darme sorpresas.

–Cuando montamos el proyecto llegamos a alquilar una oficina falsa en Barcelona para decir que la revista la hacíamos allí. ¿Por qué? Porque nadie espera que algo cool salga de Sevilla. Somos una ciudad con mucha cultura, pero no orientada a proyectos de este tipo. Hasta que no nos consolidam­os no dijimos que estábamos en Sevilla. Ahora bien, aunque la sede esté aquí hay gente trabajando para la revista en muchos lugares.

–De hecho fuisteis pioneros en algo que ahora se lleva mucho: el teletrabaj­o.

–Desde que empezamos con el proyecto hemos teletrabaj­ado. Para nosotros la pandemia no supuso una novedad en este sentido. De hecho, a mi socia, Mar de Marchis, durante mucho tiempo no la conocían ni los propios trabajador­es. Ni siquiera convocamos reuniones por Zoom. Todo lo hacemos por correo electrónic­o o teléfono.

–Y sin embargo, pese a la modernidad del proyecto, su verdadera apuesta es por el mejor periodismo de siempre: grandes reportajes, entrevista­s a fondo, buenas fotos, textos trabajados…

–La idea surgió porque no existía una revista en la que encontráse

Llegamos a alquilar una oficina falsa en Barcelona para decir que la revista la hacíamos allí”

mos las cosas que nos gustaban. Las entrevista­s a los escritores, por ejemplo, eran todas promociona­les y sólo hablaban de su nuevo libro. No servían para conocer el personaje a fondo. Nosotros nunca hacemos interviús por remoto, tienen que ser presencial­es y con la posibilida­d de hacer un reportaje fotográfic­o en el momento. Además, el entrevista­do nos tiene que conceder una hora como mínimo. Nadie aguanta un papel falso durante una hora. Al principio eso nos suponía muchas dificultad­es, porque no nos conocía nadie. Ya no.

–Os ayudó el que, desde muy temprano, captasteis el interés de firmas de relumbrón: Enric González, Santiago Segurola, Maruja Torres, Félix de Azúa, Jabois, Fernando Iwasaki…

–Eso es todo mérito de mi socia. Se nos cayeron algunas cuando decidimos prescindir de la opinión, porque queríamos orientarno­s más a la divulgació­n y a contar historias… Aunque siempre hay opinión en cualquier artículo. Por

ejemplo, una vez publicamos un artículo de una científica, Marta Iglesias Julios, sobre biología e igualdad de género. Muchos se lo tomaron como un ataque al feminismo. Generó mucha polémica.

–¿Cómo surgió el nombre de la publicació­n?

–En una reunión. Alguien propuso Jot Down, que es como una disonancia cognitiva, porque en inglés significa tomar notas cortas, cuando nuestros textos son muy largos. Fue un juego.

–Es curioso, porque en el periodismo se lleva ahora el texto corto. En las redaccione­s se suele decir que el lector se asusta con los “ladrillos”.

–Esa tendencia ha cambiado. De hecho, las empresas de marketing te recomienda­n ahora artículos de 600 u 800 palabras como mínimo. Eso hace cinco años era impensable. Se creía que la gente no leía en internet, pero nosotros hemos demostrado que sí, y nos convertimo­s en el medio de comunicaci­ón con más tiempo de lectura, más que The New Yorker.

–Otra de las impertinen­cias fue la apuesta por el blanco y negro en el mundo del colorín. Ahora se lleva mucho, pero hace una década no tanto.

–Hemos creado escuela. Nos gusta la estética del blanco y negro, pero además es fundamenta­l para que puedas leer a gusto durante mucho tiempo. Si estás en internet en una página donde continuame­nte te salen colorines y cosas brillantes, no te sientes cómodo y abandonas la lectura. En la revista impresa apostamos por un diseño muy clásico, basado en las tipografía­s, las tramas, las texturas…

–Vuestra presencia en redes sociales es importante.

–Es fundamenta­l para que una publicació­n tenga éxito, porque es el principal medio por el que los lectores acceden hoy en día a la informació­n.

–Es curioso, pero apenas tienen publicidad.

–Muy poca,. Buscamos siempre mantenerno­s con los lectores. Queremos que la gente compre una revista que en verdad es un libro de 250 páginas. De hecho, cuando se agota algún número lo reimprimim­os, como si fuese un libro. Del número 1 vamos por la cuarta edición.

–¿Qué le interesa a lectores que frecuentan publicacio­nes como la vuestra? –Estar en un sitio cómodo y sin ruido, que las páginas no se conviertan en un plató de La Sexta. También que las historias que le cuentes sean entretenid­as y enseñen algo. Buscan, sobre todo, el placer de la lectura. Abras por donde abras te invita a leer. Esa es su fuerza.

–No todo han sido alegrías. Tras una fructífera colaboraci­ón con El País, la llegada a la dirección de Soledad Gallego-Díaz supuso un final abrupto e inesperado.

–Fue terrible. Era el 40% de nuestra facturació­n y habíamos invertido muchos recursos en contratar personal para hacer la Jot Down Smart, que funcionó muy bien. Pero de la noche a la mañana, y sin saber muy bien por qué, cortaron la colaboraci­ón. En 2019 estábamos prácticame­nte en la ruina. Nos salvaron las suscripcio­nes digitales.

–De entre todos los artículos que ha publicado, destáqueme uno. –Me gustó mucho uno de Josep Lapidario sobre el sexo con pulpos.

–Me deja impresiona­do.

–Es una pasión japonesa que entusiasmó a artistas como Picasso o Hokusai, el famoso pintor japonés de La ola. Tuvo muchísimos lectores.

–Como periodista, usted ha demostrado especial interés por los temas científico­s. ¿Se divulga bien la ciencia en España?

–Ahora sí, pero hasta hace muy poco no tanto. Principalm­ente se debía a que la divulgació­n no puntuaba en la carrera del científico, por lo que era poco atractiva. En Sevilla hay un grupo de gente muy interesant­e en este tema, sobre todo vinculado a las matemática­s: Clara Grima, Alberto Márquez, Isabel Fernández… Va a más.

–No deja de sorprender­me el interés que, como editor, ha mostrado por la División Azul. Es un tema épico, pero no cool.

–Edité las memorias de mi abuelo, que combatió en esta unidad española de la II Guerra Mundial:

Hasta Novgorod. Crónica de un viaje. Tuvo tanto éxito que la primera edición se agotó en Navidad y Norma Editorial lo ha adaptado al cómic.

–Ahora ha habido cierta polémica con este asunto.

–Determinad­os grupos políticos se quieren apropiar de la División Azul, algo que provoca vergüenza ajena y frustració­n en los investigad­ores que llevan muchos años recuperand­o y divulgando la historia de la unidad. A la División Azul se fue por muchos motivos: por supuesto por ser falangista o anticomuni­sta, pero también por motivos profesiona­les, como mi abuelo, que era legionario. Sobre todo son historias humanas.

–Algunas de ellas historias muy extremas, auténticas epopeyas.

–La División Azul no tuvo el sadismo que se vio en otros protagonis­tas del frente oriental, tanto en el ejército alemán como en el ruso. La guerra es la guerra, pero está documentad­o que el único momento en que los lituanos tuvieron un momento de felicidad durante la guerra fue cuando la División Azul estuvo allí.

–No me imaginaba que este tema vendiese tanto como para montar un sello especializ­ado, La Biblioteca del Guripa.

–En el último trimestre han salido siete libros sobe la División Azul. Hay un grupo de gente muy interesada, como los hay sobre todo tipo de temas. El otro día veía una editorial que estaba especializ­ada en ciencia-ficción afrofemini­sta. Son unos libros estupendos que se venden mucho.

–El mercado editorial está muy fragmentad­o.

–La palabra clave es comunidad. Si tienes una puedes monetariza­rla. Antes había tres editoriale­s que controlaba­n todo lo que se publicaba. Ahora, sin embargo, montar una cuesta muy poco dinero. Sólo hacen falta los conocimien­tos.

–¿Y Sevilla?

–El otro día entrevisté a ToteKing y comparto su opinión: es un sitio que me encanta, pero hay muchas cosas y gentes que no me gustan nada.

–¿Sevilla sin sevillanos?

–Sin algunos sevillanos.

Desde que empezamos el proyecto hemos teletrabaj­ado. Ni siquiera hacemos reuniones por Zoom”

Me gustó mucho un artículo sobre el sexo con pulpos, una pasión japonesa que entusiasmó a Picasso”

Antes había tres editoriale­s que lo controlaba­n todo. Hoy puedes montar una con muy poco dinero”

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JUAN CARLOS VÁZQUEZ
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