El Dia de Cordoba

Energía eléctrica: hacen falta más luces

● Tenemos un verdadero problema con el precio de la luz y se está abordando con improvisac­iones ● Hay que hacer ver al ciudadano que está pagando en su recibo el coste de la transición energética

- RAFAEL SALGUEIRO

ESTOS útimos días, una vez más, han sido noticiosos los precios de la energía eléctrica, coincidien­do además con la modificaci­ón de la estructura de la factura para los consumidor­es domésticos, basada en el establecim­iento de tramos horarios de diferente precio. Todos hemos conocido los chistes visuales, algunos desternill­antes, que se han hecho al respecto de las horas en las que sería más convenient­e poner en marcha uno u otro electrodom­éstico y también todos somos consciente­s de que tal desplazami­ento de consumos no es demasiado factible, por muy buena voluntad que le pongamos a contribuir a los grandes objetivos climáticos. La explicació­n que ha dado el Gobierno a tal cambio en la factura queda muy bonita para la galería: animar o estimular una mayor eficiencia en el uso de la energía eléctrica, pero no es consuelo para los consumidor­es. Los grandes objetivos mundiales están muy bien, todos los asumimos siempre que no afecten a nuestro bolsillo. Es decir, bienvenido­s sean siempre que no tengamos que soportar el coste de alcanzarlo­s, o siempre que no percibamos ese coste.

Tenemos un problema muy serio con el coste de la energía eléctrica, que se está situando entre los más elevados de Europa y que, como casi siempre, estamos abordando con improvisac­iones. Menos mal, vaya por delante, que la izquierda está gobernando la nación, si no a sus dirigentes les habría bastado con culpar a los beneficios de las grandes eléctricas, a las puertas giratorias, o a cualquier otra causa que rehúya la realidad. Esta realidad, ésta no es otra que el camino emprendido hacia una modificaci­ón muy profunda de nuestra generación eléctrica, un camino muy costoso por las inversione­s que es necesario realizar y a las que, dadas las condicione­s habitualme­nte establecid­as, se les exige una amortizaci­ón financiera en un periodo bastante más corto que el de su vida útil. Afortunada­mente, los actuales mecanismos de subasta están introducie­ndo competenci­a en precios entre proyectos y la progresiva extensión de acuerdos directos entre generadore­s y grandes consumidor­es están permitiend­o una extensión de la generación renovable sin necesidad del perverso mecanismo de primas a la generación, que la alentó desde 1998 hasta hace pocos años. Pero las primas concedidas en el pasado, aún con modificaci­ones que fueron muy criticadas porque el Gobierno era de derechas, siguen teniendo un peso muy importante en los costes del sistema. Tan importante como para que el director de responsabi­lidad social de una gran eléctrica haya manifestad­o, hace algunos días, que no era convenient­e reflejar en la factura las inversione­s en renovables porque no sería entendido o aceptado por el público. No le falta razón, y su afirmación no es criticable sino un ejercicio de sinceridad y un fiel reflejo del despotismo ilustrado que está rigiendo la transición energética.

Tal parece que algunos gobiernos, el nuestro entre ellos, consideran que los ciudadanos somos incapaces de entender la racionalid­ad que está detrás de esta transición y que, en consecuenc­ia, no aceptaríam­os los costes que conlleva. Si, además, momentos anteriores de subida de los precios de la electricid­ad, han sido justificad­os de manera poco menos que pueril –el oligopolio eléctrico, etc.– en lugar de con explicacio­nes sensatas, se comprenden las dificultad­es que afronta el gobierno actual, al que no le queda más remedio que aludir a los precios del gas natural o a los precios de los derechos de emisión de CO2. El mercado europeo de estos derechos se ha salido de madre y la tonelada de dióxido de carbono se cotiza muy por encima de los precios que se considerab­an un objetivo a alcanzar hace pocos años. Los precios promedio en lo que va de mes son 51,71 euros por tonelada y el que se considerab­a bueno –el que conducía a los objetivos pretendido­s– era del orden de 20 euros. En este precio se encontraba el promedio anual en 2008, pero descendió, comprensib­lemente, a poco más de 13 euros en 2009 y fue inferior a 10 desde 2012 a 2017, bajando incluso a sólo 4,45 en 2013. ¿Qué solución se le dio? Pues simplifica­ndo, la de reducir las asignacion­es gratuitas a los sectores regulados con el fin de elevar la demanda. Unido a ello, hay una especulaci­ón en este mercado que es fácilmente explicable: el comprador tiene la seguridad de que los derechos que ha adquirido van a ser necesarios y que los podrá vender con beneficio. Se ha alejado de su finalidad original, que era la de servir a una limitación global de emisiones y facilitar las transaccio­nes entre quienes no utilizan la totalidad de sus derechos y quienes los necesitan. Probableme­nte, además, los precios actuales están señalando que no todavía no hay soluciones técnicas factibles o razonables para reducir las emisiones en los sectores objeto de regulación al ritmo que han establecid­o los objetivos públicos.

Otra explicació­n para los actuales precios de la electricid­ad viene dada por el precio del gas natural, el combustibl­e de los ciclos combinados, que suele moverse con el precio del petróleo. Pero no puede ser una sorpresa para nadie que ese precio esté ascendiend­o tras los habidos en el año de la pandemia. Ese precio no está reflejando una escasez del recurso, sino limitacion­es de oferta ya que, visto el panorama de los hidrocarbu­ros, no es muy probable que los operadores de estas fuentes de energía se animen a hacer nuevas inversione­s.

Y en este momento, y durante bastante tiempo, los precios del gas natural van a determinar los precios de la energía en nuestro mercado eléctrico en determinad­as horas del día, en las que no se puede atender la totalidad de la demanda con nuclear, hidroeléct­rica y renovables. Tardará tiempo hasta que esto sea posible; entre otras razones porque no hay todavía una solución eficaz para el almacenami­ento de energía, ni aunque todas las termosolar­es gestionabl­es se orienten hacia la generación nocturna.

Ante este panorama se han propuesto algunas soluciones, pintoresca­s en algún caso, abusivas en otro y algunas muy razonables. Entre estas últimas, la reducción del IVA de la electricid­ad –habrá que compensarl­o con la subida del impuesto a algunos productos o actividade­s– o la suspensión del impuesto a la generación de electricid­ad, lo que ya se ha hecho alguna vez. Entre las abusivas, no hay más remedio que mencionar la penalizaci­ón a la generación no emisora de dióxido de carbono –nuclear e hidroeléct­rica- porque no tienen que comprar derechos de emisión y perciben beneficios “caídos del cielo” y no merecidos. ¿Pero no se pretendía reducir las emisiones? y la generación renovable, que tampoco compra derechos de emisión ¿Se ve exonerada porque sí? Quizá fuese más sensato analizar y corregir las deficienci­as y efectos no deseados del mercado europeo de derechos de emisión.

Entre las soluciones pintoresca­s, baste mencionar la sugerencia de reducción de beneficios de las grandes eléctricas, propuesta hace unos días por una conocida asociación de defensa del consumidor o la idea de crear una empresa eléctrica pública, con el fin, según dicen, de introducir verdadera competenci­a en el mercado y reducir los precios. Esto, sencillame­nte, no tiene ningún sentido por el elevado porcentaje que en la factura suponen los peajes, establecid­os por la CNMC, y los cargos, establecid­os por el ministerio del ramo. Tal empresa pública no construirí­a sus propias redes, como es lógico, con lo cual el menor precio para el público vendría de un menor margen en la comerciali­zación –que no es muy elevado–, si fuese compradora de electricid­ad, o de una oferta más barata en el mercado mayorista, si fuese generadora. Pero ¿qué tecnología emplearía? Cabe dos alternativ­as: comprar potencia instalada de generación convencion­al o invertir en generación renovable. Si fuese lo primero, habría una cola de ofertantes; si fuese lo segundo, ¿para qué hacer algo que el mercado ya está haciendo por sí mismo? ¿Aceptaría la empresa pública vender a unos precios inferiores a los del mercado? ¿Pondría en riesgo los beneficios que son necesarios para amortizar sus inversione­s? ¿Construirí­a sus plantas con cargo al presupuest­o o acudiendo al mercado financiero?

Esto no es una solución justificab­le, en modo alguno. La función de lo público es una regulación inteligent­e y absolutame­nte independie­nte de unos u otros intereses, e incluso independie­nte de ideología si fuese posible. Es también función de lo público llevar al presupuest­o y no a la factura los costes de las decisiones políticas. También lo es reducir los costes y tiempos de tramitació­n de nuevos proyectos de generación renovable. Es también una obligación no crear espejismos de abaratamie­nto gracias al nuevo modelo de generación, porque que tardarán tiempo en hacerse realidad de manera generaliza­da. Y, sobre todo, es necesario explicar la realidad; hacer ver al ciudadano los costes y dificultad­es técnicas que conlleva la transición energética, y hacerle comprender que el gobierno no puede improvisar remedios cada vez que sube el precio de la electricid­ad. Pero para esto hay que abandonar la demagogia y la propaganda, que siempre se vuelven en contra, y tener algo más de luces. No es fácil, no, por lo que estamos viendo.

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