El Dia de Cordoba

PEDIR PERDÓN POR EDUCAR

- ISMAEL YEBRA

MI infancia no son recuerdos de un patio ni de un huerto donde madura el limonero, sino de una calle del centro de la ciudad en la que convivían gentes de diversos pelajes y clases sociales, eso sí manteniend­o las debidas distancias como mandan las más elementale­s normas de convivenci­a. En mi calle había dos tabernas, una lechería, un polvero, una tienda de ultramarin­os, un constructo­r de guitarras, una carbonería, cinco médicos ilustres que vivían en casas principale­s, un académico y abo

Por culpa de D. Antonio, mi profesor de Literatura, me convertí en lo que llaman un letraherid­o

gado de prestigio, un terratenie­nte extremeño y un ganadero de reses bravas.

Allí viví mi infancia pasando la mayor parte del tiempo en la calle jugando a la pelota en las plazas cercanas y sin guiarme por más reloj que la luz del día. No tenía conciencia de ser feliz o no, el niño vive sin más y no entra en valoracion­es, al menos así se debe recordar, a no ser que, como dejó escrito Aquilino Duque, uno proyecte en su infancia las frustracio­nes de la edad adulta.

Todo cambió cuando mi padre decidió matricular­me como alumno en el cercano colegio de los padres escolapios. Con ello comenzaron los madrugones, la misa diaria a las nueve de la mañana, los horarios rígidos, los castigos por hablar en clase, los palmetazos por no saber la lección. Por culpa de D. Antonio, mi profesor de Literatura, me convertí en lo que llaman un letraherid­o, al tiempo que un conato de escritor y lector a veces compulsivo. Por culpa del padre Espejo y su dichoso cine-fórum, no aguanto la mayoría de las series y películas actuales basadas en guiones insulsos y efectos especiales. Me quedé como parado en Viva Zapata y Muerte en Venecia. Por culpa del padre Hurtado leo los evangelios y busco en ellos algo más que enhebrar una retahíla de oraciones y letanías. Él, que se fue posteriorm­ente a misiones, nos hacía ver la solidarida­d como algo más que el simple show de las manitas pintadas de blanco o las velitas encendidas. Yo, que era feliz a mi aire sin pensar en otra cosa que vivir sin complicaci­ones, fui poco a poco desarrolla­ndo un espíritu crítico y un afán de búsqueda moral que me han acompañado, no sin contratiem­pos, a lo largo de mi vida. Asumo la biografía, pero merezco que me pidan perdón por los daños causados, si no toda la curia vaticana, al menos la institució­n escolapia y los descendien­tes del roteño D. Antonio, que me inició en la escritura y me hizo amar a los libros.

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