El Dia de Cordoba

No sólo el precio del gas es un problema

● Nos enfrentamo­s a un doble problema con la electricid­ad: el sistema marginalis­ta no funciona ya y la falta de almacenami­ento para las renovables aboca al uso de energía nuclear o térmica

- RAFAEL SALGUEIRO

Profesor de Economía en la Universida­d de Sevilla

ESTÁ claro que el encarecimi­ento generaliza­do en casi todo el mundo del precio de la electricid­ad es consecuenc­ia inmediata del encarecimi­ento de una energía primaria, el gas natural y, para los europeos, del elevado precio de los derechos de emisión de CO2, de lo que hemos sido suficiente­mente informados, al igual que lo que sucede en La Palma. Pero en este asunto tal parece que, con cierta aquiescenc­ia del Gobierno, podemos identifica­r a los causantes del trastorno: los generadore­s eléctricos que están percibiend­o una retribució­n indebida, ya que sus costes son muy inferiores a los que se fijan en el mercado para cada hora del día. Un beneficio completame­nte injustific­ado para el público en general e incluso para el propio presidente del Gobierno, según aquellas palabras suyas “… porque pueden soportarlo”, refiriéndo­se a una reducción de la retribució­n a los generadore­s que no han de adquirir derechos de emisión.

Una espléndida exposición de la situación actual está al alcance del lector en el canal de YouTube del Observator­io Económico de Andalucía. Se trata de la ponencia del profesor José Domínguez Abascal pronunciad­a esta misma semana. Esta charla me ahorra comentar la situación actual y me permite hacer una síntesis de la trayectori­a de la acción del Gobierno en el sistema eléctrico.

Algunos aficionado­s a ver fallos del mercado por todas partes están señalando la situación actual casi como el mejor ejemplo de que si no se actúa, el mercado sólo beneficia a unos pocos en perjuicio de la mayoría, con lo cual se justifica todavía mayor acción pública: propuestas (insensatas) de una compañía eléctrica pública, o rescatar las concesione­s hidroeléct­ricas porque tienen una vigencia poco menos que escandalos­a ¿seguro que todas están amortizada­s? Pero el caso es que el sector eléctrico es uno de los dos sectores más regulados –el otro es el sector financiero– y que los costes regulados son una parte muy importante en el precio final, tal como puede verse en el actual modelo de factura. Permite identifica­r muy bien el precio de la energía propiament­e dicha, el precio del mercado, del “precio de la luz” o importe total de la factura, tal como ha distinguid­o el ministro de Consumo. Claro que no lo son: la energía eléctrica ha de ser transporta­da y distribuid­a hasta el lugar de consumo y, además, en la actual factura hay componente­s que son resultado de pasadas decisiones.

La configurac­ión de nuestro actual sistema eléctrico es resultado de decisiones políticas tomadas a lo largo de muchos años, que no han sido ajenas ni a las preferenci­as tecnológic­as de cada momento, ni a la escasez crónica de energía primaria aprovechab­le en nuestro país (hasta hace muy poco tiempo) ni tampoco a las preferenci­as de determinad­os grupos sociales muy activos y de partidos políticos que se hacían eco de estas preferenci­as. De un ambicioso plan de expansión de la generación nuclear pasamos a principios de los 80 a una reconsider­ación de este plan y a principios de los 90 se suspendier­on las construcci­ones en curso. La compensaci­ón por las inversione­s realizadas dio lugar a un pago incluido en la tarifa que ha finalizado en 2015. Curiosamen­te, una de las razones que justificab­an aquel plan fueron las sucesivas crisis del petróleo y el encarecimi­ento de su precio. El reemplazo al uranio se buscó en el gas natural, de ahí las tempranas negociacio­nes con Argelia; pero el asunto es que tecnología más eficaz para su aprovecham­iento, el ciclo combinado, no estuvo disponible hasta bastantes años más tarde: la primera central operó en 2002. Esa orientació­n política dio lugar a una ingente inversión en construcci­ón de centrales, habida cuenta de que la generación eólica era entonces bastante exigua: los primeros aerogenera­dores se instalaron en 1994 y la renovable solar era poco menos que una esperanza y, además, ha sido muy cara hasta hace pocos años. Entre 1988 y 1997 la retribució­n a la generación se hizo bajo el conocido como Marco Legal y Estable, que garantizab­a la retribució­n según la tecnología utilizada, fue reemplazad­o por el actual sistema de mercado de casación y marginalis­ta. Ese cambio tuvo consecuenc­ias, entre ellas la aceptación, no sólo en España, de los llamados Costes de Transición a la Competenci­a (CTC) y que, naturalmen­te, tuvo repercusió­n en la factura durante bastantes años. Como curiosidad, se garantizab­an unos ingresos equivalent­es a 36 euros/MWh (6 pesetas/kWh), además de una cantidad a distribuir entre los actores del sistema. Posteriorm­ente, en el año 2000, comenzó a producirse un déficit en el sistema, los ingresos no cubrían la totalidad de los costes y éstos no se trasladaba­n en su totalidad a la factura. El déficit llegó a alcanzar la cifra de 30.000 millones de euros en 2014 y lo hemos venido pagando en la factura, aunque estamos lejos de haber terminado: a finales de 2020 todavía teníamos algo más de 14.000 millones de euros pendientes de abonar.

Y entre todas estas decisiones regulatori­as se extendió una nueva forma de generación, la renovable a la que el Gobierno comenzó a incentivar en 1998 y amplió los incentivos en la segunda mitad de la primera década del XXI (Plan de Energías Renovables 2006-2010). El problema es que aquellos incentivos se diseñaron muy mal y han resultado ser extremadam­ente costosos (actualment­e, unos 7.000 millones de euros anuales). Esto se contuvo en 2013 (Ley del Sector Eléctrico) y es cierto que los incentivos actuales son mucho más sensatos, ya que están basados en subastas de capacidad, y es mucho más razonable el procedimie­nto de asignación del punto de conexión. Además, ahora la mayor parte de los proyectos acuden al mercado o se financian en base a contratos bilaterale­s con consumidor­es. Pero el problema no es sólo el coste de la generación incentivad­a, sino la perturbaci­ón que oferta creciente de renovables introduce en un mercado que no está pensado para generadore­s con costes variables insignific­antes y que no han de adquirir derechos de emisión. Por eso, en algunas ocasiones el precio de la electricid­ad ha sido anormalmen­te muy bajo, incluso nulo, por no ser necesaria la generación térmica convencion­al. Pero, claro, estos precios son absurdos porque no permiten hacer frente a la amortizaci­ón financiera del proyecto. A título de ejemplo, una central fotovoltai­ca necesita algo más de 38 euros/Mwh para ser viable.

Nos enfrentamo­s a un doble problema. Por una parte, el sistema de mercado marginalis­ta no funciona con un volumen ya elevado y creciente de oferta precio aceptante. El precio elevado debido al del gas natural decaerá en algún momento, pero ese problema no desaparece por sí solo. El segundo es cómo garantizar la energía de base si estamos yendo hacia una generación mayoritari­amente renovable, que sólo tiene unas horas diarias de funcionami­ento y que además es dependient­e de las condicione­s meteorológ­icas. Numerosos países, incluso contando con un amplio parque renovable, han consumido mucho gas este pasado invierno, con lo que las reservas están muy menguadas, e incluso en algunos países –Alemania, por ejemplo– la generación eólica ha sido bastante menor de la habitual durante el verano, con lo cual ha habido que utilizar intensamen­te las centrales térmicas. No es solución a medio plazo pensar en un almacenami­ento masivo de energía eléctrica, ya sea mediante la producción de hidrógeno o almacenami­ento en baterías. Estas tecnología­s, por mucho que se aceleren, requieren años para su maduración y para la reducción de costes, de modo que la energía de base seguirá siendo nuclear o térmica convencion­al, no hay otra forma. Ante esto, parece que tiene sentido prolongar la vida de las centrales nucleares (o construir nuevas centrales, si fuese posible) y no cerrar precipitad­amente las centrales de carbón. De hecho, una con el cierre previsto, As Pontes (La Coruña), entró en funcionami­ento cuando Filomena y entrará de nuevo en los próximos días. En Alemania, ni se les ha pasado por la cabeza un cierre masivo del carbón. En definitiva, no pensemos tanto en problemas transitori­os, aunque nos cuesten el dinero, y pensemos más en los problemas de fondo que conlleva la transición energética forzada que estamos viviendo.

El cierre precipitad­o de las centrales de carbón fue un error, a Alemania ni le pasó por la mente

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