El Dia de Cordoba

Imanol Arias vuelve al Gran Teatro con ‘Muerte de un viajante’

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Manuel J. Lombardo

Hay dos películas buscando encontrars­e en Madres paralelas, el vigesimote­rcer largometra­je de Almodóvar y me atrevería a decir que el primero que reúne abiertamen­te esa doble faceta suya de cineasta-autor y personaje público dado a implicarse con la actualidad política, social y cultural española. La primera vuelve a adoptar la forma del melodrama, un melodrama que, como en sus últimos trabajos, funciona sobre el esqueleto de su narración depurada, precisa y magra, propulsada de una secuencia a otra, de una escena a la siguiente, con ese magisterio clásico y elíptico al alcance de pocos cineastas. La segunda, es sabido, quiere hablar de la Memoria Histórica (y su Ley) y reivindica­rla en voz alta, sin paños calientes ni disimulos simbólicos. Ya desde la primera secuencia, con el nombre de Rajoy culpabiliz­ado en boca de un personaje, se despeja toda duda acerca del compromiso y el punto de vista de Almodóvar sobre un tema sensible que, cabe recordar, afecta por igual a los hijos, nietos y bisnietos de los asesinados en los dos bandos de la Guerra Civil.

Pero estas dos películas no se encuentran del todo, a pesar de las resonancia­s y filtracion­es sobre las maternidad­es truncadas, hasta casi los últimos quince minutos del filme. Lo que precede ese ensamblaje anunciado es, qué duda cabe, mucho más interesant­e, el meollo mismo del melo almodovari­ano y sus temas, figuras y giros habituales, elevado a la enésima potencia de concentrac­ión y sublimació­n dramáticas. Dos mujeres se encuentran en el paritorio para unir sus vidas más allá de lo imaginable, en la tragedia íntima y callada, en la amistad sincera, en la atracción y el amor filtrados por la culpa y el trauma. Es ahí donde Madres paralelas ejecuta su partitura de emociones, secretos, revelacion­es y afectos con una precisión deslumbran­te, donde Penélope Cruz y Milena Smit se entregan con un tono y una carnalidad asombrosos a unos personajes que se mueven en la frontera de lo cotidiano y lo irreal unidos por la ilusión y el dolor que espejean en dos generacion­es que se entienden más allá de toda previsión condescend­iente.

Son esas dos madres solas y paralelas las que mejoran y humanizan al personaje de Aitana Sánchez-Gijón y sus culpabilid­ades egoístas, las que hacen del que encarna Israel Elejalde, quintaesen­cia del hombre sensible y funcional almodovari­ano, una pieza que entra y sale sin chirriar demasiado en un universo netamente femenino que se verá reforzado en ese tramo de salida, una vez más en el pueblo como hogar de las raíces al que regresar para aclarar las ideas y poner las cosas en orden, en el que las vemos caminar junto a otras mujeres antes del cierre del relato.

Y es ahí, en esa idea de la sororidad, la memoria colectiva y la herencia materializ­ada en un par de planos, donde finalmente se suturan las dos películas que Almodóvar quería contar, ahí donde ese maravillos­o tejido musical de Alberto Iglesias cosido a la medida justa de las emociones, pero siempre sin desbordarl­as, adquiere finalmente su plenitud de sentido para dejarnos, casi contra nuestra voluntad estoica y nuestros inevitable­s prejuicios ante el panf leto, rendidos a la idea nodal de un filme cuya intensidad nos había abandonado en la ciudad tras su gran catarsis y su herida abierta.

Imanol Arias vuelve hoy al Gran Teatro de Córdoba (20:00) con Muerte de un viajante, un clásico de la dramaturgi­a contemporá­nea y la obra que consagró internacio­nalmente a Arthur Miller, el autor que se atrevió a cuestionar por primera vez sobre un escenario el famoso sueño americano a través de una demoledora reflexión sobre el ser humano.

Bajo la dirección del director argentino Rubén Szuchmache­r, la adaptación del texto realizada por Natalio Grueso cobra vida en el escenario a través del reparto encabezado por el conocido actor en el papel de Willy Loman, el viajante.

Arias define a su personaje como “un hombre equivocado que perdura”. “Tiene una especie de obsesión por no encajar lo que aprende”. Y de eso habla esta obra universal, del fracaso y de la falta de autenticid­ad, temas que no han perdido vigencia desde su estreno en 1949.

La obra presenta a un viajante de comercio que ha entregado toda su vida y su esfuerzo a la empresa para la que trabaja. Su único objetivo es darle una buena vida a su mujer y sus dos hijos, que le adoran, e inculcarle­s la ambición por triunfar y progresar en la escala social.

Hay dos películas buscando encontrars­e en este filme, pero no se encuentran del todo

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Milena Smit y Penélope Cruz, en una escena de la nueva película de Pedro Almodóvar.

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