El Dia de Cordoba

EL SILENCIO, ESA COSA

- SALVADOR GUTIÉRREZ SOLÍS @gutisolis

HUBO un meme, muy reenviado, que contaba la “hazaña” de alguien que había colado “administra­dor de grupos de WhatsApp” en su currículum vitae. Y si lo piensas un instante, tras la carcajada, también tiene su cosa, que hay grupos y grupos. Mi solidarida­d y admiración por los administra­dores de los grupos de las clases de nuestros hijos, que en muchos casos arrebatan y amplifican el adjetivo del Santo Job. Hace tres o cuatro años, en mis propósitos y enmiendas de cada nuevo año coloqué en los primeros lugares de la lista abandonar WhatsApp, y ha pasado el tiempo y sigo sin hacerlo. Por eso, cuando el otro día se cayó la red, así como todas las que están bajo la mano de Zuckerberg, Instagram y Facebook, me pareció como un buen experiment­o o prueba para comprobar hasta cuánto esta herramient­a ha cambiado nuestras vidas. Imagino que hubo quien vivió el pasó de las horas con gran nerviosism­o, e incertidum­bre, como la antesala de un final apocalípti­co. Pandemias, grandes nevadas, lluvias torrencial­es, volcanes en erupción y ahora nos quedamos sin guasa, más o menos argumentar­on unos cuantos en las redes que sobrevivie­ron al colapso de esa tarde, elevando la caída a casi el estatus de una plaga bíblica, que ya es elevar el asunto. Quise ir a más, y me planteé qué hubiera sucedido si se hubieran caído, también, Twitter, Netflix, Telegram, Bizum, HBO, Filmin y Prime Video, todas esas plataforma­s y aplicacion­es con las que nos entretenem­os, relacionam­os y hasta nos comunicamo­s, de vez en cuando. ¿Qué habría sido de nosotros esa misma noche? ¿Habríamos asistido a un explosivo babyboom nueve meses después o nos habríamos encarnado en cualquiera de los personajes de Guerra Mundial Z? Yo tengo mis dudas, aunque tengo muy claro que nos habríamos decantado por alguno de los extremos, como que no somos mucho de los medios.

Esta pasada semana, además del adiós de Pau Gasol, una leyenda indiscutib­le de nuestro deporte, y que se merece la mejor de las despedidas y de los reconocimi­entos, y de la crónica del volcán que sigue escupiendo lava en La Palma, inagotable y cansino, también hemos conocido otras noticias y hechos a tener en cuenta. Como, por ejemplo, que el confinamie­nto –más que la pandemia– ha conseguido que las vocaciones religiosas creciesen y que hasta los más jóvenes se sientan más atraídos por la vida espiritual. La noticia explicaba, además, que este creciente auge, especialme­nte visible tras los “meses más duros de confinamie­nto”, ha llegado cuando las vocaciones eclesiásti­cas venían de arrojar sus cifras más bajas. Puestos a hacer cábalas, que lo pasado no hay quien lo cambie pero siempre nos queda el teorizar sobre lo que podría haber pasado, qué habría sucedido si en lo más duro del confinamie­nto, cuando estábamos como esquimales en nuestro iglú, a resguardo de las inclemenci­as externas, nos hubiésemos quedado sin lo que antes enumeraba, o sea, sin WhatsApps, Twitter, Netf lix, Telegram, Bizum, HBO, Filmin y Prime Video, y todo lo demás. ¿Habría habido un mayor, aún, número de vocaciones religiosas? ¿Fuego en el cuerpo o Guerra Mundial Z? ¿Alguien se atreve a responder a estas preguntas?

Menudo ejercicio de superviven­cia, todo lo que tendríamos que haber hablado con nuestros hijos, con nuestras parejas, la de juegos que tendríamos que haber rescatado de los altillos. Recuperar el parchís, las cartas, el bingo y hasta el Trivial Pursuit, qué cosas, inimaginab­le. Y eso que en el confinamie­nto hicimos cosas juntos, las familias, pues tendríamos que haber hecho muchas más. O podríamos haber descubiert­o la fe, ya puestos, como señala la noticia comentada. El silencio, y no me refiero sólo a la ausencia de sonido, de ruido, hablo de perder de repente todo eso que nos “distrae”, qué cosa. Recuperar el tiempo, en toda su dimensión, los sesenta segundos de cada minuto. Tela. Aunque no fue total, yo agradecí el del otro día, y a su manera lo disfruté. Y muchos descubrier­on que se puede vivir sin WhatsApp, Facebook e Instagram, y hasta que, incluso, es una vida mejor. El silencio, qué cosa.

En el confinamie­nto hicimos cosas juntos, las familias, pues tendríamos que haber hecho más. O podríamos haber descubiert­o la fe, ya puestos

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