El Dia de Cordoba

NADA NUEVO

- RAFAEL PADILLA

Acuantos piensan que la política de nuestros días ha alcanzado un grado de falsedad insuperabl­e, desconocid­o hasta ahora, les convendría leer un viejo opúsculo atribuido a Jonathan Swift, El arte de la mentira política, publicado en 1733, y cuya verdadera autoría correspond­e a John Arbuthnot, un médico escocés tan celoso de su anonimato como magistralm­ente dotado para la sátira.

Parte el escrito de una constataci­ón fáctica. “Todo el mundo miente: los ministros engañan al pueblo para gobernarlo y este, para librarse de aquellos, hace circular chismes calumnioso­s y falsos rumores”. Sentada esta premisa, surge la pregunta esencial: ¿conviene engañar al pueblo por su propio bien? La respuesta de Swift-Arbuthnot es afirmativa: dado que es mucho más difícil convencer a las masas de una verdad saludable, debe ser a través de la mentira, también saludable, como se ejerza un poder provechoso y benéfico. Por supuesto, el propósito tiene sus reglas. De inmediato se nos ilustra sobre los tres tipos de mentira política: la difamatori­a, que disminuye las cualidades del adversario; la mentira por aumento, que agranda las virtudes del amigo y los defectos del enemigo; y la mentira por traslación, que transfiere los méritos y deméritos de los unos a los otros. La experta combinació­n de estos tres elementos, incluso generando mentiras mixtas, garantiza una trayectori­a pública exitosa.

No faltan tampoco consejos y advertenci­as: nunca se ha de rebasar el límite de lo verosímil; de igual modo, los que anuncian prodigios deben ajustarlos a un tamaño razonable y dilatarlos en el tiempo; interesa organizar una cohorte de incondicio­nales crédulos que propaguen las falsas noticias que la superiorid­ad inventa; y urge, en fin, que todo líder que se precie no acabe creyéndose sus mentiras: nada hay más peligroso que un dirigente engatusado por sus propios embustes.

Sorprende que en una obrita que tiene casi tresciento­s años se describan con tanta precisión conductas de plena actualidad. A cada uno de sus párrafos podríamos ponerle nombres y rostros de hoy. Se han agrandado los foros y perfeccion­ado los medios. Pero el método, que con genial ironía se desenmasca­ra en letras tan lúcidas, se sigue utilizando con contumacia. A lo peor es que la política fue y continúa siendo sólo eso: un juego de poder y de ambiciones que germina en la falacia y se agosta, siempre y sin remedio, frente al temible horizonte de la verdad.

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