El Dia de Cordoba

ANGELITA, PREMIO NOBEL DE LA PAZ

- BERNARDO DÍAZ NOSTY Autor de ‘Periodista­s en el Punto de Mira’

ACABABA de cumplir 55 años y la transparen­cia de sus gestos –era lo que parecía, ni un gramo de impostura– la hacía mucho más joven. Noviembre de 2018, María Ressa en Málaga. Hablamos durante dos días del periodismo que circulaba por sus venas y traducía en un firme compromiso con la libertad de prensa, es decir, con la democracia. Se jugaba el tipo en Filipinas, donde abrasaba la lava del volcán autoritari­o. Había venido a España a recoger un premio internacio­nal, hoy tristement­e desapareci­do. Cuando en la mañana de ayer escuché que era Nobel de la Paz 2021, junto al periodista ruso Dimitry Muratov, la emoción del recuerdo me llevó a compartir estas líneas.

No tardamos en acentuar la empatía con apelacione­s a la olvidada historia común de nuestros países, y después de que ella chapurreas­e unas palabras en tagalo, de una extraña y emotiva resonancia familiar, me descubrió su nombre completo: María Angelita. Ciertament­e, su dulzura invitaba a llamarla Angelita… Bajo esa piel suave, estaba el sólido músculo que aguantaba los zarpazos del autócrata Rodrigo Duterte, empeñado en silenciar Rappler, el digital de Manila que descubría y descubre a diario las enaguas almidonada­s de una democracia impostada, que sobrevive gracias al silencio, la mentira y la inoculació­n del miedo.

Angelita, que sabía bien de lo que hablaba –estudió en Princeton y fue jefa de informació­n de CNN–, parecía más preocupada con Donald Trump que con Duterte. Duterte era la marioneta de un tiempo convulso, en el que los vientos de Washington inf lamaban las hogueras de los predadores de los derechos humanos. Sobre unas hojas de papel, recalcaba sus palabras con pequeños esquemas gráficos. Trump era un desastre mundial para la libertad de prensa y la democracia, cuando las redes sociales, movidas desde la opacidad de las corporacio­nes globales, amparaban los bastiones de la polarizaci­ón.

Si Trump declaraba que la prensa en Estados Unidos era el enemigo público número uno, qué no sucedería en Filipinas o en Brasil, o allí donde los intereses espurios necesitase­n para sobrevivir el relato alternativ­o de la realidad. Era la madre, en fin, de todos los negacionis­mos, empezando por el de las libertades, hoy rescatados por quienes aún laten, ¡y cómo laten!, con los estertores del viejo régimen. Frente a la voz de sus periodista­s –Rappler no dejó de aumentar la audiencia global–, la intimidaci­ón dirigida a ella a través de la policía, la presión fiscal y los tribunales, orquestada en las redes por un ejército al servicio de Malacañán, con troles anónimos, mensajes falsos, webs rebosantes de desinforma­ción, bots replicante­s e influencer­s. Llegó a recibir en una hora noventa mensajes de odio a través de la panacea universal de Facebook... Y en la oscuridad impune, porque aún hay más refugios para los miserables, las continuas amenazas de muerte, secuestro y violación.

Si realmente creemos en la libertad, insistía en una cena deliciosa, más por ella que por la excelente cocina, nunca deberíamos autocensur­ar nuestras voces. ¿O no ocurre así cuando ahogamos el pensamient­o propio y nos entregarno­s a la toxicidad, tantas veces disfrazada de periodismo, que termina arrastránd­onos hacia el griterío de algún púlpito interesado?

Qué inmensa alegría: ¡Angelita, Premio Nobel de la Paz!

Bajo esa piel suave, estaba el sólido músculo que aguantaba los zarpazos de Duterte

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JAVIER ALBIÑANA María Ressa, el día que recibió el premio Libertad de Prensa de la UMA.
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