Viaje de la cochambre a la gloria
● El periodista David Saavedra publica en Anaya Touring ‘Festivales de España’, una completa guía en la que traza un mapa por las citas musicales más destacadas del país
Braulio Ortiz
“En España se celebran más de 900 festivales de música cada año”, cuenta el periodista David Saavedra en la introducción de su libro Festivales de España, una guía amena y rigurosa, publicada por Anaya Touring, en la que su autor traza un completo mapa de estas citas que se han erigido desde hace décadas en un importante reclamo en la oferta de ocio y una sólida alternativa para las vacaciones. Saavedra (La Coruña, 1971), coguionista del programa de TVE Un país para escucharlo y firma veterana de la revista Rockdelux, despliega en su libro un abanico de propuestas diversas: encuentros multitudinarios, convocatorias modestas, iniciativas con una larga historia o con planteamientos novedosos, ubicados en localizaciones singulares, guardianes de las esencias del f lamenco o atraídos por la música avanzada... Del Noroeste, en Galicia, al Madrid Popfest, esta ruta recorre el país y sus comunidades autónomas y se detiene en 60 festivales que van más allá de las dimensiones colosales del Primavera Sound, el Sónar o el
FIB, también presentes en estas páginas. Festivales de España dedica atención a algunas referencias andaluzas como el Monkey Week, la Reunión del Cante Jondo de la Puebla de Cazalla, el Canela Party o la Fiesta de la Bulería de Jerez.
“Cuando se habla de festivales de música”, opina Saavedra, “se hace hincapié en los macrofestivales y las cifras, que suelen estar trucadas además, porque detallan 300.000 personas y se refieren a que han ido 60.000 espectadores durante cinco días, que no es exactamente lo mismo. Las noticias se centran en los grandes grupos, en Radiohead tocando para las masas en un gran recinto, pero por lo general no se han tratado otras cuestiones, como las relaciones que se crean entre el público en festivales pequeños, como el Popfest, el Purple Weekend o el Canela Party. Ahí se genera una sensación de comunidad que igual se ha perdido en el Mad Cool o el Primavera Sound”. Stefan Olsdal, de Placebo, define en una de las entrevistas que incluye el libro ir al Sonorama como “entrar en la casa de una familia generosa y amable”. Joaquín Pascual, de Mercromina, disfruta con el clima de intimidad que se genera en Aranda de Duero con motivo del Sonorama, pero lamenta que en el masivo Primavera Sound, “que está muy bien, como te despistes de tus colegas ya no los vuelves a ver en toda la noche”.
En el prólogo del volumen, Ángel Carmona concibe los festivales de música como “el parque de atracciones del inicio de la edad adulta”, algo que suscribe Saavedra, que ha acudido a multitud de ellos y logró su primera acreditación en el FIB de 1997. “Son como grandes parques temáticos musicales, incluso hay alguno que tiene atracciones, y en ellos en vez de meterte en el Tren de la Bruja vas al concierto de The Cure”, afirma el periodista gallego afincado en Sevilla, para quien “las sensaciones en un sitio y otro son parecidas, coinciden en las ganas de divertirse que tiene la gente, la expectación antes de entrar, cierta impresión de montaña rusa... Pero sí, hay algo iniciático en tu primer festival. Entras en un mundo paralelo, distinto, mejor”.
Antes de explicar las particularidades de cada festival –un análisis que incorpora una ficha en la que se apuntan cuestiones como dónde y cuándo se celebran, el precio de las entradas, cuál es el tipo de público y cuáles los artistas habituales–, Saavedra reconstruye en la introducción de esta guía cómo este ámbito fue librándose de los prejuicios de la sociedad biempensante. “El Canet Rock, celebrado en 1975, se suele considerar nuestro Woodstock”, anota el especialista, “pero hubo otros festivales como el Ciudad de Burgos, que albergó la Plaza de Toros y que contaba con grupos como Triana y Burning. Un periódico tituló La cochambre llega a Burgos y desde entonces se le llamó el Festival de la Cochambre. Esa imagen era la que se tenía en España de estos encuentros”, prosigue Saavedra, que recuerda que la prensa asociaba a menudo los conciertos de rock con desórdenes y violencia. “Era habitual toparse con titulares o textos como Miguel Ríos ha actuado en el Estadio de Riazor. La noche finalizó sin incidentes. A los periódicos les importaba poco qué canciones se tocaban. Es verdad que esa mala fama no venía de la nada, que en los 80 hubo conciertos míticos como uno de Lou Reed en Madrid en el que la gente tiró piedras al escenario y lo asaltó; en otros se daban episodios parecidos y el personal se colaba en masa...”.
Pero “los espectadores empezaron a comportarse de manera más civilizada, a tener más cultu
“Quería ir más allá de Radiohead tocando en un gran recinto, tratar también citas modestas”
Saavedra cree que “hoy hay más festivales, pero la variedad de artistas es mucho menor”
ra musical, una evolución que se dio también en las administraciones públicas, con profesionales que llegaban al cargo y tenían la sensibilidad para entender que una visita de Björk le podía dar prestigio a su localidad, atraía dinero y suponía otra forma de mostrar esa ciudad al mundo”, expone Saavedra. Así nacieron citas como el FIB, el Espárrago Rock, el Doctor Music, el Primavera Sound, el Festimad o el Summercase, propuestas que Saavedra compara a “fiestas triba