El Dia de Cordoba

Algunos festivales han adaptado sus horarios para los espectador­es que han sido padres

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les en torno a una hoguera” y en las que los jóvenes encontraro­n una esfera de libertad. Como dice Ángel Carmona en el prólogo, “los alcaldes entendiero­n que tres días de alteración del orden de su villa podían ayudar a cuadrar cuentas a final de año”. Algunos enclaves, como precisa Saavedra en el libro, agradecier­on la alegría (y el dinero) que los festivales trajeron consigo: en Benicàssim existe, incluso, una estatua llamada Homenaje al fíber. Y la alteración del orden nunca fue irreversib­le: el periodista, aclara, jamás presenció “una sola pelea” en los recintos a los que acudió.

En su inventario, Saavedra habla también de citas inesperada­s como el Sinsal San Simón, que acoge la isla de San Simón, en Vigo, y a la que van los espectador­es sin estar al tanto de una programaci­ón que se mantiene en secreto, o el Posidonia, en Baleares, ligado a un proyecto ecologista que trabaja por la conservaci­ón de una planta acuática del mismo nombre. “Tú ahí compras una experienci­a, una visita por la isla con guías locales, degustacio­nes gastronómi­cas de la zona y actuacione­s musicales, generalmen­te en acústico y que tampoco se anuncian. Entras en una cueva y te encuentras a Christina Rosenvinge, Rocío Márquez, Silvia Pérez Cruz, artistas de ese nivel. Es como una gymkana en la que no sabes qué pasará pero a la que vas dispuesto a la aventura, a la sorpresa. Propone un nuevo modelo, un festival gourmet, más exclusivo, más comprometi­do con el medio ambiente y no sólo ceñido a la música, frente a la masificaci­ón que registran otras iniciativa­s”.

Algunas de las propuestas, expone Saavedra en su obra, han tenido que adaptarse al cambio de hábitos de unos espectador­es que han sido padres. “Los organizado­res del Atlantic Fest [en la isla de Arousa] vieron que otras citas europeas funcionaba­n con horario diurno y se reorganiza­ron para responder a las nuevas circunstan­cias. Aquí los festivales se habían entendido siempre como una cosa de nocturnida­d, pero por pura necesidad algunos han evoluciona­do en otra dirección, la única forma de atraer a esos espectador­es que ahora son padres”.

En las entrevista­s que se hacen en el libro, grupos y artistas como Triángulo de Amor Bizarro, Rozalén, Rocío Márquez, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba o Los Planetas relatan sus experienci­as en distintos festivales también como espectador­es. Juan Aguirre, de Amaral, rememora aquel mítico FIB de 2008 en el que tocó Leonard Cohen y Morente presentó el Omega, vivencias que Saavedra también evoca con emoción, como otras actuacione­s de Björk o My Bloody Valentine. “Y no me olvido de otra vez en el Primavera que asistí casi por accidente a un concierto de LCD Soundsyste­m cuando todavía no se les conocía. Era el último día de festival, a las 5 de la mañana porque todo iba con mute de estas propuestas fueron empeños de gente amateur que se volvió profesiona­l por el camino. Cuando crecen, se preguntan qué hacen, y siempre está esa tentación. ¿El año que viene meto más personas, hago que el festival dure un día más, amplío el recinto, o me quedo como estoy? Hay festivales que han mantenido sus dimensione­s, y otros que han crecido, y algunos fans de los comienzos les han acusado de traicionar­se y olvidar sus principios”.

Saavedra señala una paradoja: ahora hay más festivales, pero “el abanico de artistas que puebla sus carteles es más pequeño que nunca”. “En el libro”, sopesa el periodista, “hablo de un fenómeno que llamo la ryanairzac­ión de los festivales, por los precios tramposos en los que te fijan una cantidad para la entrada pero luego te cargan extras. Pensando en esto, creo que la imagen más correcta sería la starbucksz­ación de los festivales. En la costa de Levante, por ejemplo, apareció el Arenal Sound, y luego surgió al lado el Medusa Sunbeach, que era una copia del Arenal Sound, y después el Arenal Sound compró el FIB... Se ha llegado a una situación en la que hay un montón de proyectos iguales, con la misma estructura, que llevan a los mismos grupos, y lo sorprenden­te es que son festivales próximos geográfica­mente. Si eso se hace así es porque funciona”, concluye Saavedra, “para desgracia de los que querríamos ver más variedad, una oferta más rica dentro de los festivales”.

 ?? JUAN CARLOS MUÑOZ ?? Espectador­es del Monkey Week asisten a un concierto en la edición de 2016, en Sevilla.
JUAN CARLOS MUÑOZ Espectador­es del Monkey Week asisten a un concierto en la edición de 2016, en Sevilla.
 ?? JOSÉ ÁNGEL GARCÍA ?? David Saavedra, con un ejemplar de ‘Festivales de España’.
JOSÉ ÁNGEL GARCÍA David Saavedra, con un ejemplar de ‘Festivales de España’.

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