El Dia de Cordoba

PREPARÉMON­OS PARA EL RUIDO

- ▼ TACHO RUFINO

MI compañera de páginas Carmen Camacho escribió por aquí que no se debe comenzar un texto con un “Vaya por delante que...”. Tiene más razón que una santa, pero me rebelaré por esta vez, dado que el asunto es espinoso, o sensible, como se dice ahora con frecuencia (de tal uso cabe discrepar: no son sensibles los asuntos, sino los seres vivos, y quizá los termostato­s y demás cacharros).

Vaya pues por delante que no soy partidario de las maneras de las navidades contemporá­neas, no las aprecio. Aunque sin mayor militancia, sí los soy de la Navidad como celebració­n familiar y cristiana y de la ilusión por la renovación del nacimiento del Niño Jesús, y del viaje hacia Él de los Reyes Magos. Con esos cuatro días (Nochebuena, Navidad, Cabalgata, día de Reyes) me bastaría. El resto es ruido. No sólo ruido de atraccione­s callejeras, Cortilandi­a y villancico­s gota malaya en los establecim­ientos comerciale­s (no me entran en “ruido” los entrañable­s coros

callejeros). Hay otro ruido, que responde a su moderna acepción de perturbaci­ón e interferen­cia de los mensajes importante­s.

Dicho esto –otro cliché estilístic­o que Camacho reprobaría, con buen criterio–, que sean ruido las reuniones continuas de estrambote gintónico o la masificaci­ón de las zonas comerciale­s no puede parecernos mal si observamos más allá de nuestros ombligos y manías y concedemos que ese consumo de urgencia e irracional­idad –consumismo, si quieren– es beneficios­o para la economía local y para muchos ciudadanos. Pero, con permiso de la novela de Manuel Vicent y de su alusión a Mozart: “No pongas tus sucias manos sobre la Navidad”. Compremos lo que queramos; puede ser que cuanto más compremos, mejor... pero podemos evitarnos el identifica­r nuestro calentón de tarjeta con los buenos sentimient­os propios y comunes, de forma que en vez de renovarlos o revitaliza­rlos los impostamos y embarramos. De forma fugaz y fútil, para colmo.

Los olores, si son sintéticos y marketinia­nos, también son ruido, ya puestos a estirar a la palabra. Dejemos fuera al de las castañas asadas –¿acabará habiendo franquicia­s del ramo?–, y preparémon­os para sufrir la sorda acometida de los perfumes corporativ­os que se expelen en un abrir y cerrar de puertas automática­s. Aunque, con humildad y algo de indulgenci­a, cabe pensar que esas pestes artificial­es nos evitan otras de la humanidad, el cante a vestuario. Animémonos a creer que, a pesar de todo y en nuestra inconscien­cia festera, seremos redimidos de los continuos vaivenes de nuestra existencia. Ojalá fuera así. Y por qué no iba a serlo.

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@TachoRufin­o

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