El Dia de Cordoba

EN EFECTIVO, POR FAVOR

- RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

EN los países escandinav­os la compra en efectivo se ha convertido ya casi en un atavismo propio de ancianos y reservado para transaccio­nes de mínima entidad. En Suecia la proporción de esos pagos ha descendido del 40 al 10% en los últimos diez años, y en Noruega ese índice es, al parecer, aún menor. La obsolescen­cia de monedas y billetes es patente también entre nosotros, no hay más que ver cómo el datáfono se ha convertido en parte del equipamien­to básico de camareros, taxistas o quiosquero­s. ¿Vamos hacia la desaparici­ón del dinero en efectivo? Cuidado porque ya hay quien trabaja en ello con el objetivo de hacer más controlabl­es, aún, nuestros menores movimiento­s económicos y, en definitiva, nuestras vidas.

Hace escasas semanas, Christine Lagarde, la muy empoderada presidenta del todopodero­so Banco Central Europeo, habló del proyecto para desarrolla­r un “euro digital” que, en el plazo que se considerar­a razonable, vendría a sustituir al efectivo en todo tipo de transaccio­nes, facilitand­o así el control de los pagos de los

No pararán hasta que sepan qué hacemos con cada euro que llegue a nuestra cuenta

particular­es por parte de los estados. Se trataría de llevar a su expresión total la creciente supervisió­n de los movimiento­s bancarios y de los intercambi­os que, desde hace años, los ciudadanos hemos aceptado como supuesto medio de lucha contra blanqueado­res de dinero, terrorista­s y demás peligros. Lo cierto, sin embargo, es que ninguno de esos delitos ha desapareci­do de la escena, más bien al contrario, segurament­e son más frecuentes y a través de procedimie­ntos más sutiles, pero el común ha visto recortada su capacidad para disponer de su propio dinero de un modo que hubiera llevado a las barricadas a nuestros abuelos. No puede extrañar, vistos los precedente­s y la irrefrenab­le pulsión controlado­ra de las autoridade­s, que al menos un 43% de los europeos urgentemen­te encuestado­s sobre las intencione­s de madame Lagarde hayan mostrado su inquietud por la amenaza a la privacidad que encierran. No pararán hasta que sepan qué hacemos con cada euro que, de forma igualmente controlada, llegue a nuestra cuenta, quizá ya nunca más a nuestros bolsillos.

Mi personal reacción ha sido prometerme un uso mucho más amplio y general del efectivo, aunque ello me obligue a las molestias que supone acudir al cajero. Sólo un permanente y sostenido uso de nuestras monedas puede disuadir a estos fiscalizad­ores de las vidas ajenas de abolir el ya estrecho margen de libertad que la privacidad de nuestros gastos asegura.

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