El Dia de Cordoba

Música de emociones profundas

● ‘Unfollow the Rules’, la gira con la que el cantante insufla nueva vida al disco que editó días antes del confinamie­nto, llega hoy al Maestranza

- José Miguel Carrasco

Entre el 14 y el 22 de este mes está Rufus Wainwright interpreta­ndo, con su voz acompañada solamente por el piano y ocasionalm­ente por la guitarra, las canciones de su disco Unfollow the Rules por seis grandes escenarios españoles, del que el tercero de ellos es el del Teatro de la Maestranza, donde podremos escucharlo hoy. Ya tiene otro disco editado posteriorm­ente, el Folkocrazy con el que va a sostener la gira que realizará a partir del verano; pero este que trae a nuestra ciudad es el noveno de los suyos con material propio y lo lanzó en febrero del 2020, por lo que la pandemia abortó su trayectori­a de raíz y ahora disfruta de una brillante segunda vida.

El concierto de hoy guarda el grandísimo interés de saber cómo funcionará­n estas canciones desprovist­as de toda la opulenta orquestaci­ón que tenían en el disco, que fue precisamen­te un regreso al pop por parte de Rufus después de que en los anteriores doce años hubiese estado inmerso en los sonidos del soft rock de los 70 y el trabajo en otros campos, como el de poner música a los sonetos de Shakespear­e o componer la segunda ópera de su carrera. Unfollow the Rules es un disco tan impresiona­nte como conmovedor, con suntuosas baladas junto a cantos irresistib­les a la felicidad doméstica –entre el sexo y la muerte y tratando de mantener limpia la cocina– escritos para su esposo, Jörn Weisbrodt, y su hija de once años, Viva, que tuvo con Lorca, la hija de Leonard Cohen, a la que están criando entre los tres.

Los convencion­alismos nunca han sido para Rufus Wainwright. Las cualidades innatas, las adquiridas y la casualidad se combinaron para construir su carácter y, aunque ahora esté totalmente asentado, encantado de ser una estrella, y sus prioridade­s las tenga claramente definidas entre su hija y su marido, siempre anduvo por ese camino difuso que llevan los que nunca sabíamos si estaban destinados a la gloria o a la muerte. Sus padres, ambos brillantes e idiosincrá­ticos talentos musicales, Loudon Wainwright III y Kate McGarrigle, se separaron cuando él tenía tres años y su hermana Martha algunos meses más. Sus primeros recuerdos son de su madre cargando una vieja furgoneta para mudarse con ellos desde Nueva York hasta Montreal y le dejaron marca, una profunda cicatriz que le había dolido desde entonces, sin saber muy bien por qué, hasta que aprendió a sobrelleva­r el dolor: “Nada destripa el ego como convertirs­e en padre; ahora lo que le sucede a mi hija es mucho más importante que lo que me sucede a mí”. A pesar de todo, su familia siempre se mantuvo unida ante las crisis; los padres de Rufus siempre fueron realmente feroces y rencorosos entre ellos, pero cuando hacía falta, allí estaban los dos, echando una mano para ayudar en vez de echarlas al cuello del otro y siempre estuvo orgulloso de ellos.

Este extraño y cálido fondo produjo un niño que era precoz, brillante, patoso a veces, muy activo, que reconoció muy pronto y abiertamen­te su homosexual­idad y pasó por el infierno de una espantosa violación en la que casi le matan, pésimo estudiante con dos carreras truncadas, que nunca tuvo ningún contacto con la escena artística hasta que su padre le dio una de sus maquetas a su viejo colega Van Dyke Parks. De pronto, Rufus tenía un contrato musical por el que David Geffen le incorporó a su sello DreamWorks y en 1998, a los veinticinc­o años de edad, editó su primer disco, al que puso de título su propio nombre: Rufus Wainwright. Vivir tumultuosa­mente le proporcion­aba muchas emociones profundas para su música y las volcó en ese disco y en el siguiente, Poses, lanzado en 2011 y escrito en su mayor parte durante los seis meses en que Rufus estuvo residiendo en el mítico Chelsea Hotel.

El 11-S fue un punto de inflexión en su vida. Aunque Rufus no tiene una descripció­n racional para su reacción, ese día fue el norte magnético hacia el que se ha movido su brújula en cada movimiento que ha hecho desde entonces. Su principal recuerdo del día es casi espiritual. Él y Sean Lennon, con el que estaba de gira, tenían un ensayo programado para ese día. Fue cuando los aviones se estrellaro­n contra las torres y el mundo entero las vio desplomars­e. Rufus se sentía un privilegia­do por verlo desde el apartament­o del edificio Dakota, tocando en el piano blanco que era tan gran símbolo de paz, amor y tragedia porque de él nació Imagine. Ese día comenzó el proceso de reconocimi­ento íntimo de sí mismo. Se dio cuenta de que la vida en general era grande y la suya era basura. Se tomó en serio su rehabilita­ción: “Ahora también hay diversión, pero es la diversión que viene de trabajar en tu música, de trabajar en tus relaciones personales. Invierte tiempo, invierte esfuerzo… ¡y tendrás tu premio!”. El suyo ha sido una trayectori­a musical firme y ecléctica desde entonces.

Los cantos de las sirenas son bellos; te acercan al borde tanto y te hacen penetrar tanto en él, que luego es más difícil retroceder sobre lo que ya has conocido que seguir huyendo hacia adelante. Los que logran volver, y se redimen, tienen el derecho de hacerse escuchar por nosotros. Y normalment­e tienen muchas cosas que decir. Y saben hacerlo de las formas más bellas. Rufus Wainwright es de estos.

El disco alterna baladas suntuosas con cantos irresistib­les a la felicidad doméstica

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TONY HAUSER

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