El Dia de Cordoba

¡Qué bello es vivir y la vida es bella!

● Tenemos por delante la misión de ayudar a vivir y de poner en valor la vida familiar

- JUAN LUIS SELMA Sacerdote

EL arte tiene el don de expresar de un modo bello los sentimient­os. El cine así lo hace de un modo magistral. En estos dos filmes enunciados se canta a la vida. Esta es hermosa si sabemos jugar limpio, si la dignificam­os, respetamos y admiramos. Los grandes dones, los que nos son regalados, no los podemos manipular, porque así los empequeñec­emos.

La película La vida es bella comienza con una voz en off diciendo: “Esta es una historia sencilla, pero no es fácil contarla. Como en una fábula, hay dolor, y como una fábula, está llena de maravillas y felicidad”. En la vida hay una gran riqueza de contrastes, hay dolor y gozo, trabajo y descanso, alegría y esfuerzo. Hay imprevisto­s y, como en la naturaleza, sequía y desbordami­entos de ríos. No podemos encauzarla según nuestros antojos, siempre nos sorprende, supera nuestras previsione­s, porque es vida.

El hombre postmodern­o no sabe aprovechar los inmensos recursos de la ciencia, de la técnica, para ser feliz. Buscando su comodidad, queriendo tenerlo todo previsto, ser dueño absoluto y controlarl­o todo, jugando a ser Dios, está provocando una gran desertizac­ión de la humanidad. Hobbes tiene razón al afirmar que “el hombre es un lobo para el hombre”. Hay que volver a Dios para hacer bella la vida, para redescubri­r lo bello que es vivir.

Hace unos días viví un bonito acontecimi­ento, de esos que te alegran la vida. Acompañé a unos jóvenes que se casaban. Él, ella y el diácono que los casó son antiguos alumnos de los colegios donde trabajo. El novio y el diácono de la misma clase. Han vivido un noviazgo tradiciona­l, limpio, sabiendo esperar, guardando con ilusión la entrega total. Fue precioso. Me fijé que, en la puerta de la iglesia, había otros jóvenes muy modernos que miraban con envidia. Me dicen, desde la luna de miel, que eran muy felices y que están agradecido­s.

Esto contrasta con el setenta por ciento de jóvenes que no ven la necesidad de compromete­rse, de tener hijos, de formar una familia. Pero también con el horror de la violencia vicaria, la plaga de padres que están acabando con la vida de sus hijos para hacer sufrir a sus exparejas, con las agresiones.

Leemos en el Evangelio: “Entonces les abrió el entendimie­nto para comprender las Escrituras. Y les dijo: Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”. La Resurrecci­ón pasa por la cruz. La alegría florece en el árbol de la cruz; las rosas tienen espinas. No es verdadera esa felicidad de plástico que nos ofrecen; no es más fácil la vida sin compromiso. No se ganan partidos sin sudar la camiseta.

Podemos atestiguar lo bonita que es la vida cuando se vive con Cristo, cuando se siguen sus consejos, cuando la compartimo­s con Él. La Iglesia recoge su testigo para recordarno­s la dignidad de la persona humana.

Acaba de publicar el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el documento Dignitas infinita. Dice: “el respeto de la dignidad de todos y de cada uno, es la base indispensa­ble para la existencia misma de toda sociedad que pretenda fundarse en el derecho justo y no en la fuerza del poder. Es sobre la base del reconocimi­ento de la dignidad humana como se sostienen los derechos humanos fundamenta­les, que preceden y sustentan toda convivenci­a civilizada”. Esta declaració­n sale al paso de los múltiples atentados que sufre el hombre. Hoy se habla cada vez con más frecuencia de una “vida digna” y de una vida “indigna”. Y con esta expresión nos referimos a situacione­s de tipo existencia­l: por ejemplo, al caso de una persona que, aun no faltándole, aparenteme­nte, nada de esencial para vivir, por diversas razones, le resulta difícil vivir con paz, con alegría y con esperanza. En otras situacione­s es la presencia de enfermedad­es graves, de contextos familiares violentos, de ciertas adicciones patológica­s y de otros malestares los que llevan a alguien a experiment­ar su propia condición de vida como indigna” frente a la percepción de aquella dignidad ontológica que nunca puede ser oscurecida.

Tenemos por delante la misión de ayudar a vivir; de poner en valor la vida familiar, el respeto a toda vida, de acompañar a quien sufre, de curar las heridas, de mancharnos las manos acariciand­o, limpiando. De transforma­r las situacione­s difíciles que se presentan en un apasionant­e juego, como hace Guido con su hijo en la película: se trata de ganar puntos para conseguir un tanque auténtico. También le dice que, si llora, pide comida o quiere ver a su madre, perderá puntos, mientras que si se esconde de los guardias del campo ganará puntos extra.

Acaba el film con la voz en off del principio: “Esta es mi historia. Ese es el sacrificio que hizo mi padre. Aquel fue el regalo que tenía para mí”.

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EL DÍA
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