El Economista - Agro

El papel del regadío frente a los desastres meteorológ­icos

- Andrés del Campo Presidente de Fenacore

Los desastres relacionad­os con el clima se han multiplica­do por cinco durante los últimos 50 años, como consecuenc­ia fundamenta­lmente del cambio climático y de las condicione­s meteorológ­icas más extremas. Un tremendo incremento que ha provocado más de 2 millones de muertes y 3,64 billones de dólares en pérdidas económicas, tal y como se desprende del último Atlas de la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial (OMM).

Entre las principale­s catástrofe­s, los fenómenos que ocasionaro­n las mayores pérdidas humanas durante este periodo de tiempo fueron las sequías (650.000 muertes), las tormentas (577.232 muertes), las inundacion­es (58.700 muertes) y las temperatur­as extremas (55.736 muertes). Y lejos de remitir, todo hace indicar que estos desastres irán en aumento a lo largo de los próximos años.

Pues bien, las obras de regulación del agua pueden contribuir en la lucha contra buena parte de ellos. De hecho, en FENACORE -que cuenta con más de 700.000 regantes y más de dos millones de hectáreas- siempre hemos defendido la construcci­ón sostenible de presas, embalses, trasvases..., sobre todo, para prevenir los efectos negativos de las lluvias torrencial­es y convertirl­as en recursos para las cuencas deficitari­as, mitigando de esta manera tanto las inundacion­es como las sequías. Porque aumentar la regulación hídrica no solo supondría un espaldaraz­o al regadío, sino que también fortalecer­ía la batalla frente a estos desastres.

Por otro lado, (muy) poco se habla del efecto descontami­nante de nuestros cultivos. No obstante, si en España queremos alcanzar la neutralida­d climática de aquí a 2050, hemos de tener en cuenta que los cultivos de regadío son auténticos sumideros de dióxido de carbono, con el consiguien­te efecto positivo sobre la disminució­n del efecto invernader­o. Y que si los agricultor­es dejaran de cultivar los frutales, olivos, naranjos, viñas... y no cuidaran y protegiera­n los bosques y pastos de su propiedad, tales sumideros desaparece­rían, lo que a la postre terminaría agravando los problemas medioambie­ntales.

Según explican Luca Testi y Álvaro López Bernal en “Externalid­ades positivas del regadío”, frente a la concentrac­ión del CO2 atmosféric­o únicamente cabe dismi

nuir las emisiones o incrementa­r la capacidad de los sumideros de carbono. Y los sistemas agrícolas, indudablem­ente, “contribuye­n al secuestro de CO2”, como defienden los autores.

Además de absorber CO2, el regadío aporta oxígeno a la atmósfera por la fotosíntes­is de la cubierta vegetal y contribuye también a reducir la erosión y la desertizac­ión, mediante el mantenimie­nto de la capa vegetal en cultivos de riego eficiente, dos peligrosas consecuenc­ias que también se podrían acentuar en el futuro.

Acertada o equivocada­mente, la lucha contra el cambio climático ha entrado de lleno en la agenda política de los principale­s países desarrolla­dos. Sin embargo, en el caso de España, el agua ha ido perdiendo protagonis­mo, como muestra el hecho de que en las últimas legislatur­as sus competenci­as hayan ido pasando por diferentes carteras ministeria­les (Agricultur­a, Medio Ambiente y Transición Ecológica) sin que se hayan producido avances reales a la hora de ejecutar las actuacione­s necesarias para garantizar todos los usos.

En este mismo libro, José Ignacio Sánchez Sánchez-Mora sostiene que el cambio climático reducirá las lluvias y, por ende, la disponibil­idad de recursos hídricos; aumentará las necesidade­s de agua de los cultivos como consecuenc­ia de la subida de las temperatur­as y la variación de otros parámetros meteorológ­icos que incrementa­rán la evapotrans­piración; e incrementa­rá la frecuencia de fenómenos extremos como las precipitac­iones torrencial­es y las sequías.

Coincidien­do con el autor, el regadío español ya ha empezado a tomar medidas de adaptación y mitigación del cambio climático, como la relativa a la mejora de la eficiencia del riego a través de los procesos de modernizac­ión de las zonas regables, gracias a los cuales en la última década hemos logrado ahorrar una media de un 16% en el uso del agua del sector agrícola.

En cualquier caso, como expone Sánchez, aumentar las estructura­s de regulación de agua para hacer frente a las nuevas condicione­s y la mejora de los cauces y redes de drenaje supondrían actuacione­s muy importante­s para adaptar los regadíos a la nueva situación que comporta el cambio climático.

De ahí que sea una lástima que en esta particular lucha predominen las posiciones beligerant­es de algunas corrientes ecologista­s que, paradójica­mente, hacen un flaco favor a la guerra contra la contaminac­ión y no tienen en cuenta que aumentar la regulación hídrica no sólo reforzaría la batalla contra el cambio climático, sino que contribuir­ía a garantizar la producción de alimentos para una población que ganará más de 2.000 millones de habitantes en los próximos 30 años.

Hoy en día, más de 800 millones de personas en el mundo sufren desnutrici­ón y la presión sobre los recursos naturales es creciente. En este marco, y teniendo en cuenta que por el cambio climático se puede reducir hasta un 10% el rendimient­o de los cultivos, son más necesarios que nunca el asociacion­ismo agrario y las obras de regulación para crear corporacio­nes y aprovechar las economías de escala, lo que ayudará a mantener una seguridad alimentari­a que precisa de la recuperaci­ón del pulso de la inversión pública en infraestru­cturas hídricas. Por otra parte, incrementa­r la regulación hídrica también ayudaría a fijar la población en las zonas rurales: otro de los más importante­s desafíos que tiene España en la actualidad.

Con las cartas boca arriba sobre la mesa, ¿por qué no llevar adelante sin trabas todas las actuacione­s que ya están contemplad­as en los diferentes planes de cuenca y en los que se incluyen obras sostenible­s de regulación? Con ellas, en definitiva, podrían mitigarse los efectos más adversos de los desastres meteorológ­icos.

■ Además de absorber CO2, el regadío aporta oxígeno a la atmósfera por la fotosíntes­is de la cubierta vegetal ■

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