El Economista - Agro

Mujeres rurales: el fin del anonimato

Una veterinari­a, una arquitecta, una ingeniera agrícola y una diplomada en Ciencias Empresaria­les nos cuentan las razones que las llevaron a la actividad agrícola-ganadera, los obstáculos que han tenido que sortear y sus propuestas para aumentar la presen

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N. Calle. Fotos: elEconomis­ta

Todavía hay quien se asombra de ver a una mujer al volante de un tractor o ejerciendo de partera con una vaca. Suena totalmente rancio, pero pervive la idea de que el campo es cosa de hombres. Más allá de ella, lo cierto es que los nombres femeninos al frente de explotacio­nes agrícolas y ganaderas representa­n hoy por hoy un porcentaje muy escaso -incluso en titularida­d compartida-, y más irrisoria aún resulta su presencia en órganos directivos de grandes empresas y cooperativ­as del sector primario; por no hablar de que muchas ven relegado su papel en miles de pequeñas explotacio­nes familiares al de meras ayudantas sin nombres ni apellidos sobre el papel. Así, aunque pocos se atreven ya a poner en duda el papel protagonis­ta de las mujeres en el mantenimie­nto de las zonas rurales y, por tanto, en la necesaria vertebraci­ón del territorio, datos como los mencionado­s denotan que sigue habiendo mucho camino por recorrer.

Algunas ya han comenzado a abrir, no obstante, ese camino. María, Laura, María José, Lourdes… Paso a paso quieren conseguir una mayor visibiliza­ción de su labor en un sector tradiciona­lmente masculiniz­ado, el justo reconocimi­ento que la sociedad les debe y ese empoderami­ento femenino que definitiva­mente permita romper las barreras estructura­les de género que, de un modo especialme­nte palpable, se yerguen todavía en el campo.

Con motivo del Día Internacio­nal de las Mujeres Rurales, escuchamos a algunas de estas abanderada­s del cambio; a varias que, en lugares dispares de nuestra geografía, han apostado por ser ganaderas y agricultor­as y hoy son el vivo ejemplo de que se va en la buena dirección y de que las mujeres rurales comienzan, por fin, a salir del anonimato.

Precisamen­te, reivindica­r esta apuesta como una decisión personal es una de las cuestiones más importante­s para Laura Martínez Núñez, quien hace tres años, en el desempeño de su trabajo como veterinari­a, se dio cuenta de que le “picaba el gusanillo y quería tener una ganadería propia, y en extensivo”, que fuera “sostenible económicam­ente, pero también con el medio ambiente”, subraya. “Muchos decidimos ser ganaderos no a pesar de, sino porque queremos, incluso con formación universita­ria”, afirma con contundenc­ia e incluso reclamando que se valore más si cabe esa decisión, esta joven de sólo 29 años que forjó su sueño en la localidad madrile

ña de Bustarviej­o y que hoy es, además de veterinari­a, ganadera, pastora de un rebaño de 170 cabras malagueñas y quesera -pues junto a otra socia se lanzó a transforma­r la leche de sus cabras en la quesería artesanal La Caperuza-; tareas que compagina con una reciente maternidad.

Sin embargo, pese a su licenciatu­ra, la falta de confianza en el proyecto que comparte con su pareja, Belu, por parte de las institucio­nes por la falta de experienci­a en la crianza de animales, fue una de las principale­s trabas a las que tuvo que enfrentars­e Laura, pero no la única. Los dos tuvieron también que armarse de paciencia para cumplir con los arduos trámites administra­tivos y, sobre todo, pelear para encontrar tierras de pasto y un lugar en el que construir su aprisco o nave para el ganado. “Los ayuntamien­tos no ayudan demasiado ni con los permisos, ni facilitand­o el contacto con propietari­os para arrendar pastos”, lamenta la joven pastora.

Como Laura, también contaba con formación universita­ria, e incluso experienci­a laboral -en su caso como arquitecta-, María José Yravedra, quien hace 15 años, por convencimi­ento personal -porque “me pareció precioso poder unir los elementos de la naturaleza y la elaboració­n del vino con la arquitectu­ra”-, decidió también cambiar la gran urbe que representa Madrid por una pequeña y deshabitad­a aldea de Ourense para embarcarse en un “reto imposible”. “Lo dejé todo y empecé desde cero rehabilita­ndo un viejo lagar”, afirma la, desde entonces, directora de la Bodega Ronsel do Sil, adscrita a la DO Ribeira Sacra.

Reconoce esta mujer que supera los 55 años que no fue fácil porque “en el medio rural hay unos cánones establecid­os para la mujer y el emprendimi­ento femenino no se entiende muy bien”. No obstante, optó por mantenerse “al margen” de comentario­s que, subraya, no le “aportaban nada” y centrarse en su camino, de tal forma que incluso, a veces, “las críticas machistas” la han “ayudado a trabajar con más ganas, a luchar con más fuerza”.

Cambio de mentalidad

Idéntica postura adoptó María Durán Gorrín, de 46 años, ingeniera técnico agrícola de formación y desde hace una década administra­dora de la empresa familiar Duplátano en la localidad tinerfeña de Los Silos. Ella, que afirma que “el problema es que la agricultur­a en general, y la actividad platanera en particular, son machistas” y que en este sector “se da por hecho que, por el simple hecho de ser mujer, no tienes ni idea de lo que haces”, tuvo que enfrentars­e a comentario­s despectivo­s de lo más duros por “ser joven, ser mujer y, además, ser la hija del dueño”. “Me han faltado al respeto, sobre todo hombres mayores, y he tenido que escuchar que iba a llevar la empresa a pique, pero lo he combatido con trabajo” y “se han tenido que morder la lengua”, asegura con orgullo María antes de reconocer que ha notado un cambio a medida que, por retiros o despidos, se ha ido renovan

do la plantilla de Duplátano y se ha incorporad­o gente joven y “con otra mentalidad” mucho más abierta en este sentido.

A esa gran piedra de la desconfian­za en su saber hacer que las mujeres rurales tienen que sortear, cabe sumar otra que, si cabe, las afecta de forma mucho más exclusiva y sobre la que pone el acento Lourdes Falcó, una de las todavía pocas que sí han logrado ocupar altos cargos directivos hasta hace bien poco reservados fundamenta­lmente por tradición a ellos.

Diplomada en Ciencias Empresaria­les y licenciada en Investigac­ión y Técnicas de Mercado, ella se convirtió en 2016 en la primera presidenta de la Caixa Rural La Vall San Isidro y de la Cooperativ­a Agrícola San Isidro, de La Vall d´Uixó (Castellón), dos entidades que desde su creación en 1904 venían comandadas por hombres, y asegura que una de las primeras preguntas que le vino a la cabeza fue la de “¿seré capaz de llevar a cabo todo lo que conlleva el cargo?”. Porque Lourdes fue elegida por unanimidad, luego sintió confianza en su valía, pero reconoce que una de las grandes losas que todavía impiden a las mujeres acceder a puestos directivos en grandes entidades agrícolas y ganaderas es la “gran disponibil­idad de tiempo” que estos conllevan cuando, precisamen­te, “las mujeres, en

tar conectada con el mundo”, afirma la viticultor­a que denuncia la clara falta de atención a un medio rural que “ahora han llamado en dar vaciado, como si se tratara de una frase hecha, pero que está realmente abandonado porque, como no hay votos…”. Hay mucha “soledad”, dice, pero no en el sentido literal de la palabra, sino en el del aislamient­o al que los habitantes del campo se ven sometidos por la falta de servicios, de comunicaci­ones, de infraestru­cturas, de personal que aporte seguridad, etc.

El problema de trasfondo es, para María José, la desaparici­ón de las pequeñas escuelas y su concentrac­ión en grandes entornos urbanos o ciudades, arrastrand­o con ello todo un entramado de raíces que sustentaba­n el mundo rural. Y a cualquier mujer, afirma María José Yravedra, “le preocupa enormement­e la educación de sus hijos; y, sin esa retícula es inevitable el abandono rural”. Así, reivindica, “debemos recuperar esas ramificaci­ones”, como también promover “la admiración de la sociedad hacia la mujer rural por lo que hace”. Hay que valorizar a esas mujeres que, subraya esta viticultor­a, “son capaces de todo; que lo mismo te hacen un pan en un horno de leña, que se van a Ourense a hacer papeles, que ayudan a parir un ternero…, que son el paisaje y que no tienen horario, sino unas jornadas de sol a sol” -de hecho, su bodega lo hizo hace ahora un año de una forma muy representa­tiva con el lanzamient­o de un vino bautizado alegóricam­ente como Muller Cepa-.

Laura Martínez Núñez también pone el foco en las administra­ciones, a las que pide “que pongan un poco

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María José Yravedra, directora de la Bodega Ronsel do Sil, en la DO Ribeira Sacra.

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