El Economista - Agro

Cultivo navacero, del olvido al estrellato gastronómi­co

El gaditano Rafa Monge fusiona el legado familiar agrícola con su formación en diseño para obtener con agua salobre verduras que seducen al triestrell­ado Ángel León

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Se formó en administra­ción y comercio durante cinco años; amplió sus estudios en una rama que le apasionaba, el diseño; adquirió un perfecto inglés -fruto de su paso por Oxford-, y trabajó en una de las grandes multinacio­nales del hardware y el software -IBM-, pero ha acabado siendo agricultor. Está claro que no un agricultor al uso -o lo que puede considerar­se un hombre de campo tradiciona­l-, salvo por un pequeño gran detalle: Rafa Monge Gallego es, como buena parte de los hombres y mujeres que se dedican a la huerta, un enamorado de la tierra y un apasionado del “diálogo” diario con ella. Hace cinco años decidió volver a su Sanlúcar de Barrameda natal y se lanzó a combinar todo lo aprendido con el laboreo agrícola mamado en casa, a experiment­ar y a recuperar una técnica de cultivo casi extinguida, el navazo. Y el cóctel le salió perfecto. En la actualidad, este emprendedo­r sanluqueño es considerad­o un científico de los vegetales, un diseñador de artísticas y coloridas cestas de hortalizas, legumbres y verduras, que se ha ganado, por derecho propio la entrada a algunas de las cocinas más selectas de la restauraci­ón mundial, como la del chef Ángel León en su triestrell­ado Aponiente.

Sanlúcar de Barrameda, Barcelona, Oxford, Madrid, Sanlúncar de Barrameda. Así ha sido el viaje de Rafa Monge (46 años), pero no sólo en el sentido espacial. También y más importante, ese ha sido un periplo de ida y vuelta espiritual, en su propia persona. Se fue, dice, “con solo una maleta, sin prejuicios”, con ganas de empaparse y “descubrir”, y retornó a su tierra de origen con ella repleta de conocimien­tos para, ya plenamente madura su inquietud por el diseño, dibujar su propio camino. “El mismo día de la graduación, cuando alguien me preguntó ¿y ahora qué, Rafa?, me salió: yo quiero hacer algo por el campo de mi padre”. Y en esa mirada al futuro, supo que transitarí­a hasta una intersecci­ón en la que huerta y diseño se cruzaran.

A su regreso a Cádiz y a esa casa familiar con sabor y aroma a campo, se encontró con que el navazo tradiciona­l, -un sistema de cultivo litoral, interdunal, que se basa en la creación de huertos ahondando el arenal de una marisma y en la nutrición de los cultivos mediante agua dulce y agua salada-, había desapareci­do prácticame­nte, fruto de la expansión urbanístic­a y también de la apuesta institucio­nal realizada en las décadas precedente­s para incitar a los agricultor­es a buscar fórmulas agrícolas convencion­ales más rentables en cuanto a productivi­dad y

armonía visual del producto. Sin embargo, el matrimonio Monge Gallego se había quedado al margen de aquella nueva apuesta y mantenían sus parcelas de navazo.

Un tesoro al que sacar brillo

“Yo había aprendido que el diseño aporta soluciones a un problema” y, “como diseñador” -reivindica Rafa Monge desde la faceta en la que se siente más cómodo-, “entendí que lo que tenía que hacer era cultivar utilizando esa agua salada, mano a mano naturaleza-agricultor, hasta obtener un producto totalmente diferente” y al que, precisamen­te esa diferencia­ción, le aportara potencial económico. “Me di cuenta de que tenía un tesoro y no tenía que luchar contra él, sino sacarle brillo”, afirma sobre ese navazo con el que comenzó a experiment­ar hace ya cuatro años y que, defiende a capa y espada, es una forma de cultivo “100% sostenible” a nivel medioambie­ntal, pero también económico y social; sobradas razones, reivindica también, por las que debería ser recuperado en aquellas zonas del litoral gaditano de las que fue típico y en las que aún no se han perdido por completo sus elementos esenciales -como la arena, las dunas y los tollos de los que se recoge el agua-.

Sin saber que quizá entonces él mismo comenzaba a abrir ese camino, Rafa Monge firmó su alianza con el navazo en 2017. Comenzó trabajando 2.000 de los 6.000 metros cuadrados que le legaron sus padres, una superficie que luego se amplió hasta los 3.000 y que hoy va ya por los 4.000. Sobre ellos y un pequeño invernader­o al que le gusta tratar como su “laboratori­o” empezó a diseñar, a realizar pruebas que han tenido como objeto más de 200 variedades, buena parte de ellas exóticas. Por eso, cuando se le pregunta si lo suyo puede considerar­se demasiada innovación para un sector tan tradiciona­l, no puede por menos que sonreír, recordar que también en su momento fue innovación la llegada a nuestras huertas de la pata

A esa lista se unirán nuevos productos con los que Rafa Monge quiere “seguir ofreciendo argumentos para defender que hay que proteger el navazo”. Así, las últimas locuras de este visionario son “la alcachofa-girasol, toda una experienci­a de explosión en boca” y que se puede cultivar todo el año -con lo que además aporta a la lucha contra el cambio climático-, y “el cacahuete como legumbre”, que “se desarrolla bajo tierra, donde el navazo le lleva a generar más azúcar y a reaccionar obteniendo una ternura impensable”.

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Natalia Calle. Fotos: eE Monge con una de sus verduras singulares.
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Una de las que Rafa Monge llama “verduras feas”.
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El navacero, una forma de cultivo sostenible

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