“El piñón tiene un futuro muy negro porque no se hace nada por esta joya”
Bisnieto de uno de los primeros propietarios de una cascadora en Pedrajas de San Esteban, localidad vallisoletana considerada el pueblo del piñón por excelencia, nieto e hijo de piñoneros, asegura “con pena” que ama al piñón, pero ha tenido que buscar otras vías para poder vivir.
Son ricos en proteínas, vitaminas y minerales, presentan alto contenido en grasas insaturadas y nadie duda de su valor culinario. Pese a ello, el piñón vive horas bajas; tanto que, si no se le pone pronto remedio, nuestras navidades podrían perder uno de sus sabores más característicos. Así lo advierten piñoneros- recolectores “de toda la vida” como Ricardo Arratia García (48 años). Él, presidente desde hace seis de la cooperativa Piñón Sol, le augura un “futuro muy negro” a un sector que no hace tanto gozaba de buena salud y presumía de ser fuente de riqueza y empleo en el medio rural.
“Un pelín mejor a la anterior” confía Ricardo que sea la campaña recolectora que arrancó hace un mes y se prolongará hasta marzo, lo cual, sin embargo, es no esperar mucho, teniendo en cuenta que la del año pasado resultó nefasta. Lejos, muy lejos quedan las 30.000 toneladas que se recolectaban en una campaña normal en España -fundamentalmente en Castilla y León y Cataluña-, hasta la irrupción de la chinche americana. Desde que este insecto abordara nuestros pinos piñoneros en 2003, el declive ha sido imparable. “En apenas 10 años ha desaparecido el 50% del sector”, ejemplifica el presidente de Piñón Sol, que apenas suma ya ocho socios en Pedrajas de San Esteban (Valladolid), una localidad que llegó a contar con 80 empresas relacionadas con este fruto seco “de las que hoy, posiblemente, no queden más de una docena”.
“La chinche campa a sus anchas; no se hacen tratamientos, no hay investigación, no se hace nada; cero”, lamenta Ricardo antes de lanzar el guante a las administraciones y reclamarlas “voluntad para luchar contra esta plaga” y recuperar “la productividad de los pinares”. Y es que, subraya, la actividad piñonera supone “no sólo empleo rural, sino también importantes ingresos para los ayuntamientos que subastan las piñas”, que repercuten en servicios al ciudadano.
Pese a todo, Ricardo no pierde la esperanza y en estos días acude a las fincas heredadas y a los pinos que, como la mayoría de quienes siguen en la actividad, ha conseguido en subasta, para extraer “lo poco que se puede” mediante la vibración mecánica del pino. Las piñas saldrán del almacén en julio para “extenderlas en la era y que abran al sol”. Posteriormente, los piñones llegarán a la cooperativa donde se mojarán, se cascarán y serán cepillados, seleccionados por tamaño y envasados en sacos, bolsas y tarros de cristal con destino a la venta a granel, hostelería y supermercados. Por el momento, podremos seguir degustándolos a un precio que ronda los 120 euros el kilo -el doble al que lo venden los piñoneros-, por su escasez y también por su calidad frente a los competidores chino y turco. Según Arratia, merece la pena adquirir esta “joya”, a la que defiende como “el fruto seco más saludable”.*