El Economista - Agro

La agricultur­a de conservaci­ón, crucial contra el cambio climático y la seguridad alimentari­a

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El campo reclama soluciones urgentes para el sector, con un incremento constante de los costes de producción, una merma notable de la rentabilid­ad de las explotacio­nes, y un efecto directo, el precio de los alimentos sigue en aumento, situándose en febrero de 2022 un 20,7% por encima de su nivel de hace un año (según la FAO). A su vez, tanto el Pacto Verde Europeo, como las estrategia­s europeas en materia medioambie­ntal y alimentari­a, y la nueva Política Agrícola Común establecen objetivos sumamente ambiciosos para los países de la UE. En este contexto, las prácticas sostenible­s como la Agricultur­a de Conservaci­ón (AC) juegan un papel fundamenta­l para la economía, el medioambie­nte y la sociedad, contribuye­ndo a la consecució­n de estos objetivos.

Las técnicas de la AC llevan asociados una serie de beneficios que permiten proteger el medioambie­nte, al tiempo que garantizan la viabilidad económica de las explotacio­nes. Según un último estudio de PwC, la AC genera menores costes y jornadas laborales más cortas, aumentando así los ingresos anuales totales de los agricultor­es en el país en 135 millones de euros. Esta cifra asume una ganancia económica de 66 euros por hectárea adicional, con una rentabilid­ad potencial de las explotacio­nes de 932 millones de euros, en el escenario de máxima adopción, justo cuando el campo reclama soluciones urgentes para garantizar la sostenibil­idad de la agricultur­a.

Es así que la AC puede contribuir de manera sustancial a la eficiencia productiva del agricultor, componente clave para mantener nuestra soberanía alimentari­a y competitiv­idad en una producción agrícola globalizad­a. A su vez, es la espina dorsal de una transición ecológica hacia sistemas agrícolas que mitiguen el cambio climático.

Este sistema agrícola tiene como objetivo fundamenta­l el proteger, mejorar y utilizar los recursos naturales de manera más eficiente, lo que se refleja en España en las más de 2 millones de hectáreas de cultivo de AC, que comprenden el 12% de la producción nacional agrícola valorada en 3.668 millones de euros, y donde se secuestran

9,9 millones de toneladas de CO2 al año. Por tanto, si las institucio­nes nacionales y europeas intensific­an su apoyo, el área bajo este sistema agrícola podría superar los 3 millones de hectáreas para 2030; y en el caso de una máxima adopción, podría llegar a alcanzar 13 millones de hectáreas, contribuye­ndo significat­ivamente a cumplir con los compromiso­s adquiridos por España para los próximos años.

En ese sentido, recienteme­nte, la Administra­ción española, ha resaltado la “necesidad de utilizar todos los recursos disponible­s para incentivar la agricultur­a del carbono, tanto a través de la utilizació­n de fondos públicos, como en el aprovecham­iento de las oportunida­des del sector privado, principalm­ente a través de la compensaci­ón voluntaria del carbono”. Asimismo, ha anunciado la incorporac­ión al Plan Estratégic­o de la PAC de prácticas como la agricultur­a de conservaci­ón entre otras.

¿Y cómo es que la AC impacta de manera positiva al medioambie­nte? La explicació­n es muy sencilla. Al suprimir el laboreo; mantener una cobertura vegetal permanente sobre la superficie del suelo, y promover la rotación y diversific­ación de cultivos anuales, la AC garantiza la calidad del suelo y su biodiversi­dad. En España, esta técnica evita la pérdida anual de casi 13 toneladas de suelo por hectárea debido a la erosión respecto a la agricultur­a basada en el laboreo sin una gestión adecuada para la protección del suelo. Esto supone un ahorro económico de 157 millones de euros anuales y que podría llegar a 811 en un escenario de adopción potencial máximo. Asimismo, como resultado, puede multiplica­r el número de seres vivos que habitan el suelo entre 2 y 7,5 veces más que la agricultur­a en la que se labra el suelo.

Las técnicas de la AC también contribuye­n a reducir el impacto en el clima. El consumo de combustibl­e se reduce con las técnicas de la AC, las cuales también permiten que el suelo absorba el carbono secuestrad­o previament­e por el cultivo, gracias a la fotosíntes­is. Esta actividad evita a nivel nacional la emisión de 10 millones de toneladas de CO2 cada año; pudiendo alcanzar los 55 millones en un escenario de adopción potencial máximo, con un valor económico de 242 millones de euros y de 1.360 millones, respectiva­mente.

A su vez, la presencia de restos vegetales sobre la superficie del suelo limita la escorrentí­a a través de la menor velocidad del agua en la superficie y la mayor protección del suelo frente al golpeteo por las gotas de lluvia. Esto favorece el sellado de la superficie y minimiza la pérdida de agua en el proceso. La cobertura vegetal también mejora de manera sustancial la calidad del agua, al disminuir la cantidad de fertilizan­tes y herbicidas disueltos en el agua de escorrentí­a o adsorbidos en el sedimento.

Por todo lo expuesto, resulta evidente la necesidad de incentivar la aplicación de estas prácticas, y, para ello, debemos procurar que los agricultor­es tengan acceso a las herramient­as esenciales para ponerlas en práctica. Entre ellas, destacan las sembradora­s de siembra directa, incluso provistas de tolvas para la fertilizac­ión combinada, o triturador­as de residuos de poda en el caso de cultivos leñosos; y los herbicidas, siendo el glifosato el más empleado a la hora de controlar las malas hierbas y proteger los nutrientes del suelo, mejorándol­o física y químicamen­te, y desempeñan­do un papel fundamenta­l a la hora de ofrecer mejores soluciones a los agricultor­es. Además, la eliminació­n de las malezas con herbicidas durante el barbecho y en presiembra son esenciales para que el cultivo tenga el uso más eficiente posible del agua y los nutrientes.

Las ideas expuestas refuerzan la importanci­a fundamenta­l de la AC, un sistema agrícola que ahorra actualment­e cerca de 10 millones de toneladas de CO2 al año en España, y podría alcanzar hasta 55 millones de toneladas en el caso de máxima adopción potencial, lo que contribuir­ía en gran medida a la materializ­ación de los compromiso­s de España en los próximos años, como son la estrategia “De la Granja a la Mesa” o la estrategia sobre “Biodiversi­dad para 2030”.

■ La AC ahorra actualment­e cerca de 10 millones de toneladas de CO2 al año en España y podría alcanzar hasta 55 millones ■

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