Aitana Espirulina, una microgranja para un superalimento
Tras cosechar varios premios, Inés Carballo busca mejorar la producción de esta microalga en la explotación que impulsó en una localidad alicantina de 200 habitantes.
Natalia Calle Fotos: iStock
Su nombre suena a fantasía y, aunque sí, puede parecer cuestión de magia que quepa tanto en algo tan microscópico, lo cierto es que lo de la espirulina no es, si no naturaleza en estado puro. Tanto, que la presencia de esta microalga en nuestro planeta se remonta a hace 3.500 millones de años y, además de ayudarle con la producción de oxígeno, también lo hace con la fijación de CO2. Más aún, por su capacidad nutricional, fue definida por la ONU como el alimento del futuro ya en 1974 y más tarde, en 1996, también por la OMS.
Convencida de ese potencial, hace tres años Inés Carballo Tomé se lanzó a emprender con una microgranja dedicada a su cultivo. El proyecto le ha valido varios premios a esta emprendedora de 41 años, pero, sobre todo, le reporta la satisfacción de poner sobre la mesa que, más allá de macro industrias y mega proyectos, en cualquier diminuto y aparentemente insignificante lugar del planeta puede existir un punto de apoyo desde el que es posible mover el mundo.
Bióloga marina
Era en 2020 cuando comenzaba a germinar esta microgranja en una zona rural huérfana de proyectos empresariales, en plena montaña alicantina, en la Sierra de Aitana, en la pequeña localidad de Guadalest de sólo 200 habitantes. Lo hacía de la mano de una madrileña de nacimiento y alicantina de adopción que, tras formarse en Biología Marina y especializarse en microalgas, había pasado los siete años anteriores en el extranjero trabajando en distintos sectores, incluso en hostelería, hasta que recaló en Francia. “Acababa de conocer el cultivo artesanal de espirulina e iba a irme allí, pero, de pronto, llegó la pandemia”, recuerda Carballo sobre aquel vuelco que, finalmente, la empujaría a apostar por crear Aitana Espirulina Artesanal en una finca familiar de dos hectáreas poblada de olivos.
Aprovechó un bancal abandonado por falta de productividad para instalar un invernadero de 200 metros cuadrados, con dos balsas para cultivar espirulina mediante acuicultura continental, y levantó en sus inmediaciones un obrador-laboratorio “muy chiquitito”. De aquellos primeros pasos en 2021 ha pasado a “duplicar facturación” cada año y, dada la buena acogida, a plantearse para este 2024 dos grandes retos: además de incorporar un innovador producto a su catálogo –un untable a base de espirulina y almendras de un proveedor local–, prevé mejorar la productividad de esta microalga que contiene un 70% de proteínas, nos aporta energía y hierro, contiene todas las vitaminas –excepto la C–, y es ideal como topping para postres o batidos, como potenciador de sabor de platos salados o como condimento para, en disolución, dar a cualquier cocinado un espectacular tono turquesa.
Los comienzos, sin embargo, no fueron fáciles, más bien “toda una odisea”, dice sobre la tramitación ad
ministrativa; pero, por suerte, pudo suplir esas dificultades con el apoyo familiar y los reconocimientos que, en forma de premios, le fueron llegando.
Apenas iniciada su actividad, recibía el primero, del organismo europeo Eit Food, que en 2021 eligió su proyecto de entre 70 como merecedor del premio
Empowering Women in Agrifood en España. Tras empezar “con una gran deuda”, la dotación económica de este premio la dio la posibilidad de culminar la granja, recuerda, mientras que la mentoría de seis meses, afrontar la tarea del marketing, tan importante en todo proyecto, pero doblemente especial cuando, como en su caso, hay que hacer “mucha evangelización” sobre unos productos para la mayoría de los consumidores todavía desconocidos.
A este galardón se unieron el año pasado una de las becas de Fademur y la Fundación Pepsico para participar en la lanzadera Ruraltivity, y el premio al emprendimiento en Acuicultura del Programa de Mujeres Rurales de la Comunidad Valenciana.
La granja alcanzó una producción el año pasado de 280 kilogramos de producto fresco
Cultivo minucioso
Gracias a estos galardones, Aitana Espirulina Artesanal no ha dejado de crecer, hasta alcanzar una producción el año pasado de 280 kilogramos de producto fresco. Sólo una parte de esta cianobacteria del género Arthrospira, que se engloba en el conjunto de las microalgas por ser microscópica y realizar la fotosíntesis, se utiliza en fresco, en concreto para la Verdemiel, una miel cruda de romero de la Sierra de Aitana con un toque de la microalga.
El resto, tras un cultivo minucioso y permanentemente controlado para que no haya presencia de metales pesados ni de ningún otro contaminante, se deshidrata para obtener hebras secas crujientes o para su molienda y transformación en comprimidos. En distintos formatos, la CEO y fundadora vende estos productos en su espacio online, así como en herbolarios y tiendas gourmet y delicatessen de cercanía, asistiendo también a ferias y mercados que le sirven como plataforma para poder hablar de las bondades de esta espirulina pura, natural y sostenible.
No en vano, su espirulina es ecológica –aun no llevando certificado que lo acredite–; se cultiva, sólo entre la primavera y octubre, sin químicos, sin combustibles fósiles, bajo unas condiciones que reproducen las primitivas del mar y la Tierra que tanto le gustan a esta microalga para crecer -con un ph muy alto y una temperatura del agua que ronda los 30 grados-, y establece una perfecta simbiosis con el entorno, ya que utiliza electricidad de fuentes renovables y agua procedente de la lluvia por su pureza, que es posteriormente utilizada para alimentar el olivar de la finca. Además, los envases para su venta son compostables, de cristal reciclable en algunos casos, con tapas de origen vegetal.