El Economista - Agua y Medioambiente

Más vale prevenir que lamentar

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Tras tres años de sequía, ha sido necesario tirar de reservas para poder satisfacer las demandas de agua. Ni siquiera las últimas lluvias han hecho que la situación mejore, por lo que el volumen de los embalses, se encuentra aproximada­mente al 30 por ciento de su capacidad. Con este escenario, donde planea la amenaza de las restriccio­nes, los agricultor­es somos consciente­s de que tenemos que adaptar los cultivos, con el consiguien­te impacto negativo que esto conlleva no sólo para el sector agrario sino para todo el complejo agroalimen­tario asociado.

Cultivos con grandes necesidade­s de agua como el maíz, el arroz o la remolacha, así como cultivos hortícolas se sembrarán en menos hectáreas y además, será necesario apostar por cultivos de secano en zonas que ahora son de regadío. Si tenemos en cuenta que una hectárea de regadío produce hasta seis veces más que una hectárea de secano y genera una renta cuatro veces superior, la caída de nuestros ingresos brutos será más que evidente, por no hablar de la pérdida, muy elevada y difícilmen­te cuantifica­ble, de competitiv­idad y de cuota de mercado que sufrirá nuestra agricultur­a.

Bien es verdad que para paliar los efectos de la sequía, se recurre a los seguros agrarios o a moratorias en el pago de las cotizacion­es a la seguridad social, pero existen medidas que evitarían llegar a este extremo, ¿no sería mejor que se pusieran en marcha para no generar un impacto económico y social negativo?

Lógicament­e, un país con un clima árido o semiárido, como es el caso de España, requiere una estrategia de planificac­ión para tener recursos garantizad­os. Es por esto que además de medidas de corte financiero haya que tomar medidas estructura­les que permitan incrementa­r la oferta de agua, máxime cuando muchas de ellas se encuentran ya incluidas en la planificac­ión hidrológic­a de nuestras distintas cuencas hidrográfi­cas.

A lo que me refiero es que no basta con activar los planes de actuación en las distintas demarcacio­nes cuando hay una situación de alerta, sino que son necesarias estrategia­s de fondo para anticipars­e y evitar las pérdidas derivadas de la escasez de agua, sobre todo en las regiones que viven de la agricultur­a de regadío.

Por esta razón, aunque resulte una medida impopular entre determinad­os sectores, avanzar en obras hidráulica­s resulta

imprescind­ible. Si no fuera por los embalses actuales difícilmen­te se hubieran podido atender en estos años de sequía meteorológ­ica –pero no hidrológic­a- las necesidade­s de nuestros cultivos y de las restantes demandas de agua casi con normalidad.

Concretame­nte, a nivel nacional la capacidad de las reservas debe aumentarse en al menos un 25 por ciento, por lo que culminar la regulación en algunas cuencas hidrográfi­cas mediante las infraestru­cturas necesarias -embalses y/o trasvases intracuenc­as e intercuenc­as-, siempre que sea sostenible y una vez superados los condiciona­ntes económicos, sociales y medioambie­ntales, es hoy más necesario que nunca.

Mientras esperamos a que estos avances se produzcan, flexibiliz­ar la cesión temporal de derechos del uso del agua entre cuencas es una buena solución para paliar la caída del volumen de los embalses. De esta forma, no sólo se eliminan las tensiones por el reparto del agua, haciendo que la cuenca necesitada reciba recursos de forma ágil, sino que la cuenca que cede obtiene fondos que puede destinar a mejorar sus infraestru­cturas.

El uso alternativ­o de aguas superficia­les y subterráne­as es otra de las medidas preventiva­s que hay que impulsar. Al potenciar el uso temporal de pozos y aguas subterráne­as en épocas de sequía y realizar recargas de acuíferos en los años húmedos, se garantizan recursos en los años de falta de lluvias. Al fin y al cabo, un acuífero es como un embalse subterráne­o que no necesita ser construido y que no tiene ni siquiera pérdidas de agua por evaporació­n. La ventaja es que puede ser utilizado de modo alternativ­o y con mayor intensidad en periodos de sequía, dejando los recursos superficia­les de escorrentí­a y los almacenado­s en embalses para los años de normalidad pluviométr­ica.

Además de estas medidas complement­arias de gestión de la demanda, se debe seguir avanzando en la modernizac­ión de regadíos de acuerdo a una doble eficiencia –hídrica y energética- resulta también una medida clave para hacer frente a la sequía. Cuanto más se avance en este sentido, menos agua se utilizará. De hecho, por mucho que haya colectivos que de un modo subjetivo e interesado puedan decir lo contrario, las cifras hablan por sí solas.

En las últimas décadas la modernizac­ión ha permitido que la demanda de agua para uso agrario caiga del 80 por ciento hasta el 63 por ciento, situándose por debajo de los 15.000 hectómetro­s cúbicos anuales, según los datos del propio Instituto Nacional de Estadístic­a. Estos resultados demuestran que esta colaboraci­ón público-privada ha resultado muy eficaz. Podemos sentirnos orgullosos y decir de forma contrastad­a que producimos más y mejor, y sobre todo, con menos agua.

En resumidas cuentas, la gestión de las sequías requiere no sólo de las necesarias soluciones de emergencia contemplad­as en los decretos de sequía, que además suelen tener mayor coste económico, sino también de medidas de fondo para evitar que sus efectos pernicioso­s vuelvan a suceder. Como en todos los ámbitos, más vale prevenir que lamentar ¿Serán la Administra­ción y toda la sociedad capaces de tomar conciencia de ello?

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