El Economista - Agua y Medioambiente
Agua circular y datos, la nueva revolución agrícola
La agricultura de precisión ha supuesto un gran salto adelante al permitir disparar la producción. Estos incrementos, que requieren inversiones siempre amortizadas, redundan en beneficio del conjunto de la sociedad
La agricultura mundial vive un momento de gran transformación que debe servir para hacer frente al importante reto que tiene por delante: cómo abastecer de alimentos a una población creciente y cómo hacerlo aumentando la productividad y la rentabilidad de las explotaciones agrícolas en un contexto de mayor estrés hídrico debido al cambio climático y al auge de las ciudades y de los nuevos usos relacionados con el turismo y los servicios.
La primera parte de la revolución que debe encarar el sector agrícola es conceptual y supone romper con la dicotomía campo/ciudad. En la nueva economía circular, necesaria para la supervivencia del planeta y para acabar con el constante despilfarro de recursos, es necesaria una visión de conjunto en la que el mundo urbano y el mundo rural estén unidos y colaboren. Con las nuevas técnicas de reutilización, en las que España es pionera, las ciudades pueden proveer de agua, y también de fertilizantes orgánicos, a los cultivos, mientras que los residuos agrarios pueden ser combustible biológico parar generar energía urbana. Se trata de una simbiosis ganadora que permite superar conflictos e instalar una nueva perspectiva colaborativa. El agua, como fuente de vida transversal, actúa como puente de conexión y ayuda a superar posiciones encontradas.
El gran reto para los que se dedican a la agricultura es la productividad. La producción agrícola debería aumentar un 70 por ciento -casi duplicarse- para satisfacer las necesidades actuales, con 800 millones de personas en el mundo que sufren algún tipo de déficit de alimentos. La agricultura de precisión, con sistemas de riego inteligente o por goteo, ha supuesto un gran salto adelante al permitir, como ocurrió por ejemplo en la producción de almendra en California, disparar la producción ya que los árboles “beben mejor” y optimizan también el uso de fertilizantes. Estos incrementos de productividad, que requieren de inversiones que son siempre amortizadas -a pesar de que algunos años haya bajas coyunturales en los precios de algunos alimentos-, redundan en beneficio del conjunto de la sociedad, al lograr que los agricultores tengan mayores ingresos y que haya un mejor equilibrio entre sectores productivos. Una vez más lo que va bien para el mundo agrario es positivo para el resto de la sociedad.
Un factor muy importante para dar estos pasos adelante son las infraestructuras hídricas que permiten un mejor aprovechamiento del agua y, como ha pasado en la cuenca del
río Columbia, en Estados Unidos, transforman desiertos en vergeles. O como ocurre en países como Perú y Colombia, que se encuentran inmersos en un proceso de gran expansión de cultivos para los que hacen falta infraestructuras para poner en cultivo más hectáreas y hacer llegar el agua a nuevas zonas de regadío. India, que en el año 2050 tendrá 1.700 millones de habitantes y será el país más poblado del mundo, pretende aumentar la superficie de regadío en 35 millones de hectáreas interconectando un total de 46 ríos. En China, las autoridades han prometido crear para el 2020 un total de 53 millones de hectáreas agrícolas de alta calidad, a pesar de que sus ríos necesitan una depuración integral.
En 1961 el planeta contaba con una población de 3.000 millones de habitantes y una superficie de cultivo de 1.300 millones de hectáreas, de las cuales solo el 10 por ciento eran de regadío. En 2015 la superficie destinada a la agricultura era de 1.500 millones de hectáreas, con un incremento del 14 por ciento, aunque el regadío suponía ya el 20 por ciento del total -es decir, se había doblado-. En ese período la población se ha multiplicado por 2,5, lo que ha provocado que la superficie per cápita ha pasado de 0,46 hectáreas por habitante a 0,22 hectáreas por habitante.
Pero la gran revolución que está ya en marcha es la de los datos. Un agricultor en la India puede aprender ahora cómo se cultiva la soja en Brasil, por poner un ejemplo, porque tiene disponible en Internet ingentes cantidades de información que no era accesible hace 20 o 30 años. El gran salto cuantitativo vendrá por esta nueva forma de transmisión del conocimiento, que supera de forma exponencial el tradicional legado de sabiduría que, en el caso de los agricultores, se hacía de padres a hijos.
Todo tipo de actores, públicos y privados, trabajan para poder procesar toda esa información y cruzar los datos que permitan saber qué variables modificar en las explotaciones agrícolas -semillas, tipo de suelo, régimen de riego, etc.- para conseguir los mejores resultados. Aprovechando el conocimiento podemos producir más alimentos, lograr que sean de más calidad y, al mismo tiempo, garantizar un uso más eficiente del agua. Es decir, conseguir unos mejores resultados por hectárea plantada y por metro cúbico de agua consumida, así como por fertilizantes y productos fitosanitarios empleados. Estamos hablando de consolidar el regadío sostenible y de que la tecnología permita a los agricultores producir más y tener más ingresos, lo que se traduce en explotaciones más saneadas.
La agricultura, con una gran diversidad de modelos y de regímenes de propiedad de la tierra en los diferentes países, está lista para incorporarse plenamente al mundo tecnológico del siglo XXI. El desafío es hacerlo desde una visión integradora en la que el conocimiento, y su transmisión, sea la punta de lanza de una nueva era de prosperidad, sostenibilidad y reparto equitativo. Nuestro grupo está condiciones de ofrecer toda su experiencia en materia de agua, personas e infraestructuras para que la economía circular sea un propulsor de la productividad y, por ende, de la rentabilidad y de la calidad de vida en el sector agrícola, cuya importancia estratégica es indudable para el futuro del planeta y de todos los que lo habitamos ahora y en el futuro.