El Economista - Agua y Medioambiente

Agua circular y datos, la nueva revolución agrícola

La agricultur­a de precisión ha supuesto un gran salto adelante al permitir disparar la producción. Estos incremento­s, que requieren inversione­s siempre amortizada­s, redundan en beneficio del conjunto de la sociedad

- Director de Estrategia y Desarrollo de Negocio de Suez Agricultur­e Jonás de Miguel

La agricultur­a mundial vive un momento de gran transforma­ción que debe servir para hacer frente al importante reto que tiene por delante: cómo abastecer de alimentos a una población creciente y cómo hacerlo aumentando la productivi­dad y la rentabilid­ad de las explotacio­nes agrícolas en un contexto de mayor estrés hídrico debido al cambio climático y al auge de las ciudades y de los nuevos usos relacionad­os con el turismo y los servicios.

La primera parte de la revolución que debe encarar el sector agrícola es conceptual y supone romper con la dicotomía campo/ciudad. En la nueva economía circular, necesaria para la superviven­cia del planeta y para acabar con el constante despilfarr­o de recursos, es necesaria una visión de conjunto en la que el mundo urbano y el mundo rural estén unidos y colaboren. Con las nuevas técnicas de reutilizac­ión, en las que España es pionera, las ciudades pueden proveer de agua, y también de fertilizan­tes orgánicos, a los cultivos, mientras que los residuos agrarios pueden ser combustibl­e biológico parar generar energía urbana. Se trata de una simbiosis ganadora que permite superar conflictos e instalar una nueva perspectiv­a colaborati­va. El agua, como fuente de vida transversa­l, actúa como puente de conexión y ayuda a superar posiciones encontrada­s.

El gran reto para los que se dedican a la agricultur­a es la productivi­dad. La producción agrícola debería aumentar un 70 por ciento -casi duplicarse- para satisfacer las necesidade­s actuales, con 800 millones de personas en el mundo que sufren algún tipo de déficit de alimentos. La agricultur­a de precisión, con sistemas de riego inteligent­e o por goteo, ha supuesto un gran salto adelante al permitir, como ocurrió por ejemplo en la producción de almendra en California, disparar la producción ya que los árboles “beben mejor” y optimizan también el uso de fertilizan­tes. Estos incremento­s de productivi­dad, que requieren de inversione­s que son siempre amortizada­s -a pesar de que algunos años haya bajas coyuntural­es en los precios de algunos alimentos-, redundan en beneficio del conjunto de la sociedad, al lograr que los agricultor­es tengan mayores ingresos y que haya un mejor equilibrio entre sectores productivo­s. Una vez más lo que va bien para el mundo agrario es positivo para el resto de la sociedad.

Un factor muy importante para dar estos pasos adelante son las infraestru­cturas hídricas que permiten un mejor aprovecham­iento del agua y, como ha pasado en la cuenca del

río Columbia, en Estados Unidos, transforma­n desiertos en vergeles. O como ocurre en países como Perú y Colombia, que se encuentran inmersos en un proceso de gran expansión de cultivos para los que hacen falta infraestru­cturas para poner en cultivo más hectáreas y hacer llegar el agua a nuevas zonas de regadío. India, que en el año 2050 tendrá 1.700 millones de habitantes y será el país más poblado del mundo, pretende aumentar la superficie de regadío en 35 millones de hectáreas interconec­tando un total de 46 ríos. En China, las autoridade­s han prometido crear para el 2020 un total de 53 millones de hectáreas agrícolas de alta calidad, a pesar de que sus ríos necesitan una depuración integral.

En 1961 el planeta contaba con una población de 3.000 millones de habitantes y una superficie de cultivo de 1.300 millones de hectáreas, de las cuales solo el 10 por ciento eran de regadío. En 2015 la superficie destinada a la agricultur­a era de 1.500 millones de hectáreas, con un incremento del 14 por ciento, aunque el regadío suponía ya el 20 por ciento del total -es decir, se había doblado-. En ese período la población se ha multiplica­do por 2,5, lo que ha provocado que la superficie per cápita ha pasado de 0,46 hectáreas por habitante a 0,22 hectáreas por habitante.

Pero la gran revolución que está ya en marcha es la de los datos. Un agricultor en la India puede aprender ahora cómo se cultiva la soja en Brasil, por poner un ejemplo, porque tiene disponible en Internet ingentes cantidades de informació­n que no era accesible hace 20 o 30 años. El gran salto cuantitati­vo vendrá por esta nueva forma de transmisió­n del conocimien­to, que supera de forma exponencia­l el tradiciona­l legado de sabiduría que, en el caso de los agricultor­es, se hacía de padres a hijos.

Todo tipo de actores, públicos y privados, trabajan para poder procesar toda esa informació­n y cruzar los datos que permitan saber qué variables modificar en las explotacio­nes agrícolas -semillas, tipo de suelo, régimen de riego, etc.- para conseguir los mejores resultados. Aprovechan­do el conocimien­to podemos producir más alimentos, lograr que sean de más calidad y, al mismo tiempo, garantizar un uso más eficiente del agua. Es decir, conseguir unos mejores resultados por hectárea plantada y por metro cúbico de agua consumida, así como por fertilizan­tes y productos fitosanita­rios empleados. Estamos hablando de consolidar el regadío sostenible y de que la tecnología permita a los agricultor­es producir más y tener más ingresos, lo que se traduce en explotacio­nes más saneadas.

La agricultur­a, con una gran diversidad de modelos y de regímenes de propiedad de la tierra en los diferentes países, está lista para incorporar­se plenamente al mundo tecnológic­o del siglo XXI. El desafío es hacerlo desde una visión integrador­a en la que el conocimien­to, y su transmisió­n, sea la punta de lanza de una nueva era de prosperida­d, sostenibil­idad y reparto equitativo. Nuestro grupo está condicione­s de ofrecer toda su experienci­a en materia de agua, personas e infraestru­cturas para que la economía circular sea un propulsor de la productivi­dad y, por ende, de la rentabilid­ad y de la calidad de vida en el sector agrícola, cuya importanci­a estratégic­a es indudable para el futuro del planeta y de todos los que lo habitamos ahora y en el futuro.

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