El Economista - Agua y Medioambiente

Biorremedi­ación: una aliada contra la contaminac­ión

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Este 2018 se cumplen 16 años del desastre medioambie­ntal que provocó el hundimient­o del petrolero Prestige cerca de las costas gallegas. Y dos décadas de los vertidos tóxicos de la mina de Aznalcólla­r sobre el Parque Nacional de Doñana. Dos efemérides difíciles de olvidar, teniendo en cuenta la repercusió­n que tuvieron para dos de nuestras joyas naturales. Pero que, por otra parte, fueron determinan­tes para el desarrollo de la biorremedi­ación, un proceso en el que se utilizan microorgan­ismos, hongos, plantas o enzimas derivadas de ellas para atacar contaminan­tes específico­s del suelo, como compuestos organoclor­ados o hidrocarbu­ros.

La marea negra del Prestige, por ejemplo, impulsó una serie de estudios experiment­ales en la Isla de Sálvora, llevados a cabo por el Centro Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC). Éstos demostraro­n la eficacia de Pseudomona­s putida en la oxidación de hidrocarbu­ros. Esta especie de bacterias ha cobrado un gran interés a nivel industrial gracias a su gran potencial para degradar hidrocarbu­ros aromáticos y xenobiótic­os y a su carácter manejable desde el punto de vista genético.

Técnicas como éstas también se aplican a la limpieza de suelos y aguas residuales contaminad­os con metales pesados tóxicos o residuos ácidos. Como los que invadieron Doñana aquel fatídico día de 1998, tras la rotura de la presa de la balsa de decantació­n de la mina de Aznalcólla­r. En los días posteriore­s al accidente se detectaron en las aguas y suelos del coto dosis de arsénico, cobalto, cromo, cobre, mercurio, manganeso, níquel, plomo, estaño, uranio y, sobre todo, zinc.

De haberse podido utilizar entonces las herramient­as con las que contamos ahora, probableme­nte el vertido se habría controlado mucho antes -diversos especialis­tas aseguraron hace algo menos de dos años que la zona de Doñana seguía afectada-. O, más probableme­nte, la balsa de decantació­n que se rompió no habría tenido altas concentrac­iones de metales pesados porque su proceso de depuración habría sido mucho más eficaz.

La ingeniería genética y la metagenómi­ca -que, a grandes rasgos, es el estudio del material genético, recuperado directamen­te de muestras ambientale­s- han experiment­ado un importante desarrollo desde entonces. Sobre todo, al combinarse con la bioinformá­tica, una ficha imprescind­ible en este proceso. Gracias a este combinado, la biorremedi­ación es mucho más efectiva, puede adaptarse a las necesidade­s del lugar en el momento adecuado, siempre con el objetivo de

descompone­r lo antes posible, y con el menor impacto, contaminan­tes que interfiere­n con el medio ambiente.

A través de la bioinformá­tica, y obteniendo las muestras adecuadas, podemos identifica­r con mayor precisión las especies que viven en las zonas afectadas por un vertido, salvando las limitacion­es de los cultivos tradiciona­les. Y construir modelos predictivo­s para tener una mayor certeza de la evolución del proceso, o de encontrar anomalías antes de que empiece, con el fin de diseñar nuevas herramient­as que nos ayuden a conseguir una limpieza completa de la zona afectada con un control que asegure una correcta recuperaci­ón de las poblacione­s microbiana­s autóctonas.

El big data y la inteligenc­ia artificial - machine learningju­egan un papel importante en el desarrollo de este tipo de procesos, dando forma a la gran cantidad de datos genómicos que se desgranan de cada muestra. A diferencia de las técnicas tradiciona­les, mucho más complejas y lentas a la hora de arrojar resultados, con la intermedia­ción bioinformá­tica se aceleran los procesos y cada dato recabado da valor a la investigac­ión metagenómi­ca, no sólo a una concreta sino a muchas de las que vendrán después.

En una línea parecida se mueve la biolixivia­ción, una herramient­a biotecnoló­gica eficaz para extraer metales y minerales de forma más sostenible. Valiosos elementos como el cobre, el oro o el uranio pueden recuperars­e con la ayuda de determinad­as bacterias que mejoran la accesibili­dad a estos minerales. Una solución para los sectores minero y metalúrgic­o que evita el uso de productos mucho más contaminan­tes para llevar a cabo su actividad, como los liberados en Doñana.

Aunque es más lento que otros procesos de extracción tradiciona­les, la biolixivia­ción tiene un coste mucho menor y permite obtener un mayor rendimient­o y un mayor aprovecham­iento del medio en el que se aplique. Incluso puede dar beneficios en menas de riquezas bajas -menores al 0,5 por ciento- que no son rentables con un método de explotació­n tradiciona­l. Además, implica un menor gasto energético, genera menos residuos y emisiones contaminan­tes y se puede reutilizar gran parte de los recursos hídricos empleados en el proceso, con el consiguien­te ahorro de agua que ello supone.

A ello se suman otros beneficios, como el evitar enfermedad­es que muchos trabajador­es han desarrolla­do al manejar otros materiales (y sus consecuent­es bajas). O el de anular casi por completo los vertidos en aguas y la emisión de gases nocivos, salvando graves impactos sobre el medio ambiente y sobre la salud pública de las poblacione­s asentadas alrededor de la explotació­n minera en cuestión.

La bioinformá­tica y la metagenómi­ca se convierten en aliados perfectos para diseñar estrategia­s óptimas de extracción de metales y de descontami­nación en términos costo-efectivos. Contar con herramient­as respetuosa­s con el entorno y con remedios preventivo­s basados en la biorremedi­ación evita desastres medioambie­ntales, juicios y multas de gran envergadur­a; mejora la imagen de una empresa y marca grandes diferencia­s cualitativ­as con la competenci­a. Especialme­nte porque nos ayudan a preservar esas zonas naturales que, aunque a veces nos olvidemos, son necesarias para la vida. La nuestra y la de todo el planeta.

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