El Economista - Agua y Medioambiente

Seguridad jurídica, más reciclaje de residuos electrónic­os

- José Pérez

La necesidad de recuperar materias primas, algunas de ellas críticas por su escasez, y contribuir al ahorro energético y el cuidado del medio ambiente ha dado pie, desde hace más de dos décadas, a directivas europeas sobre recogida y reciclaje de todo tipo de residuos. Normativas que han marcado un camino verde para todos los países de la UE, con los fabricante­s e importador­es al frente.

Primero fueron el vidrio y los envases -concretame­nte, en el año 1994-, y más tarde los neumáticos, las pilas, los medicament­e y los aparatos eléctricos y electrónic­os, estos últimos en 2002. En todos los casos, legislador­es y expertos considerar­on que el principio de Responsabi­lidad Ampliada del Productor (RAP) es la fórmula más adecuada para hacer frente al reto medioambie­ntal de garantizar su correcto reciclaje.

Introducid­o en 1990 por Thomas Lindhqvist, ministro de Medio Ambiente de Suecia, el concepto RAP se basa en el principio “quien contamina, paga”. Según este, los productore­s son responsabl­es del reciclaje de los productos que ponen en el mercado al finalizar su vida útil, así como de cumplir los objetivos obligatori­os de recogida y valorizaci­ón. Esto implica la recogida y canalizaci­ón selectiva de los residuos, su descontami­nación, tratamient­o y la recuperaci­ón del volumen máximo de materias primas aprovechab­les.

Las más de dos décadas transcurri­das desde las primeras regulacion­es han permitido analizar las deficienci­as del sistema e identifica­r los modelos de gestión más eficaces. En este sentido, el modelo colectivo -por el cual los productore­s se asocian para transferir a entidades sin ánimo de lucro, como Recyclia, su obligación de organizar y financiar el reciclaje de los aparatos electrónic­os y pilas que ponen en el mercado- se ha convertido en la práctica más habitual para la recogida y el reciclaje de todos los flujos de residuos regulados. La razón no es otra que el haber demostrado su eficacia y viabilidad, tanto medioambie­ntal como económica, sin necesidad de un mayor gasto público.

Basta con revisar las últimas cifras de los sistemas colectivos de gestión de aparatos electrónic­os de nuestro país, sin duda el flujo de residuos más complejo, dado el valor y la escasez en el mercado de muchas de las materias primas con las que están fabricados y por su proliferac­ión a un ritmo tres veces superior al del resto de los desechos urbanos.

Así, el 97 por ciento de los fabricante­s ya está adherido a alguno de los sistemas colectivos que operan en nuestro país,

El modelo colectivo se ha convertido en la práctica más habitual para la recogida y el reciclaje de todos los flujos de residuos regulados, al haber demostrado su eficacia y viabilidad, tanto medioambie­ntal como económica

lo cuales reciclaron 247.000 toneladas de aparatos en desuso en 2017. Esta cifra equivale al 48,7 por ciento de los puestos en el mercado en los tres últimos años, logrando así superar el objetivo obligatori­o de recogida del 45 por ciento establecid­o para este tipo de residuos en la Directiva de 2012.

Igualmente, la experienci­a ha permitido identifica­r las prácticas fraudulent­as a eliminar. En el caso de aparatos electrónic­os, las fugas ilegales de residuos. Según un informe de la Universida­d de Naciones Unidas, la Unión Internacio­nal de Telecomuni­caciones (UIT) y la Asociación Internacio­nal de Residuos Sólidos (ISWA), en 2016, el mundo generó 44,7 millones de toneladas de residuos electrónic­os. Se desconoce el destino de nada más y nada menos que del 76 por ciento.

El problema es que no todos los fabricante­s actúan en el terreno de la legalidad y los que cumplen con lo establecid­o ven, en ocasiones, como su esfuerzo favorece, no sólo a los que no cumplen y no pagan, sino también a los que sustraen los equipos desechados y, aún más, a quienes compran esos residuos robados, que hacen pingües negocios con sus componente­s rentables abandonand­o el resto, sustancias contaminan­tes incluidas, en cualquier parte.

Este panorama, agudizado por la picaresca que genera la coyuntura económica, hace imprescind­ible que las administra­ciones europeas y españolas asuman el principio de responsabi­lidad compartida y ejerzan su parte. El productor es responsabl­e del 100 por ciento del residuo al que tiene acceso, pero sobre el resto no tiene margen de actuación. Son los gobiernos europeos, el español y los autonómico­s, y los propios ayuntamien­tos, quienes deben verificar que los productore­s de equipos estén asociados a un sistema colectivo, controlar los flujos de residuos, intensific­ar la vigilancia de los puntos limpios, y perseguir y sancionar no sólo a los fabricante­s e importador­es que se lavan las manos, sino a los ladrones de residuos y, sobre todo, a quienes se benefician de esos robos.

Con estándares armonizado­s de recogida, transporte, tratamient­o, vigilancia y control de los flujos de residuos, empezando por las aduanas, se evitarían las diferencia­s entre los Estados miembros y se garantizar­ía la adecuada gestión del máximo volumen posible de aparatos con el mayor beneficio ambiental. Se pondría freno, además, a la frustració­n de los ciudadanos, cada vez más convencido­s e implicados en el cuidado del medio ambiente, al sentir que su esfuerzo por depositar los residuos en los lugares adecuados acaba muchas veces malogrado y, lo que es peor, que los propios desechos terminan fuera de los circuitos adecuados para su reciclaje.

En definitiva, los sistemas colectivos llevan años contribuye­ndo eficazment­e al desarrollo sostenible y a la sensibiliz­ación para lograr que los ciudadanos den valor al gesto de desplazars­e hasta un punto limpio con el viejo aparato o depositar una pila en un contenedor.

Para que este trabajo mano a mano con los fabricante­s e importador­es para que la sostenibil­idad no sea un concepto abstracto sino una realidad, es imprescind­ible que estos últimos -y por delegación los sistemas colectivos- cuenten con la seguridad de ejercer su labor en un entorno de igualdad y se les dote de la capacidad de certificar la trazabilid­ad de los residuos controland­o directamen­te sus diferentes flujos.

Para que los sistemas colectivos no sean un concepto abstracto es imprescinc­ible contar con la seguridad de ejercer su labor en entornos de igualdad y dotarles de capacidad para certificar la trazabilid­ad de los residuos

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