El Economista - Agua y Medioambiente
Recarga artificial: ¡es urgente empezar!
Tendemos a ver los ríos como canales, pero en realidad son organismos vivos que dependen de la interacción con el acuífero. Cuando descienden los niveles de éste, se pierde el retorno y los servicios ambientales del río
El nivel del agua subterránea está bajando en todo el mundo. Este problema global es consecuencia de que la recarga natural -entrada de agua de lluvia a los acuíferos- se ve cada vez más superada por las extracciones para suministro y, especialmente, regadío -el bombeo de agua subterránea ha contribuido a reducir las hambrunas-. Pero el descenso de niveles es especialmente severo y preocupante en las zonas áridas o semiáridas de latitudes medias, como España, donde el cambio climático está causando una reducción en las precipitaciones.
El descenso de nivel del agua subterránea está en la raíz de tres de las amenazas más graves a la sostenibilidad hídrica global: la reducción de las reservas regionales de agua dulce (los acuíferos representan la única reserva relevante, por muchos embalses que tengamos), la intrusión marina (la caída de niveles facilita la entrada del mar a los acuíferos costeros y su salinización) y la pérdida del caudal base de los ríos. Este último es ilustrativo de la sutileza del problema. Tendemos a ver los ríos como canales, pero en realidad son organismos vivos que dependen de la interacción con el acuífero. Una fracción del agua del río se infiltra en cada meandro para aparecer en el siguiente, o varios meandros aguas abajo. Unos pocos días, o varios meses después, reaparece mezclada con, y aumentada por, la descarga del acuífero. Este intercambio hiporreico da estabilidad al caudal del río cuando no llueve, amortigua los cambios de temperatura y favorece el desarrollo de biofilms que alojan la vida del lecho, degradan contaminantes, retienen patógenos y son eslabón esencial en las cadenas tróficas del rio. Cuando descienden los niveles del acuífero, se pierde este retorno y todos los servicios ambientales asociados. Lo más grave no es la pérdida de caudal, sino que al desconectarse de su aluvial, el rio deja de ser río, para convertirse en canal.
Revertir esta tendencia requiere una acción decidida por parte de todos los interesados, incluyendo acciones sobre la demanda y sobre la oferta. En particular, requiere acciones que favorezcan la reutilización de agua. Lo que defiendo es dar un paso más y avanzar hacia la renaturalización del agua para aumentar nuestra resiliencia hídrica y capacidad de adaptación frente al cambio climático.
Una herramienta esencial es la recarga artificial, que consiste en complementar la recarga natural con la introducción en el acuífero de otras fuentes de agua, en
concreto agua regenerada de depuradoras y/o de lluvia durante avenidas. Con ello se consigue no solo contribuir a recuperar los niveles de los acuíferos, sino también a mejorar su calidad. Esta mejora está bien documentada desde hace mucho tiempo. Las concentraciones de contaminantes orgánicos se reducen durante la recarga y los patógenos prácticamente se eliminan por filtración. Ardemans ya argumentaba los beneficios de la filtración en el siglo XVIII. La filtración fue la causa principal del aumento de 18 años en la esperanza de vida en Francia -y, en general, en los países occidentales- durante el siglo XIX. De hecho, la cloración se introdujo a principios del siglo XX, inicialmente para proteger a la sociedad contra fallos esporádicos de los sistemas de filtración, y produjo unos años adicionales de aumento en la esperanza de vida. Por lo tanto, en general se creía que los patógenos no se movían a través de los medios porosos y que los procesos de degradación natural en los acuíferos eliminaban la mayoría de los contaminantes. Sin embargo, la periódica detección de patógenos en pozos y, en particular, la grave erupción de gastroenteritis de Walkerton, donde aguas de pozo contaminadas con estiércol produjeron más de 2.000 infectados y 6 muertos, han conducido a revisar esta creencia. La visión de los científicos es que los medios porosos normales retienen los microorganismos patógenos y que la mayoría de los casos de aparición de patógenos en pozos son debidos a la existencia de caminos preferentes.
Sorprendentemente, el miedo a que se produzcan casos como el de Walkerton no ha conducido a una política estricta de perímetros de protección (zona alrededor de un pozo en la que se evitan las actividades peligrosas que podrían contaminarlo) o de regulación sobre la construcción de pozos (con estas medidas se habría evitado el caso de Walkerton). En su lugar, la prudencia y la protección de la salud han conducido a que en muchos países se impongan requisitos absurdamente estrictos sobre la calidad del agua para recarga artificial, que irónicamente no tiene nada que ver con ninguno de los casos detectados de patógenos en pozos. De hecho, muchas ciudades europeas utilizan la recarga de manera habitual con un nivel de garantía tan alto que se permiten el lujo de no tener que clorar. Sin embargo, en España, los requisitos son tan estrictos que no los cumple ni la lluvia, que es “demasiado” ácida y turbia, ni la del grifo -el Canal de Isabel II tardó varios años en obtener el permiso para recargar los excesos de producción del agua que suministra a Madrid-. Para cumplirlos puede ser precisa la ósmosis inversa, lo que encarece el sistema -la barrera de recarga artificial para evitar la intrusión marina en Barcelona tuvo que ser detenida durante la reciente crisis económica-.
Esta situación es altamente insatisfactoria porque la falta de regulaciones adecuadas frena la recarga artificial -la Administración Hidráulica teme aprobar proyectos o, incluso menos, proponerlos-, lo que irónicamente es perjudicial para la salud humana y el funcionamiento de los ecosistemas. Peor aún, con ello se elimina una ruta para luchar contra el agotamiento de los acuíferos, obstruyendo indirectamente la mejora tanto de los acuíferos como de las masas de agua superficiales dependientes y conduciendo a situaciones paradójicas.
En España, los requisitos para la recarga artíficial de acuíferos son tan estrictos que no los cumple ni la lluvia ni el agua del grifo. Para cumplirlos puede ser precisa la ósmosis inversa, lo que encarece el sistema