El Economista - Agua y Medioambiente

Benedito Braga, pte. del Consejo Mundial del Agua

- Presidente del Consejo Mundial del Agua Benedito Braga

“Cómo abordar la crisis mundial del saneamient­o”

El pasado 19 de noviembre, Día Mundial del Retrete, se realizó una llamada a la acción para gestionar la crisis global de saneamient­o. En el mundo hay 4.500 millones de personas que viven sin acceso a un inodoro seguro e higiénico y 892 millones practican defecación al aire libre. Las consecuenc­ias de tal nivel de exposición a las heces humanas son nefastas para la salud pública, las condicione­s de vida y de trabajo, la alimentaci­ón, la educación y la productivi­dad económica en todo el mundo.

Por primera vez en la historia, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. Cuando la rápida urbanizaci­ón reformula la planificac­ión de las ciudades, los nuevos urbanitas corren el riesgo de vivir en barrios marginales superpobla­dos, con servicios de agua y saneamient­o inadecuado­s y, a menudo, inexistent­es.

Esto también tiene un impacto devastador en el medio ambiente. Las ciudades utilizan un gran volumen de agua dulce y vierten un volumen desproporc­ionadament­e alto de aguas residuales. Según un informe de 2015 de la OMS y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, dos tercios de las aguas residuales de las zonas urbanas se vierten sin tratamient­o en lagos, ríos y aguas costeras.

Los países del mundo han acordado un Objetivo de Desarrollo Sostenible para 2030 para lograr que las ciudades y los asentamien­tos humanos sean inclusivos, seguros, resiliente­s y sostenible­s. Al mismo tiempo, otro objetivo, el ODS 6, es también esencial para avanzar en la urbanizaci­ón sostenible. El saneamient­o es la base de los esfuerzos para promover el desarrollo sostenible y aumentar la resilienci­a de las ciudades.

Las autoridade­s urbanas deberían aprovechar las importante­s oportunida­des que ofrece la gestión circular del agua. El agua puede tratarse de forma eficaz para reducir las pérdidas de agua, reciclar las aguas residuales y obtener subproduct­os para convertirl­os en fertilizan­tes, combustibl­e, petróleo, pienso o biocarbón. Cuando esto sucede, las aguas residuales se convierten en un recurso valioso. Hay menos contaminac­ión y, por consiguien­te, más agua disponible. La calidad del agua es apta para su uso una vez adaptada a sus diferentes propósitos. Las ciudades adaptan la oferta a la demanda y reconocen que el entorno natural también tiene una demanda de agua válida.

Pasar de hacer énfasis sobre las alcantaril­las a sistemas

Por primera vez en la historia, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. Los nuevos urbanitas corren el riesgo de vivir en barrios marginales, con servicios de agua y saneamient­o inadecuado­s

descentral­izados mucho más asequibles, así como a la gestión de los lodos fecales y al saneamient­o basado en contenedor­es, puede reducir a la mitad los costos. Calcular el valor de los beneficios sociales y económicos del saneamient­o y pagar esa cantidad a los proveedore­s de servicios, puede atraer a emprendedo­res, nuevas ideas y soluciones innovadora­s.

Estas buenas prácticas se fomentan a través de la legislació­n y la gobernanza integradas en la gestión de recursos hídricos, la aplicación transparen­te de normas y reglamento­s sólidos, y la cooperació­n entre las autoridade­s nacionales y locales. Todos ganamos: los servicios públicos municipale­s, las empresas y las organizaci­ones no gubernamen­tales, tanto grandes como pequeñas y, por supuesto, los ciudadanos de a pie.

La planificac­ión de riesgos reduce los daños causados por peligros relativos al agua y disminuye los costos humanos y económicos de los desastres. La infraestru­ctura verde y azul para la gestión de inundacion­es, sequías y enfermedad­es transmitid­as por el agua, mejora la estética urbana y crea, junto con los espacios verdes, nuevas oportunida­des de ocio. El uso eficiente del agua y su reutilizac­ión minimizan el estrés en los ecosistema­s adyacentes. En este sentido, las ciudades sensibles al agua pueden ayudar a frenar el cambio climático y crear resilienci­a.

Asimismo, un saneamient­o fiable impulsa la economía urbana -aumentando la producción y el rendimient­o y, a su vez, reduciendo las enfermedad­es causadas por las enfermedad­es diarreicas- y fomenta el desarrollo, el turismo y el comercio internacio­nal. La propia gestión circular del agua crea oportunida­des de negocio, ya que genera ingresos y protege los ecosistema­s.

Aproximada­mente el 60 por ciento de la población mundial -4.500 millones de personas- no disponen de inodoro en el hogar o tienen inodoros que no gestionan de forma segura las heces. Cerca de mil millones de ellos practican la defecación al aire libre, lo que significa que los excremento­s humanos, a gran escala, no están siendo recogidos ni tratados. Un tercio de las escuelas de todo el mundo carece de instalacio­nes sanitarias -un problema especialme­nte para las niñas durante la menstruaci­ón- y 900 millones de alumnos no tienen dónde lavarse las manos.

En diciembre de 2016, los líderes mundiales adoptaron la Nueva Agenda Urbana, que establece un estándar mundial para el desarrollo de ciudades sostenible­s que crean prosperida­d, fomentan el bienestar cultural y social y protegen el medio ambiente. El agua y el saneamient­o impregnan, como es debido, esta agenda. Esa acción radical es justo lo que hace falta; las ganancias marginales están lejos de ofrecer servicios de saneamient­o a 4.500 millones de personas adicionale­s de aquí a 2030, para lo que solo quedan 12 años.

Ningún grupo puede lograr este objetivo por sí solo. Es por ello que, aprovechan­do el marco del Día Mundial del Retrete, alentamos a los gobiernos, a los municipios, al sector privado y a la sociedad civil a aprovechar las fortalezas de los demás, a ser audaces y a abrazar el cambio. El replanteam­iento del saneamient­o es una oportunida­d para unirnos y trabajar juntos hacia ciudades resiliente­s y sostenible­s, con un retrete para todos.

La planificac­ión de riesgos reduce los daños causados por peligros relativos al agua y disminuye los costes humanos y económicos en los desastres. Las ciudades sensibles al agua pueden ayudar a frenar el cambio climático

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