Del inmobiliario de paleta y ladrillo a los financieros del ‘Excel’
Más de una década después, el endeudamiento sin control que se vivió hasta el estallido de la crisis en 2007 ha dado paso a nuevas firmas con objetivos sólidos y más comedidos
Releer doce años después lo que significó el sector inmobiliario y promotor español se puede resumir en solo una idea: era, básica y primariamente, un mundo de excesos, en el que se llegó a servir paella para 20.000 comensales en Central Park a cuenta de Enrique Bañuelos, el creador y, después, enterrador, de Astroc. Hasta que toda la industria se desplomó como un castillo de naipes cuando estalló la crisis en 2007 y los bancos cerraron el grifo de la financiación. Aún sorprende cómo aquellos empresarios forjados a golpe de paleta y ladrillo fueron capaces de convencer a los inversores utilizando trucos de magia de principiantes. Hoy, los herederos del inmobiliario español han cambiado el juego de trileros por hojas de Excel de datos financieros, que avalan sus planes de negocio para defender un mercado bursátil que vale hoy 15.000 millones de euros en bolsa, menos de un tercio de los cerca de 50.000 millones de euros que llegó a capitalizar antes de que explotara la primera burbuja nacional. El epicentro de aquella crisis fue Astroc, que hoy cotiza –lo que queda de ella, entre fusiones y reestructuraciones–
bajo el nombre de Quabit.
Enrique Bañuelos fue el gran mago del ladrillo. Logró en 2006 sacar a bolsa una compañía desconocida, que llegó a subir un 1.000 por cien en el mercado meses después –hasta los 8.800 millones de euros de capitalización– sin el seguimiento de ningún analista, ni siquiera de quienes se habían encargado de su colocación. Bañuelos, propietario del 51 por ciento del capital de la firma, compartió la lista Forbes de las personas más ricas del mundo con el mismísimo Amancio Ortega en el año 2007, quien tenía un 5 por ciento de Astroc a través de Pontegadea –todavía hoy su sociedad de inversión inmobiliaria–. De hecho, Bañuelos le utilizó para calmar a los inversores cuando la confianza flaqueaba y la acción comenzaba a tambalearse hasta hacer de Astroc el primer gigante con pies de barro en caer. Las cuentas no estaban claras, tampoco la honestidad de Bañuelos, y la deuda, esa variable a la que antes ni se consideraba como tal, terminó por devorar a la compañía.
“Cualquier inversión que nos planteamos carece de límite financiero. El dinero no es un problema”, decía airosamente Luis del Rivero, presidente de Sacyr Vallehermoso,