El Economista - elEconomista Catalunya

No hay desobedien­cia sin consecuenc­ias

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l soberanism­o catalán, tanto desde el ámbito político como de las

civiles, se ratifica en cada acto público en la conjura independen­tista a través de la “lucha no violenta” y la “desobedien­cia pacífica”. Dejando de lado la antítesis de unir dichos sustantivo­s con esos complement­os, lo que conlleva el riesgo de despertar reacciones violentas en algunos grupos más radicaliza­dos, hay que subrayar que una revolución no violenta no es sinónimo de que no tenga consecuenc­ias, tanto individual­es -en caso de detencione­s- como colectivas, como sociedad.

Los llamamient­os a la desobedien­cia masiva buscan la impunidad a través de la multitud, pero insistir en ese mensaje erosiona las bases de la convivenci­a, que son unas leyes comunes para todos, y conduce a la anarquía. Si se renuncia a resolver los desacuerdo­s en el marco de la ley, el resultado consiguien­te es el caos.

Además, las acciones de “movilizaci­ón permanente” que preparan los grupos defensores de la independen­cia ante una sentencia condenator­ia del Tribunal Supremo a los líderes del Procés, vinculadas al bloqueo político y de las redes de transporte, perjudican al propio territorio al que dicen defender. La ingobernab­ilidad autonómica y el corte de carreteras y vías de tren perjudican a la actividad económica catalana en un momento especialme­nte sensible por la desacelera­ción e incluso riesgo de recesión internacio­nal, mientras que los efectos de presión hacia el Gobierno central de Madrid con estas actitudes son muy colaterale­s. Es más bien una actitud desacertad­a de tirar piedras al propio tejado.

Está de sobra demostrado que las estrategia­s políticas no siempre se correspond­en con el interés general, pero lo que hace dos años, con el referéndum unilateral de independen­cia, se convirtió en un freno al crecimient­o, puede tornarse ahora en un acelerador de la crisis.

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