El Economista - elEconomista Catalunya
Juan Carlos Giménez-Salinas, abogado
Pedro Sánchez se juega la presidencia del gobierno. Lo tiene complicado. Si actúa con diplomacia, concede votos a Vox y al PP. Si es duro con Catalunya, aviva al independentismo y da la razón a su contrincante Casado
Análisis de la tensa situación actual en Catalunya y las relaciones entre ambas administraciones
Ríos de tinta, infinidad de propuestas, comentarios y análisis se están volcando por todas partes y a todas horas tras la sentencia del Tribunal Supremo sobre el 1-O. Ante esta vorágine de pensamiento y palabra, es difícil meditar con cierta calma, pero se me ocurren algunas ideas que desearía compartir.
La primera, que Pedro Sánchez se juega la presidencia del gobierno. Lo tiene complicado. Si actúa con diplomacia concede votos a Vox y al PP. Si es duro con Catalunya aviva el independentismo y da la razón a su contrincante Casado, actuando del mismo modo y evidenciando que el Gobierno Central carece de habilidad política. La segunda, que en Catalunya tenemos un president que jamás se ha creído que lo era. Actúa como secretario de Puigdemont y enfurece con su incomprensible actitud a propios y extraños. La tercera, que si dejas a las masas fuera de control puede ocurrir cualquier barbaridad. En Europa y en España está repleto de jóvenes y no tan jóvenes dispuestos a divertirse enfrentándose a las fuerzas del orden. Son amantes del riesgo y la anarquía y disfrutan provocando desorden y ruina. A estos se les unen siempre los amantes de lo ajeno, quienes son los que obtienen beneficio material de las algaradas a través del pillaje. La cuarta, que la política y los partidos políticos aparecieron para civilizar a nuestros antepasados y sustituir las guerras por la dialéctica y el pacto. El problema surge cuando no existen personas con la capacidad suficiente para ejercitar estas habilidades políticas y alcanzar los pactos que permitan a las sociedades evitar la fuerza y alcanzar un acuerdo que perdure durante una prolongada etapa. La quinta, que es perjudicial que en un colectivo prime el sentimiento sobre la razón. Si nos dejamos llevar solamente por el sentimiento nos dirigimos directamente al abismo. El sentimiento es saludable como impulsor o acicate, pero debe aparecer la razón que frene el sentimiento y lo canalice posibilitando acuerdos plausibles.
Creo que deberemos esperar a los nuevos gobiernos que surjan de las elecciones de noviembre y de las que se convoquen en Catalunya para intentar dialogar. Hoy es imposible porque los políticos actuales y sus gobiernos son débiles y mediatizados por el corto plazo y su propia debilidad. Serán necesarios gobiernos de coalición fuertes y que representen a una gran mayoría de ciudadanos para suscribir acuerdos estables y duraderos. Tuvimos un ejemplo de acuerdo efímero cuando el Gobierno lo presidía Zapatero y
aprobó el Estatuto catalán. Al haberse negociado solamente por el partido socialista, en aquellos momentos en el poder, el PP, al sentirse excluido, presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional que prosperó y alteró sustancialmente su contenido, provocando desánimo y decepción a los catalanes.
Cualquier negociación y acuerdo posterior sobre una cuestión tan importante como la aprobación de nuevas reglas de juego para Catalunya, deberá hallarse refrendada por la mayoría de las fuerzas políticas españolas. Para conseguir este acuerdo de Estado y que éste sea sólido y perdurable, existen dos vías. La primera que, como ya hemos dicho antes, se conformen, tanto en Cataluña como en Madrid, dos gobiernos de coalición que abarquen un espectro muy amplio del arco parlamentario. Incluimos aquí una Gran Coalición, como designan los alemanes a los gobiernos integrados por miembros de la socialdemocracia y de la derecha. A la española, este Gobierno estaría integrado por el PP y el PSOE, dos partidos con gran experiencia de gobierno y que han sabido entenderse en momentos complicados, aunque han sido siempre rivales. Aún siendo difícil conformar esta Gran Coalición en Madrid, es más factible que una coalición catalana entre independentistas y constitucionalistas dada la distancia que les separa y su carencia de puntos comunes. Otra posible alternativa, la segunda, sería que en los Parlamentos correspondientes se llegara a acuerdos sobre las nuevas reglas de juego para Catalunya sin formar gobiernos integrados por varios partidos. Pero esta alternativa la veo difícil si no existen, en alguna de las dos partes, gobiernos fuertes que puedan aglutinar los intereses políticos tan dispersos como los que se prevén surgidos de estas elecciones y de unas catalanas.
Pensemos, intentado examinar con cierta serenidad esta cuestión, que llevamos muchos años trasegando este problema sin que aparezca nadie, en ninguna de las dos partes, que aporte una solución viable para poder ser aceptada por la otra. Además de que no existe propuesta alguna para poder ser negociada, no existe interlocutor con autoridad y fuerza suficientes para que los suyos, los ciudadanos de cada parte, respalden los acuerdos a los que puedan llegar.
En Catalunya, cualquier acuerdo que se intente por parte de los independentistas será negado por los constitucionalistas. En Madrid, cualquier acuerdo que pretenda el PSOE por su cuenta o el PP por la suya, será negado por el contrario. El tema catalán debilita a Catalunya, la empequeñece y empobrece, pero también debilita a España porque Catalunya es un territorio rico e industrial que aporta mucho a toda la nación. No querer asumir que este problema es un problema de Estado, es negar la realidad. Como también es negarla si se cree que con cuatro concesiones superficiales se soluciona el problema. También es negar la evidencia que Catalunya conseguirá la independencia o bien conseguirá votarla mediante referéndum, mediante los métodos utilizados hasta hoy por sus políticos. Espero que, tras el 10 de noviembre, nuestros políticos admitan que el problema catalán es un problema de todos los españoles y precisa de un gobierno de coalición de amplio espectro, fuerte y cohesionado. Después vendrán las elecciones catalanas y sus políticos deberán asumir que variar el rumbo es la única salida.
En Catalunya, cualquier acuerdo con los independentistas será negado por los constitucionalistas. En Madrid, cualquier acuerdo del PSOE o el PP, será negado por el contrario. El tema catalán debilita a Catalunya