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Los derechos no son inocuos ni ilimitados
Las movilizaciones de rechazo a la sentencia del Tribunal Supremo contra los líderes del procés ha abierto un debate sobre hasta dónde es legítimo llevar las protestas. Políticos y activistas independentistas defienden en sus discursos la movilización no violenta, pero han justificado los actos violentos, e incluso culpan a la policía -tanto autonómica como estatal- de ser la responsable de la violencia, algo muy peligroso si proviene de la administración, como ha pasado con la Generalitat, ya que desautoriza a la autoridad policial ante la opinión pública, y especialmente ante los radicales.
Una cosa es tomar medidas ante acciones policiales antirreglamentarias, y otra reprobar la actuación policial para garantizar el orden y ante ataques a los agentes y a bienes públicos y privados. Estos días han sido muchas las opiniones recogidas en las calles de ciudadanos, especialmente jóvenes, que condenaban la “represión” policial en vez de los disturbios. Algunos sectores parecen olvidar que los derechos tienen límites, cuando perturban otros derechos. Por ejemplo, el derecho de manifestación no ampara bloquear durante más de medio día los accesos a un aeropuerto principal como el de Barcelona, y el derecho de huelga no acredita a los estudiantes que la siguen para bloquear las facultades e impedir el derecho a acudir a clase del resto.
Además, ejercer derechos también acarrea riesgos y consecuencias. Un trabajador pierde parte de su salario cuando hace huelga, pero los universitarios en huelga indefinida desde el 29 de octubre han presionado a los rectorados para no asumir consecuencias académicas por dejar de asistir a clase. De momento exigen evaluación única en vez de continua -lo que ya han aceptado grandes universidades como la de Barcelona, la UAB, la UPF y la de Girona-, pero si se alargan las movilizaciones no será la primera vez que exijan un aprobado general, sin entender que lo importante no es superar un examen, sino adquirir conocimientos necesarios para su vida laboral de los que carecerán.