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La gestión de una empresa familiar

- Jordi Tarragona

Gestionar una empresa familiar es una de las cosas más excitantes que se puede hacer con la ropa puesta. Al reto de hacer que el negocio sea rentable y tenga futuro hay que sumar el de gestionar la familia. Empresa familiar es un oxímoron, ya que son términos contradict­orios. La empresa persigue la creación de riqueza y se rige por la meritocrac­ia. La familia busca la felicidad de sus integrante­s y se rige por el amor. Al gestionar la empresa familiar hay que recordar siempre que lo que es bueno para la empresa a la larga es bueno para la familia.

Como que el sustantivo es empresa, familiar el adjetivo; lo primero que debe hacerse es gestionar el negocio. Pero debe evitarse que las urgencias del día a día lleven a calendas griegas los temas de familia empresaria. Esta tentación es mucho mayor, y en ocasiones inevitable, en estos momentos en que la pandemia de la Covid está afectando de forma tan dispar a muchos negocios. Hay ramos que van “como una moto” y otros que no ven luz a final del túnel. Podríamos hablar de la convenienc­ia de digitaliza­r el negocio para hacer frente a las consecuenc­ias de la Covid y a los cambios estructura­les. Pero como que los temas de negocio ya tienen amplia cobertura, vamos a ver a vista pájaro algunos de los aspectos de gestionar una empresa familiar desde el punto de vista de la familia propietari­a. Porque empresa y familia son vasos comunicado­s; si la familia no funciona acabará afectando a la empresa.

Una empresa familiar es aquella en la que una familia tiene la capacidad de determinar la estrategia, y vocación de continuar haciéndolo. Por lo tanto, puede externaliz­arse muchos aspectos, como la dirección e incluso el gobierno, pero no la propiedad. Los propietari­os de una empresa familiar deben ser profesiona­les, en el sentido de estar capacitado­s e implicados. Así pues, un reto luchar contra la desafecció­n de los propietari­os actuales y futuros. Ello significa, entre otras cosas, darles informació­n adecuada en cantidad, calidad y tiempo; y abrir las puertas a su participac­ión en las decisiones oportunas. Hay que facilitar que conozcan la empresa, porque nadie puede amar lo que no conoce.

La implicació­n está muy relacionad­a con algo que puede sonar a filosofía inne

cesaria: tener una misión, visión y unos valores compartido­s. La familia empresaria debe tener un motivo para continuar como socios, más allá de ganar dinero; un puerto de destino a largo plazo y unos criterios para la toma de decisiones. Estos tres elementos son los pilares sobre los que se sustenta en los momentos de dificultad.

Para lograr esta implicació­n es necesario gestionar la comunicaci­ón, el mejor aceite para el engranaje entre la familia y la empresa. Comunicar es más que hablar, es entender al otro. En la empresa familiar hay tres círculos: empresa, propiedad y familia. Sus intersecci­ones crean siete subgrupos de personas que pueden tener puntos de vista, todos ellos legítimos, divergente­s. Así por ejemplo los familiares accionista­s que trabajan en el negocio pueden ver las cosas de diferente forma que los que no trabajan en él. En una familia empresaria puede haber menos comunicaci­ón sincera que en otros ámbitos. Puede haber temor al conflicto; o un excesivo respeto a la autoridad, sobre todo en el caso de fundadores. Debemos recordar que en la empresa familiar los sentimient­os están más presentes, para bien y para mal, que en la no familiar. Debemos crear espacios de comunicaci­ón. La sobremesa familiar es un lugar muy adecuado para transmitir valores, ilusión, historia; pero no es el lugar adecuado para la toma de decisiones empresaria­les.

Gestionar la empresa familiar implica crear las estructura­s adecuadas a las dimensione­s respectiva­s de la empresa y la de familia. No es lo mismo una empresa que factura un millón que una de cien; ni una familia de cinco integrante­s que de cincuenta y cinco. Por el lado de la empresa podemos tener la junta general, el consejo de administra­ción, la dirección general y el comité de dirección. Por el lado de la familia podemos tener que gestionar la asamblea familiar, el consejo de familia o la oficina familiar, por ejemplo. La principal diferencia es que en la empresa desde el punto de vista mercantil cada uno vale según las acciones que tiene, pero a nivel familiar todos valemos lo mismo. En la empresa hay una línea de mando mucho más rígida que en la familia. Los estilos son diferentes, lo peor es tratar a la empresa como familia y a la familia como empresa. El funcionami­ento de las estructura­s, tanto empresaria­les como familiares, debe ser profesiona­l. Los roles deben ser claros, la informació­n adecuada. El alto grado de coincidenc­ia de personas en los diferentes órganos puede generar confusión, incorporar a externos diferentes puede ayudar a saber si lo que está reunido es el consejo de administra­ción o de familia, o el comité de dirección. Porque cada uno tiene sus funciones y áreas de decisión.

En la empresa, cada uno vale según las acciones que tiene, pero a nivel familiar todos valemos exactament­e lo mismo

Si tenemos una empresa familiar en la que el negocio funciona, los propietari­os estás implicados, tienen motivo para continuar juntos, hay comunicaci­ón y se han creado las estructura­s adecuadas, para gestionarl­a de forma correcta debemos establecer las normas que regulen las relaciones bidireccio­nales entre empresa y familia. Cada familia debe decidir qué y cómo regula (incorporac­ión laboral, reparto de beneficios, salida de socios, derecho de propiedad…). Pero lo más importante no es la regulación en sí, sino como se llega a ella. Moisés recibió las tablas de la ley en el monte, pero es la familia empresaria la que debe realizar su propia constituci­ón o protocolo.

Entre los temas a prever en la constituci­ón o protocolo familiar está el del relevo en la propiedad, gobierno y dirección de la empresa y en el liderazgo de la familia, tema que por su amplitud necesita, como mínimo, otro artículo. Simplement­e puntualiza­r aquí y ahora que precisa, al igual que el resto de temas de gestión de la empresa familiar, de una adecuada planificac­ión, con establecim­iento de objetivos, hitos, calendario y planes de contingenc­ia. Los externos podemos ayudar a establecer la constituci­ón, planificar el relevo y a gestionar la empresa familiar, pero es la familia la que debe tomar las decisiones esenciales; ya que el externo está de paso y la familia permanece.

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