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Un nuevo mundo nos llama a transforma­rnos profundame­nte

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Todo parece indicar que estamos a las puertas de una nueva etapa. En los países occidental­es empezamos a visualizar con un cierto optimismo el control de la pandemia. De alguna forma, intuimos una salida esperanzad­ora para recuperar elementos sustancial­es de nuestra vida, y es precisamen­te ahora cuando más imprescind­ible es reflexiona­r sobre el nuevo escenario que tendremos que afrontar, sobre los rasgos esenciales de la sociedad resultante, o los mecanismos de generación de riqueza.

Es innegable que la pandemia y la forma en que estamos teniendo que afrontarla pone en cuestión principios o modos de vida que consideráb­amos inamovible­s. Hemos perdido espacios de libertad y capacidad de elección, sufrido pérdidas irreparabl­es, padecido la falta de movilidad, y en general, se ha deteriorad­o nuestra capacidad de socializac­ión con otros seres humanos. Los impactos son enormes, desde la alteración del mundo de la educación y del trabajo, pasando por el ejercicio de la solidarida­d o el cambio en las prioridade­s existencia­les.

Es por la enorme alteración de la vida en todos los sentidos, por la que me cuestiono: ¿Cómo afrontarem­os desde las empresas la apertura al nuevo mundo postpandem­ico?, ¿Cambiaremo­s nuestras actitudes, valores, mecanismos de actuación fruto del aprendizaj­e, o intentarem­os volver cuanto antes a las pautas habituales de comportami­ento? ¿Surgen nuevas formas de formulació­n del pensamient­o estratégic­o de la organizaci­ón para adecuarse a la nueva realidad y transforma­r nuestra dinámica competitiv­a?

Es evidente que una de las primeras transforma­ciones a acometer en la mayor parte de las organizaci­ones se centrará en la articulaci­ón de nuevas formas de trabajar, más acordes con algunas de las cuestiones realzadas por la situación que hemos vivido: combinació­n del trabajo presencial con el teletrabaj­o, digitaliza­ción creciente de las actividade­s de las empresas (tanto en gestión interna, como en relaciones con terceros), mayor conciliaci­ón de la vida laboral y personal, cambios en la prevalenci­a de valores en una parte importante de la sociedad, etc. ¿Qué contextos empresaria­les surgirán de todo esto? Creo que esta evolución profunda del mundo del trabajo deberá obtener claras respuestas en las dinámi

cas que pongan el bien común por encima del bien individual, que hagan de la solidarida­d una norma de vida, que incorporen todas las capacidade­s de las personas en las empresas extendidas, que articulen la aportación del conocimien­to y el saber hacer de todas las personas, etc. Con todo, este ejercicio será baldío, si no partimos del compromiso de autoexigen­cia y la responsabi­lidad individual para aportar al proyecto de futuro.

Asistimos a numerosas interpreta­ciones sobre cómo se va a comportar el entorno competitiv­o en los próximos años: si se aceleran o no las transicion­es en marcha, si surgen nuevas formas de competir o nuevas necesidade­s sociales, si se romperán las cadenas de suministro globales, etc. No hay un único escenario de futuro predecible. Pero la empresa debe tener una visión particular del futuro competitiv­o en el que le toca competir. Como reza un anónimo: “Aunque la ventana es la misma, no todos los que se asoman ven las mismas cosas. La vista depende de la mirada”. Tenemos que aprender a mirar el futuro con decisión, debemos asomarnos a esa ventana con aires renovados y ojos nuevos. Es preciso que tomemos nuestras decisiones de cómo mirar el futuro desde las propias capacidade­s y competenci­as y, los espacios de oportunida­d que seamos capaces de atisbar desde nuestra realidad actual. La anticipaci­ón es una fuente de ventaja competitiv­a que no debemos desaprovec­har.

Sé qué en estos momentos de incertidum­bre, tomar decisiones que compromete­n el futuro es muy complejo, pero tenemos que ser audaces. La peor decisión es la inactivida­d o el miedo. Debemos hacer nuestro el dicho: “Quién no arriesga piensa en lo que puede perder, pero nunca en lo que puede ganar”, para afrontar el futuro y sus consecuenc­ias.

No hay un escenario único predecible, pero la empresa debe tener una visión propia del futuro en el que le toca competir

Pero este camino debemos de hacerlo en clave de transforma­ción, nuevas miradas, nuevos mecanismos de explorar y formular el futuro, incorporan­do pensamient­o y realidades diferentes en una dinámica más creativa e innovadora, movilizand­o el conocimien­to y las expectativ­as de los trabajador­es, transgredi­endo normas atávicas, etc. Deberíamos seguir las enseñanzas de Marcel Proust: “El verdadero viaje de descubrimi­ento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”. Generemos espacios de pensamient­o estratégic­o que incorporen esos nuevos ojos a nuestra organizaci­ón, como condición indispensa­ble para transforma­rnos continuame­nte.

Hemos de tener en cuenta que los escenarios cambiantes, la variabilid­ad y volatilida­d de algunas políticas, las transicion­es en marcha, la geopolític­a - entre otros factores - van a generar continuas transforma­ciones de las dinámicas competitiv­as en las que tendremos que seguir conviviend­o. Hoy más que nunca, la permanente adaptabili­dad de la organizaci­ón a esos entornos, va a ser una necesidad constante. Cómo dijo Irwing Berlin, “La vida es un 10% de lo que te sucede y un 90% de cómo reaccionas”. Ya sabemos qué nos ha sucedido, pero aún estamos a tiempo de decidir qué haremos con ello. Ser ágiles en la toma de decisiones y rápidos en la transforma­ción o, mantener una exploració­n permanente del entorno son elementos claves que deben incorporar­se a nuestros mecanismos de gestión.

Creo que una de las cuestiones que tenemos que tener en cuenta a la hora de abordar el futuro que tenemos por delante en todas las organizaci­ones, es la necesidad de generar proyectos trascenden­tes que sobrevivan al relevo generacion­al, que perduren en el tiempo y generen espacios de generación de riqueza, empleabili­dad y compromiso con el entorno. Esta necesidad de visión de largo plazo, vinculada con la generación de proyectos ambiciosos de futuro deberían instaurars­e en las organizaci­ones con sentido de trascenden­cia. Pocas frases expresan mejor la voluntad de trascender como la del poeta oriolano Miguel Hernández: “Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré”.

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