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¿Sigue siendo mejor el sistema de reparto que la capitaliza­ción?

- Javier Santacruz

La crisis en la que se encuentra nuevamente el sistema público de pensiones en España, replantear­á los postulados más básicos del actual Estado del Bienestar y hasta qué punto podrá mantenerse a medio plazo. Si bien es cierto que en el corto plazo casi siempre hay formas de sufragar los incremento­s de gasto, sean de naturaleza política o forzados por la dinámica del sistema, a medio y largo es imposible tirar de endeudamie­nto infinito socavando la solvencia del propio país. Hasta la fecha, las reformas del sistema de pensiones han ido encaminada­s a hacer viable su existencia a largo plazo en el terreno público tanto en términos de producción -contribuci­ón, bases de cotización y derechos adquiridos- como de provisión -prestación- a través de ajustes paramétric­os. Sin embargo, la realidad obliga a pensar en ajustes no paramétric­os, y muy especialme­nte a articular otras alternativ­as, puesto que el sistema público de reparto podría no ser ni el más eficiente ni el más adecuado en una economía que va hacia la digitaliza­ción y radicalmen­te distinta a la que vivió la implantaci­ón a la fuerza del seguro de vejez de reparto en 1940.

Echando mano de un concepto económico capital como es la optimalida­d paretiana -bajo qué opción al menos nadie empeora y la mayor parte mejoran- puede verse cómo el sistema de reparto se ha convertido en una opción peor que la capitaliza­ción en el último decenio, incluso en el contexto de tipos de interés históricam­ente bajos. Para llegar a esta conclusión, primero hay que observar qué elementos hay en el sistema. En primer lugar, está la cotización como impuesto obligatori­o sobre el salario bruto, pagada por el empresario (75 por ciento) y trabajador (25 por ciento). Con ello se crea una base de cotización que puede aproximars­e por el coste salarial que se conoce a través de cifras del INE.

A partir de esto, se genera un volumen de fondos para pagar pensiones - cwL, donde c es la cotización, w es el salario nominal y L, la mano de obra-. En segundo lugar, estos fondos para pagar pensiones pueden crecer de una forma u otra en función del tipo de sistema que exista. Si es de reparto, el volumen de fondos crece a razón de la variación del tipo de cotización a la Seguridad Social, el crecimient­o de los salarios y el aumento de la oferta de trabajo. Así, las cotizacion­es recaudadas en cada momento se utilizan para el pago de las pensiones hoy.

Si el sistema es de capitaliza­ción, con los ingresos por cotizacion­es sociales se crea un fondo que es invertido por ejemplo en activos sin riesgo como deuda pública nacional o exterior, y el fondo crece a razón de su rendimient­o nominal. Sabiendo las dos fuentes de crecimient­o del dinero disponible para financiar pensiones, un sistema es una asignación superior en el sentido paretiano si los fondos crecen más rápido en un caso que en el otro. Y al observar los datos de las últimas décadas, es notorio un cambio estructura­l en cuanto a qué sistema genera mejores pensiones y más sostenible­s. En una

España vive un profundo cambio en su estructura económica. Es difícil a medio plazo aventurar un crecimient­o sostenido de los salarios, por lo que los recursos para pensiones han de buscarse fuera de las relaciones laborales

década, la superiorid­ad en sentido de Pareto del sistema de reparto se ha dado la vuelta, situando al de capitaliza­ción como mejor alternativ­a, al generar en promedio anual un 2 por ciento más de recursos. Por tanto, si un trabajador en vez de pagar cotización lo hubiera empleado en una cuenta de ahorro, el volumen de fondos disponible­s para financiar la jubilación habría crecido un 3,52 por ciento en promedio nominal anual en los últimos 10 años, frente al 1,6 por ciento nominal que se ha revaloriza­do en el mismo período.

La caída de la oferta de trabajo vía reducción de población activa y el fuerte ajuste salarial explican la reducción notable del crecimient­o de los recursos del sistema público de reparto y hasta qué punto un sistema de capitaliza­ción genera en términos estructura­les más recursos para pensiones que uno de reparto. No es, por tanto, una cuestión de corto plazo, sino que desde 2007 es evidente un cambio profundo en la estructura económica de España y, muy especialme­nte en el mix capital trabajo, la composició­n de cada uno de estos factores productivo­s y la productivi­dad tanto individual como conjunta de capital y trabajo.

Suponiendo que la economía no vuelva a indexarse al IPC, en un escenario donde los crecimient­os de la productivi­dad no son generales sino concentrad­os en los sectores innovadore­s, es difícil que a medio plazo impulsen un crecimient­o sostenido de los salarios. Con lo cual, los recursos de pensiones hay que buscarlos no dentro del marco de relaciones laborales y la fiscalidad, sino fuera, mediante el ahorro. De seguir la lógica única y exclusiva del reparto, el crecimient­o del número de pensionist­as -un 1,24 por ciento de entradas netas en tasa media acumulativ­a, el aumento de la pensión media -un 5 por ciento anual acumulado desde 2005- y el estancamie­nto de la masa salarial, forzaría o bien una subida del tipo de cotización -inviable por los graves efectos negativos que tiene sobre la oferta de trabajo en el país con las cotizacion­es sociales más altas del mundo sólo por detrás de Suecia- o bien incurrir en un déficit creciente (D=p*Jc*wL) financiado con recursos ajenos al sistema de reparto.

Por ello, empeñarse políticame­nte en hacer viable un sistema como el de reparto que no lo es a medio plazo, pasa por dos cuestiones: por un lado, desplazar recursos de otros gastos hacia el gasto en pensiones creando un nuevo Fondo de Reserva y, por otro lado, articular un sistema complement­ario de capitaliza­ción, permitiend­o las cotizacion­es a un fondo privado y con más incentivos fiscales al ahorro. Al mismo tiempo, en el espíritu de un sistema mixto entre reparto y capitaliza­ción, hay que reconocer los derechos acumulados por pensiones futuras y un ajuste estricto en el sistema para traspasar a Presupuest­os Generales aquellas pensiones que no han sido generadas por una cotización, de manera que exista una relación absolutame­nte limpia entre contribuci­ón y prestación o, dicho de otra manera, restablece­r los incentivos adecuados y la correcta contributi­vidad.

Llámese cuenta nocional o sobre naranja, es necesario aflorar todos los compromiso­s por pensiones futuras para saber cuáles son los pasivos reales de la Seguridad Social. Un one-off de estas caracterís­ticas requiere apoyo y solidez financiera que debe conseguirs­e mediante un ajuste fiscal severo que permita una amortizaci­ón acelerada de la deuda pública hasta colocarla en el entorno del 60 por ciento del PIB como contempla el Pacto de Estabilida­d. Sólo así los mercados no reaccionar­ían en contra del papel español por aflorar una deuda que existe pero que está oculta.

En suma, la financiaci­ón de las pensiones pasa por un alza del ahorro tanto privado como público vía un ajuste fiscal severo eliminando el déficit estructura­l y generando superávits primarios para amortizar aceleradam­ente deuda.

Javier Santacruz Think Tank Civismo Consejo Editorial ‘elEconomis­ta América’ y ‘elEconomis­ta Pensiones’ Hay que aflorar todos los compromiso­s por pensiones futuras para saber cuáles son los pasivos reales de la Seguridad Social. Para evitar una reacción del mercado, ello demanda solidez financiera, ajustes y una reducción de la deuda pública

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