El Economista - elEconomista Pensiones
Miguel Carrero
Presidente de PSN
Cada vez es más una constante que, en su patente insostenibilidad, el sistema público de pensiones ocupe portadas de diarios o aperturas de informativos en radio y televisión. De igual modo, también es común el recurso a la manipulación, a las medias verdades y la ocultación manifiesta de una realidad a la que la sociedad cada vez es menos ajena. El Fondo de Reserva de la Seguridad Social -la hucha de las pensiones- se ha evaporado y ello ha vuelto a poner sobre la mesa los riesgos de permanecer ajenos a una realidad que, como un tsunami, acabará arrasando las perspectivas de futuro de miles de profesionales, que tendrán que afrontar una difícil situación económica al alcanzar la jubilación.
Nuestro sistema de pensiones es de reparto, es decir, abona las prestaciones de los jubilados gracias a las cotizaciones de los trabajadores en activo. Es lo que denominan solidaridad intergeneracional. No deja de resultar curioso que se defina como solidaridad a lo que se impone por decreto. Es evidente que se trata de una imposición, que para unos será un expolio y para otros una bendición pero, desde luego, no es la decisión voluntaria que implicaría la solidaridad, verdadero atributo anímico. Este tipo de modelo, como se ha puesto de manifiesto en otros países que sí han tomado el toro por los cuernos, ni es solidario ni tiene garantizado su futuro. Su sostenibilidad siempre estará supeditada a las cotizaciones de una población menguante -2017 fue el año con menos nacimientos desde 1996 y más defunciones desde 1976- y con unas perspectivas demográficas que asustan -en 20 años se doblará el número de mayores de 65 años, según el INE-. Pero es que además esa solidaridad de la que siempre se hace gala puede llevar a un terrible equívoco, porque muchos trabajadores creen que sus cotizaciones le otorgarán derecho a percibir una pensión acorde y ésa es una hipótesis que siempre estará marcada por el momento en el que se encuentre nuestro modelo.
Los sistemas de reparto han dado históricamente numerosas pruebas de su ineficiencia. Las cajas de auxilio de muchos colegios profesionales o el caso de pequeñas mutualidades que acabaron quebrando han sido una buena muestra de los riesgos que suponen, porque no garantizan que las aportaciones de hoy sean las percepciones de mañana. Por eso, es preciso incorporar a los modelos actuales las herramientas que tan buen resultado están dando en otros ámbitos. En este sentido, los modelos de capitalización individual, como los que se usan en el sector seguros, han hecho gala de solvencia, solidez y garantías como ningún otro. Nuestro sistema requiere de una mayor financiación, que bien podría lograrse siquiera parcialmente a través de una gestión eficiente que evite prebendas y despilfarros. Pero es indudable que aun así necesitamos un cambio de paradigma. Necesitamos ser socialmente conscientes de los cambios a acometer, del reto de responsabilizarnos de nuestro futuro y del de nuestras familias y, por encima de todo, de no engañarnos ni dejarnos engañar con la excusa de que nuestras necesidades estarán siempre cubiertas por un Estado protector.