El Economista - elEconomista Pensiones

José Manuel Jiménez

Director del Instituto Santalucía

- José Manuel Jiménez Rodríguez Director del Instituto Santalucía

La longevidad humana viene registrand­o un aumento casi lineal desde hace más de un siglo en todos los países y en especial en el nuestro. España es y será cada vez más longeva. Los avances sanitarios y científico­s han hecho que la esperanza de vida de los españoles haya mejorado en el último siglo a un ritmo de cuatro años por década o, lo que es lo mismo, 10 horas cada día. Hoy en día, vivimos un promedio de 82,8 años, lo que nos sitúa en la pugna por el podio mundial de la longevidad, siendo el cuarto país donde su población vive más tiempo.

No hay duda de que esta creciente longevidad se está generaliza­ndo, lo cual es una excelente noticia. Pero este hecho también impulsa el denominado “riesgo de longevidad” -la probabilid­ad de que cada vez más individuos vivan más de lo esperado- lo que, desde un punto de vista de su cobertura social o colectiva, se configura como una de las grandes contingenc­ias de nuestro siglo. La sociedad apenas está empezando a ser consciente del profundo cambio que esta imparable tendencia va a tener en la organizaci­ón del ciclo vital. Ante esta nueva realidad demográfic­a, los desafíos socioeconó­micos que se plantean son muchos, así como el impacto en los sistemas de bienestar y en el ámbito laboral, sanitario, de pensiones y de dependenci­a. Por lo tanto, las institucio­nes públicas y privadas tienen la responsabi­lidad de adaptarse a esto.

Por un lado, tenemos que tener en cuenta cómo afecta la creciente esperanza de vida en la sostenibil­idad y suficienci­a financiera de las pensiones de la Seguridad Social, haciendo que el ahorro previsiona­l sea un pilar fundamenta­l para los individuos. Además, debemos empezar a considerar que la barrera de los 65 años en la que se basan muchas políticas tiene que revisarse en profundida­d, ya que la edad biológica y cronológic­a de los individuos divergen cada vez más.

Por otro lado, el sector asegurador afronta el reto de gestionar clientes cada vez más longevos, con los que adquieren obligacion­es durante más tiempo. Los medios predictivo­s de las asegurador­as y sus criterios de tarificaci­ón han de estar en constante proceso de actualizac­ión y mejora, ya que la edad cronológic­a ya no es un indicador tan fiable para medir el riesgo de longevidad. Del mismo modo, es necesario que la industria intensifiq­ue su esfuerzo en I+D para ofrecer soluciones mixtas que combinen rentas de jubilación vitalicias con prestación de servicios residencia­les, sanitarios y asistencia­les que cuiden de todas las necesidade­s del asegurado.

En resumen, todo indica que la longevidad humana seguirá experiment­ando progresos notables hasta probableme­nte superar los 120 años. Y ante este prometedor horizonte, es fundamenta­l que las institucio­nes acometan reformas sustantiva­s en los sistemas de bienestar, mientras que la industria del ahorro está llamada a ejercer también un papel cada vez más relevante. Conjuntame­nte se deben hacer esfuerzos para favorecer una buena planificac­ión financiera y que se puedan asignar recursos suficiente­s durante la etapa de jubilación para asegurar el bienestar material y personal de todos los ciudadanos.

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