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Cómo esquivar los impuestos sobre el ahorro cuando se avecinan cambios fiscales
Productos tanto físicos como financieros de alta liquidez, que generen rentas implícitas y con horizonte de largo plazo son los que protegen al ahorrador frente a las subidas fiscales
Parecía alejado el fantasma de nuevas subidas fiscales en el horizonte más próximo, pero los anuncios más recientes del Gobierno están indicando la dirección contraria, retomando algunos viejos argumentos acerca del crecimiento de la recaudación vía subidas de impuestos, especialmente a los que consideran más ricos. Pero al igual que sucedió en las dos anteriores subidas de impuestos -la primera a partir de 2009 con la desaparición del tipo único sobre las rentas del ahorro y en 2012 con la subida más importante de la historia, llevando el marginal hasta el 27 por ciento-, que quien las terminó pagando fue la clase media, este nuevo hachazo fiscal que se planea sobre las rentas del capital también terminará más tarde o más temprano recayendo sobre las clases medias, afectando especialmente a aquellos que perciben rentas periódicas que no pueden diferir en el tiempo.
Las últimas experiencias en materia de subidas fiscales al ahorro han tenido unos resultados mediocres en términos de recaudación y han causado un daño importante a la base de ahorro que en España se concentra en contribuyentes que perciben rentas procedentes del ahorro -dividendos, intereses, rentas de derechos, ganancias patrimoniales…- superiores a 30.000 euros anuales. En las rentas del ahorro, la contribución de los tramos más altos es mucho mayor que en las rentas del trabajo, debido evidentemente a la concentración de patrimonio que genera rentas, intereses o dividendos susceptibles de ser gravados a través de la base imponible del ahorro.
Midiendo la contribución de los diferentes grupos de contribuyentes por nivel de renta sobre el total de la recaudación con los últimos datos de liquidación ofrecidos por la Agencia Tributaria, en el primer cambio fiscal tras el estallido de la crisis financiera de 2008, se produjo un one-off de 5,21 puntos porcentuales -de 2010 a 2011- en el peso de los ricos sobre el total, pero al año siguiente volvió a caer el peso sobre el total recaudado de las rentas de los ricos. A partir de 2013, primero con una nueva subida fiscal que llevó al marginal general hasta el 27 por ciento y posteriormente una bajada en 2015 hasta el actual tipo del 23 por ciento, acompañado de una coyuntura de recuperación extraordinaria de las bolsas y el resto de los activos tanto reales como financieros, ha provocado que los más ricos -a partir de 150.000 euros de rentas del capital- paguen casi el doble más que en 2010 hasta el actual 52,17 por ciento.
Pero, ¿qué es lo que ha sucedido con los ahorradores medios? Su participación en el total de lo recaudado creció por el efecto de la subida fiscal de 2010 hasta situarse en el 23,11 por ciento, pero desde entonces ha descendido de forma considerable hasta situarse en el mínimo histórico del 16,77 por ciento. Es decir, es un síntoma de la pérdida de capacidad de ahorro de las rentas medias -incluso en un escenario alcista de los mercados financieros- pero, sobre todo, de la fuerte preferencia hacia activos con rentas explícitas que han menguado considerablemente por el efecto de los tipos de interés bajos con los que convivimos desde hace años.
En este sentido, el ahorrador medio enfrenta tres presiones fundamentales si decide, aunque sea poco y de forma irregular, ahorrar: la merma de rentabilidad de los productos tradicionales como depósitos, una fiscalidad que se ha consolidado por encima de los niveles previos a la crisis -de un 18 por ciento de tipo único a un 23 por ciento de marginal
actualmente a partir de los 50.000 euros- y una inflación silenciosa que va apareciendo poco a poco en el escenario macroeconómico. Evidentemente, la variable de control posible es, en este caso, la fiscalidad a través de las posibles variaciones en el mix de la cartera que posibiliten diferir rentas hacia el futuro en vez de cobrarlas en el presente y, por tanto, verse obligados a pagar al Fisco cada vez que ingresan un rendimiento de capital mobiliario o una ganancia patrimonial.
Dos claves: cambio de la orientación de las inversiones hacia el largo plazo y cambiar rendimientos explícitos de capital por rendimientos implícitos, lo que equivale a reinvertir todos los flujos de caja que generen las inversiones de forma continuada a lo largo del tiempo. De esta forma, a la Declaración de la Renta anual llegarían menos ingresos de capital y, por tanto, el contribuyente ahorraría en su factura fiscal de forma considerable. Incluso aunque se han tocado pilares importantes como es la corrección por inflación de los inmuebles en ganancia patrimonial, hay formas de ahorrar tributación dependiendo de cómo se instrumentalice la transmisión.
En la práctica supone cambiar depósitos, carteras de acciones al contado, instrumentos financieros de vencimiento a corto plazo y otros activos de horizonte temporal de corto plazo por bonos con vencimientos más largos que sean cupón cero, fondos de inversión que gocen del régimen de traspaso y en el caso de las prestaciones de un plan de pensiones o de un Plan de Previsión Asegurada (PPA) que sean en forma de renta -además de que no tributan por la base del ahorro, sino por la base general- y, por último, rentas vitalicias o rentas diferidas en el tiempo. Esto con respecto a los activos financieros. Pero también ganan peso los activos reales, especialmente aquellos que comprados a un buen precio, con liquidez y con orientación de largo plazo no generen rentas financieras. Por ejemplo, el alquiler de un inmueble va a la base general y no a la del ahorro.
En resumen, para capear las amenazas de subida fiscal, la estrategia es buscar una cartera donde continuamente se esté reinvirtiendo el capital más los rendimientos y, de esa forma, obtener una rentabilidad implícita libre de impuestos. La filosofía es clara: la deuda fiscal que generaría una inversión hoy tiene un valor actual superior que en períodos sucesivos, ya que no tiene cláusula de revalorización por inflación. Lo cual permite emplear el dinero y sacarle una rentabilidad o un aprovechamiento antes que tenerlo Hacienda. Es necesario cumplir con las obligaciones tributarias, pero optimizando el pago de los impuestos en cada momento del tiempo.