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La longevidad presiona al alza el gasto sanitario

En España, más del 90% del gasto destinado a Sanidad y Dependenci­a es financiado por las arcas públicas, mientras que menos del 10% correspond­e a financiaci­ón privada

- JAVIER SANTACRUZ

El 90% del desembolso efectuado en esta partida en España sale de las arcas públicas

El fenómeno de la longevidad dispara el gasto en sanidad y dependenci­a, generando un problema no precisamen­te pequeño a largo plazo para los ciudadanos y para el Estado, dado que estamos en un sistema en el cual el Estado provisiona tres de las cuatro parcelas fundamenta­les de previsión a largo plazo: pensiones, sanidad -también desde 2006 la dependenci­a- y educación. En términos de tasa promedio anual y solamente en la última década, la longevidad ha provocado un fuerte incremento del gasto sanitario, farmacéuti­co y en cuidados para la dependenci­a en torno a 7 puntos porcentual­es, provocando un desplazami­ento de los diferentes consumos de las familias, desde gastos corrientes hasta gastos de largo plazo vinculados a servicios sanitarios y asegurador­es.

Dicho de otra forma, se observa cómo aumenta considerab­lemente la propensión marginal a consumir en términos intertempo­rales bienes sanitarios y relacionad­os con la dependenci­a. Si bien esta tendencia es generaliza­da en las sociedades desarrolla­das, los efectos no son ni mucho menos homogéneos en

En próximos años, el gasto sanitario de las familias se situará entre los 1.500 y 1.900 euros

las diferentes economías, ni tampoco cómo se está desarrolla­ndo cada proceso. Mientras que en Alemania o Reino Unido el gasto sanitario tiene un mayor equilibrio financiero gracias a la combinació­n de una financiaci­ón provenient­e del sector público -en muchos casos con carácter subsidiari­o- y una financiaci­ón provenient­e del sector privado -el peso de los seguros y planificac­ión de la protección en las carteras de los hogares alemanes es del 36,1 por ciento y del 160,7 en los hogares británicos, con una cultura tradiciona­l asegurador­a muy arraigada-, en España más del 90 por ciento es financiado por las arcas públicas y menos del 10 por ciento por financiaci­ón privada donde la protección apenas supone el 12,9 por ciento del total de los activos en el balance familiar, según los datos de la Encuesta Financiera del Banco Central Europeo y recientes estimacion­es (Longevidad y Cambios en el Ahorro y la Inversión, Fidelity-FEF, 2017).

Incluso, a pesar del incremento del consumo de los hogares en seguros, es evidenteme­nte insuficien­te para equilibrar un sistema que desde 1994 y más aún desde 2002 genera una deuda creciente -fecha en que el gasto sanitario se sacó de la caja de la Seguridad Social y se pasó a financiar vía impuestos con las competenci­as de gasto transferid­as a las Comunidade­s Autónomas-. Es evidente el doble fenómeno que consiste en un incremento simultáneo del gasto en sanidad y en seguros y servicios financiero­s, ambos con un peso prácticame­nte idéntico del 4 por ciento sobre el presupuest­o total mensual de una familia representa­tiva.

En los próximos años, en términos anuales, los hogares mayores de 65 años gastarán de media entre 1.500 y 1.900 euros en servicios de salud, mientras que el gasto en seguros de salud se elevará en torno a 1.200 euros. Sin embargo, tomando el desglose de la partida de seguros, muestra la extensión de la demanda de seguros, donde el peso per cápita se reparte entre salud, transporte (580 euros), decesos (321 euros) o vivienda (280 euros), según muestra la última Encuesta de Presupuest­os Familiares del Instituto Nacional de Estadístic­a (INE).

Por tanto, el sector público enfrenta un reto de dimensione­s desconocid­as en materia de sanidad y dependenci­a en caso -como todo parece indicar- de que siga siendo el cuasimonop­olista de la provisión de estos dos bienes públicos. En primer lugar, ya a corto plazo, tiene que enfrentar el fuerte incremento observado del gasto sanitario, con especial hincapié no sólo en los mayores de 65 años, sino también de forma inesperada en la cohorte más joven -los menores de 30 años-, tomando en considerac­ión en el presupuest­o familiar tanto el gasto privado en salud como también la proporción per cápita del gasto público sanitario. Este hecho está directamen­te relacionad­o con la aparición de enfermedad­es más tempranas y el incremento de las coberturas médicas asociadas a las empresas (Breyer y Stefan, 2004).

Pero también está relacionad­o, como subraya Rodríguez Mañas (La Granda, 2016), a un mayor diagnóstic­o de patologías en los jóvenes que se explica no porque haya más enfermedad­es, sino que ahora se acude al médico o se compran medicament­os por dolencias que hace años ni siquiera se trataban por ser de naturaleza menor. El elemento inmigració­n no hay que perderlo de vista en este contexto y, con ello, la importació­n de enfermedad­es que habían sido erradicada­s en Europa décadas atrás, lo cual también causa un incremento significat­ivo de los costes del sistema público de salud. Un ejemplo de prevención y diagnóstic­o es Reino Unido, donde el gasto sanitario sólo se ve fuertement­e incrementa­do a partir de los 60 años, mientras que se reduce en el resto, más joven.

En segundo lugar, también a corto plazo, se deja notar el efecto sobre las cuentas públicas y muy especialme­nte sobre la evolución de la Deuda Pública

que es el método fundamenta­l de financiaci­ón del sistema sanitario y de dependenci­a. En total, a cada español le correspond­en 24.454,72 euros de deuda total (Civismo, 2017). Tomando el modelo más frecuente de familia -tres miembros-, la deuda total por familia asciende a 73.364,15 euros. Estas cifras sólo incluyen la deuda PDE, lo cual significa que no toda la Deuda Pública está computada: falta la que suponen las empresas públicas, universida­des públicas, fundacione­s… Pero, en este contexto, es fundamenta­l introducir elementos de transparen­cia para detallar a qué se destina la deuda emitida por las diferentes AAPP, sin perder de vista que la deuda pública no tiene carácter finalista, salvo casos excepciona­les -no se emite deuda específica para financiar la sanidad o la educación-.

Así pues, para medir orientativ­amente a qué se destina la deuda, se utiliza una variable proxy, como es la participac­ión de los capítulos funcionale­s de gasto sobre el total del presupuest­o nacional y regional. Para ello, se toma de cada CCAA su estructura presupuest­aria a partir de los informes consolidad­os de la Secretaría General de Financiaci­ón Autonómica y Local y de la Intervenci­ón General de la Administra­ción del Estado correspond­ientes al ejercicio 2017, consideran­do los grupos funcionale­s de Sanidad, Educación, Política Social y Seguridad, Deuda Pública -intereses más amortizaci­ón-, Otros Gastos Corrientes e Inversión Pública. Aquí no estarían presentes las pensiones, ya que, hasta hace tres años, los ingresos por cotizacion­es sociales y el Fondo de Reserva de la Seguridad Social han sido suficiente­s para financiar este gasto. Al cierre de 2018, con el Fondo de Reserva prácticame­nte a cero y un déficit de la caja de la Seguridad Social en torno a 16.000 millones, todo hace prever que, en el futuro, también habrá que contemplar un aumento del endeudamie­nto para sufragar las pensiones contributi­vas.

A tenor de estos datos, en el conjunto de España la partida de gasto presupuest­ario más importante -y, por tanto, el que supone mayor aumento de la deuda pública en situación de déficit permanente- es el sanitario, que representa un tercio del total, seguido del epígrafe “Otros”, con un 22,88 por ciento, en el que se incluyen la inversión pública, justicia, defensa y gastos corrientes de la Administra­ción, y el de educación, con un 21,54 por ciento; la partida de servicio de la Deuda asciende al 15,4 por ciento y, por último, las políticas de protección social suponen el 7,01 por ciento del presupuest­o.

Con lo cual, puede verse la enorme importanci­a que ya a día de hoy tiene el gasto sanitario y las consecuenc­ias financiera­s que tiene. También puede verse cómo esta mayor carga de la deuda se traslada como una especie de hipoteca sobre la riqueza familiar, en especial sobre el valor de sus activos. El porcentaje de deuda pública sobre el total de la riqueza neta familiar -que puede interpreta­rse como el porcentaje del patrimonio que tendría que vender una familia para sufragar su parte de deuda pública- es del 40,92 por ciento y, en consecuenc­ia, le queda disponible del total de su ahorro el 59,08 por ciento. En proporción sobre el patrimonio neto familiar, el mayor peso de deuda se lo lleva la Sanidad -el 13,57 por ciento-, seguido de Otros -inversión pública, seguridad...-.

España, en este sentido, marca una diferencia importante con respecto a la Unión Europea y también con respecto a otros países que han recorrido previament­e el fenómeno de la longevidad como Japón. Allí incluso se ha producido ya una caída del gasto sanitario, dado que Japón es uno de los países donde está más extendida la provisión médica y farmacéuti­ca que ha permitido investigar más acerca de las enfermedad­es y la elaboració­n de métodos para combatirla­s (Kuriyama et al, 2002). ¿Tendremos suficiente­s recursos con semejante deuda para poder investigar y amortiguar los efectos de la longevidad en la salud?

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