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¿Los robots salvarán las pensiones?
No cabe duda de que la automatización del trabajo que está trayendo la Revolución Digital está sacudiendo profundamente las economías contemporáneas, transformando las actividades productivas, de distribución y de consumo. Y, con ello, las relaciones sociales y laborales. Las máquinas estarán muy presentes en el futuro tejido productivo, pero, más allá del pesimismo inicial, se prevé que la robotización cree más puestos de trabajo de los que sustituya.
Cada vez vivimos más y, en general, mejor. Ésta es una excelente noticia, aunque cargada de implicaciones. Los años que hemos ganado en esperanza de vida no se están dedicando a actividades productivas, sino que suponen ampliar la carga de la Seguridad Social, que tiene que otorgar rentas vitalicias de mayor duración a los pensionistas. Esta circunstancia, junto con otras variables demográficas, desafían la sostenibilidad y el equilibro financiero del sistema de pensiones y urge a la sociedad a tomar medidas al respecto.
Porque ante estos cambios que estamos experimentando, una cosa parece clara: el modelo de trabajo y de jubilación actual está obsoleto. Hoy en día nos seguimos moviendo en el mismo modelo que a finales del siglo XIX, cuando ya estaba consolidada la Revolución Industrial. Ahora, inmersos en la siguiente gran revolución, la de la Inteligencia Artificial, seguimos sin hacer reformas sustanciales que permitan más flexibilidad laboral y de retiro a los trabajadores del siglo XXI.
Los grandes cambios siempre están llenos de grandes oportunidades. Seguramente los robots no podrán cargar con cotizaciones para pagarnos las pensiones, pero podrán ayudarnos a compensar los desequilibrios del Sistema, creando empleo de calidad y aprovechando la experiencia y el talento de las generaciones mayores, más allá de los 67 años. No obstante, para lograr que el impacto de los robots y la Inteligencia Artificial en el mercado laboral sea verdaderamente positivo, tendremos que ser capaces de adaptarnos con previsión a esta nueva realidad y, sobre todo, hacer una gran inversión en educación y formación.
Además, en este contexto, creo firmemente que la industria aseguradora está llamada a ejercer un papel cada vez más relevante y tiene una gran responsabilidad a la hora de ofrecer productos disruptivos y soluciones de jubilación innovadoras que sean eficientes, eficaces e incorporen los retos del futuro del trabajo y la creciente longevidad. Es necesario concebir productos adaptados a las condiciones de esperanza de vida y necesidades individuales durante la jubilación, pero también mucho más comprensibles. Porque, aunque los ciudadanos están cada vez más concienciados de que vivir vidas más largas requerirá ahorro previsional y tomar decisiones de planificación durante todo el ciclo vital, todavía queda mucho camino por recorrer en la educación financiera.
En definitiva, debemos estar preparados no sólo para afrontar los dos grandes retos de nuestro siglo -la robotización y la creciente longevidad-, sino para hacer los cambios necesarios que nos permitan beneficiarnos de su gran potencial para la sociedad. Todos, instituciones públicas e industria aseguradora, debemos reflexionar y hacer un esfuerzo colectivo por buscar las mejores soluciones para la jubilación del siglo XXI.
Seguramente los robots no podrán cargar con cotizaciones, pero podrán compensar los desequilibrios del Sistema, creando empleo de calidad y aprovechando la experiencia y el talento de las generaciones mayores