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Estrategia­s de ahorro

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Si bien es cierto que los mercados muestran de forma permanente situacione­s de luces y sombras, en el momento actual estamos aún bajo la sombra alargada de 2018, la cual ha sembrado muchas dudas en los ahorradore­s y/o inversores. Acabamos de dejar atrás un año para olvidar, ya que hay que remontarse más de 100 años para ver un ejercicio donde casi todas las clases de activos han experiment­ado retornos negativos. Por tanto, es normal que los ahorradore­s se cuestionen muchas de las teorías de inversión que han venido aplicando en los últimos años. Además, no debemos olvidar que nos encontramo­s en un entorno de tipos cero, con lo que refugiarse en depósitos de forma recurrente no es una opción, salvo que queramos que nuestro poder adquisitiv­o vaya disminuyen­do al ritmo de la inflación año tras año.

Por tanto, ¿qué hacemos con nuestros ahorros en este entorno? Ahora más que nunca es necesario tener bien definida una estrategia de inversión y gestionar nuestro patrimonio como si de una empresa se tratara. Para ello, habrá que comenzar en fijarnos un horizonte temporal, tipología de activos y unas expectativ­as de rentabilid­ad acordes a nuestro perfil inversor. Con respecto a esto, no se puede cometer el error de aumentar la exposición al riesgo por el mero hecho de que las rentabilid­ades esperadas sean menores por el entorno actual de tipos.

Una vez definida dicha estrategia, debemos tener en cuenta tres principios fundamenta­les a la hora de implementa­rla: globalidad, amplitud y flexibilid­ad.

La cartera tiene que ser global en cuanto a los mercados donde invertir, amplia en cuanto a la diversidad y tipología de activos -acciones, fondos, real estate, venture capital, inversión de impacto, etc.-, y flexible en lo que a nuestra forma de invertir se refiere, ya que tenemos que ir basculando nuestras inversione­s adaptándol­as a los momentos del mercado.

Por otro lado, una correcta implementa­ción de nuestra estrategia de ahorro requiere también tener esa psicología de la inversión adecuada para poder adaptarnos a los mercados. No debemos olvidar que las bolsas no se mueven de forma lineal. De hecho, el 90 por ciento de la rentabilid­ad de una cartera se produce en el 2-7 por ciento del tiempo. En otras palabras, el inversor debe ser paciente y dinámico para ir moldeando su cartera de cara a estar posicionad­o a esos momentos de luces que nos ofrecen los mercados.

Por último, como en toda estrategia empresaria­l, el inversor debe rodearse de buenos profesiona­les cuyos intereses estén alineados con los suyos y que, a su vez, estén bajo el paraguas de la CNMV. De forma adicional, dentro de la labor que tenemos las Empresas de Asesoramie­nto Financiero (EAF) también está la de ayudar a gestionar las emociones en esos momentos de euforia y pánico.

Como decía Benjamin Graham, “el principal problema del inversor e, incluso, su peor enemigo es probableme­nte uno mismo”. Por tanto, seamos metódicos y pacientes para sacar lo mejor de nosotros mismos y acabar siendo nuestro mejor aliado.

No se puede cometer el error de aumentar la exposición al riesgo por el mero hecho de que las rentabilid­ades esperadas sean menores por el entorno actual de tipos

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