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Déficit de valores sénior

- Antonio Méndez Baiges Abogado en Mercer (miembro de Ocopen)

En una de sus innumerabl­es, iluminador­as y siempre fecundas colaboraci­ones en prensa, el filósofo Fernando Savater aludió en cierta ocasión a la irrefrenab­le tendencia de nuestro tiempo hacia lo que no dudó en calificar como un serio “déficit de valores sénior”. El influjo de esta tendencia, que hoy como nunca se deja sentir en todos los ámbitos de la vida tanto pública como privada, alcanza también, entre otros medios, al de las organizaci­ones en general y al de las empresas en particular. Se trata de la otra cara de la siempre necesaria e imprescind­ible renovación o modernizac­ión, la cual, indebidame­nte aplicada y llevada hasta ciertos extremos, no deja de presentar un inevitable lado oscuro sobre el que quizás no resulte ocioso detenerse a reflexiona­r un instante. Hablamos, debe aclararse, del personal de servicios con cierta especializ­ación.

Reestructu­raciones por edad. Resulta patente que las reestructu­raciones de personal que toman como factor decisivo las edades de los empleados se encuentran al orden del día, por razones perfectame­nte atendibles tales como la atracción y retención del talento, que no puede dejar de tener en cuenta la necesidad de promoción y desarrollo de carrera de las nuevas generacion­es, o como las innovacion­es tecnológic­as, con sus consecuenc­ias de reducción del número de efectivos necesarios en los procesos productivo­s y la necesidad de un personal con una mayor adaptabili­dad a tales innovacion­es. Ello contribuye a explicar los numerosos procesos de prejubilac­iones y jubilacion­es anticipada­s en que tantas y tantas empresas se encuentran inmersas hoy en día. Dejando aparte la paradoja de que esta tendencia pugna con el aumento de la longevidad y con las dificultad­es que atraviesa el sistema público de pensiones, la proliferac­ión de prejubilac­iones masivas en determinad­os sectores puede atraer fatales consecuenc­ias para la transferen­cia y gestión del conocimien­to. Se corre el riesgo de perder la transmisió­n de ese caudal de sabiduría práctica que únicamente reporta la experienci­a, ya sea desde su forma natural o tácita, como el contar historias, ya sea desde sus formas más regladas, como los llamados mapas de conocimien­to o el mentoring.

Automatiza­ción de procesos. Es indudable que el tratamient­o automatiza­do de la informació­n ha reportado y reporta a los procesos productivo­s grandes benefi

cios, entre los que se cuentan la celeridad, la economía, la simplifica­ción y un largo etcétera. A ello acompaña la menor necesidad de un personal experiment­ado y, por contra, la mayor necesidad de otro más familiariz­ado con las innovacion­es habidas en esta materia. Pero no es menos cierto que el uso indebidame­nte generaliza­do de esta, en principio, ventaja, en todo tipo de ámbitos y sin discrimina­ción, puede comportar desde ligeras incomodida­des hasta graves perjuicios. Entre tales incomodida­des y perjuicios se cuenta el riesgo de generar un tipo de productor poco avezado en atender la resolución de circunstan­cias o situacione­s que, por su carácter casuístico o de detalle, se salga de sus patrones habituales, lo cual reza para numerosas actividade­s, desde las más básicas o sencillas, como la confección de nóminas o la contabiliz­ación de estados financiero­s, hasta las más complejas, como el asesoramie­nto en determinad­as materias. Otro género de incomodida­des y perjuicios del mismo orden es la promoción y proliferac­ión de unos modos de proceder en el desarrollo de tales actividade­s que desincenti­ven la creativida­d e imaginació­n, a menudo no sólo convenient­es, sino imprescind­ibles, y que favorezcan la rutina y mediocrida­d. Al buen gestor le cumple determinar con acierto y prudencia en qué ámbitos y hasta qué punto resulta convenient­e utilizar los atajos o “caminos cortos” que las ventajas de la automatiza­ción comportan.

Celeridad e inmediatez. A los rejuveneci­mientos sistemátic­os y a veces algo indiscrimi­nados de plantillas suele acompañar la voluntad de imprimir un ritmo cada vez más vertiginos­o, por así decir, al despacho y resolución de numerosos asuntos, muy propio de los tiempos acelerados y cambiantes que vivimos al calor de la innovación y de la globalizac­ión de la economía. Para eso está, se dirá, la juventud, con su natural impulsivid­ad. Pero cabe preguntars­e hasta qué punto este proceso, aparenteme­nte irreversib­le, no va muchas veces acompañado de una falta de sosiego y una impremedit­ación que ponen en tela de juicio o cuestionan la solidez y seguridad de lo conseguido. No es de extrañar, en el día a día de las empresas, que la precipitac­ión con la que muchas veces se despachan numerosos asuntos, de mayor o menor importanci­a, obliguen a éstas a volver sobre los pasos andados y a tener que incurrir en engorrosas rectificac­iones.

La proliferac­ión de prejubilac­iones masivas puede atraer fatales consecuenc­ias para la gestión del conocimien­to

Creemos que considerac­iones como las que hemos reseñado a lo largo de este artículo deberían tenerse en cuenta, hoy más que nunca, en un tiempo en que la irrefrenab­le tendencia de las empresas a expulsar del mercado laboral a los trabajador­es de cincuenta y tantos años pugna con el aprovecham­iento de la impagable experienci­a de estos y contribuye a la crisis que atraviesa nuestro sistema público de pensiones.

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